Todas las veces en que estas dos posiciones entran en pugna, el fracaso o la inconformidad reinan.
El fracaso de la constituyente de Chile vuelve a mostrar la necesidad de que el poder constituido deje de involucre en la confección de un contrato social, aun cuando esté de acuerdo con el mismo.
Son varias las razones que invitan a una reflexión sobre el constitucionalismo en el siglo XXI, lo primero, es que se debe distinguir entre poder constituido y poder constituyente. El primero busca siempre influir en función de las políticas públicas que desea poner en marcha; el segundo, busca dotar a la sociedad de un proyecto de nación donde los derechos fundamentales y no la organización del Estado es lo que prima.
Todas las veces en que estas dos posiciones entran en pugna, el fracaso o la inconformidad reinan. Esto es una divisoria constante en la historia del constitucionalismo desde sus orígenes bíblicos.
En Chile es patético, el hecho de que el presidente Boris haya dicho que esperaba la aprobación de la constituyente para iniciar sus políticas públicas. Ahora que el pueblo ha votado “No”, cabe preguntarse ¿qué futuro le espera a Chile con un gobierno que espera la aprobación de una nueva constitución para arrancar? Cuando, a todas luces, se observa que no habrá constitución por el momento.
Este es el riesgo que se corre cuando el poder constituido se involucra en la elaboración de un nuevo pacto social, de un nuevo convenio. Llegado a este punto, es obvio que se debe partir de cero, pues toda perspectiva de imposición será enfrentada por cualquiera de los sectores que, eventualmente, sintiesen o temiesen que el nuevo contrato social le afectaría, en Chile, esta es una verdad e a puño, porque como en el 1973, las cuerdas están tensas.
No es verdad que la cuna de la implementación del neoliberalismo, va a caer, así como así, se requiere de una conducción diestra que, sea capaz de armonizar intereses hasta conseguir no un pacto social, no una constituyente, sino un compromiso, un consenso sobre el cual la totalidad de la sociedad entienda la necesidad del cambio y en la que todos crean que el gatopardismo será al final el ganador.
Esto es particularmente apremiante en el caso de Chile, pues la discusión más radical no es la ideológica sino el concepto de nación, pues como se sabe, en Chile existe un movimiento indigenista que, aunque minoritario, cuando se le suma el ingrediente mestizo, cualesquiera coas puede ocurrir porque la impronta europea en ese país contiene un lastre histórico difícil de superar de la noche a la mañana.
Por otra parte, está el denominado milagro económico de Chile. Este acontecimiento enerva más aun la posibilidad de llegar a un compromiso. Dado que los extremos privatistas han llegado allí muy lejos, puede decirse que el concepto de dominio público, de propiedad pública y el de la res humani uris han ceso cercenada junto con las res sacrae, las res relligioni uiris, etc. Allí ha desaparecido el concepto de lo público en todo menos en el aire. Es impactante el hecho de que la única agua pública es el agua de lluvia, pero aun esta agua, está regulada, tanto en los centros urbanos como en la agricultura, en el campo. Ni siquiera Hong Kong como meca del capitalismo ha llegado tan lejos como Chile en las privatizaciones.
Obviamente, este estado de cosas a lo neoliberal, ocasiona fuertes choques entre fuerzas opuestas. Añádase la cruenta lucha sobre el derecho de género que en la actualidad viven casi todos los estados y se comprenderá que allí se requiere de una maestría en eso de dirigir transiciones. Además, en todos estos escenarios, la clase media juega un papel determinante en doble vertiendo, por ejemplo, quiere cambios en el régimen del sistema de salud pues todo se encuentra privatizado por las ARS, pero las pensiones son exiguas y los riesgos laborales, no son compensados adecuadamente. Sin embargo, la clase media, asume que tiene conquistas, aun en este infierno, que no desea poner en peligro es el viejo palo si no boga, boga y no palos.
Otro tema abrazador es el tema de las multinacionales, Chile cuenta con importante actividad minera en varios renglones, pero el chileno común solo percibe perjuicio de la minería de su país. De manera que la lista de queja es muy amplia ¿Cómo subsumir todo esto en una carta magna de doscientos o menos artículos cuando existen miles de propuestas de modificación y se ha decidido que el pueblo y no especialistas será haga y apruebe la nueva constitución? De ahí que, dicho tema, podría seguir su curso, pero no con un poder constituido que tenga como premisa la espera de esa aprobación.
- Es indudable que, en este punto, es donde la separación entre poder constituido y poder constituyen presentan su mayor abismo. En Grecia el asunto de la democracia directa hacía innecesario el poder constituido porque, precisamente, era una democracia directa. Ahora en la modernidad, el crecimiento poblacional dificulta el gobierno de los mejores, de los optimus.
En cambio, la democracia, como refiere es preferible desde Pericles porque permite transacciones, negociaciones, en los que diversos sectores sociales son capaces de actuar en bloques, simplificando así la disparidad de posiciones. Tanto la decisión de Juan sin tierras como la de Oliverio Cromwell fueron transacciones extremas, pero transacciones al fin. Esto permitió el cambio, aunque al final, resultase como en el proceso constitucional italiano de 1948, en el cual, refiere Piero Calamandrei, se aprobó una constitución que al final, nadie asumía, pero que, andando en el tiempo, los partidos como los ciudadanos se dieron cuenta de que estaba ahí y significaba una defensa de para sus derechos y una detenta al fascismo.
Si vamos a creer a Michel Foucault, cuando dice que el poder está en todas partes. Entonces debemos convenir en que la constitución ideal no existe, lo que existe es la constitución posible porque, al fin y al cabo, ya no es solo un contrato social, es, además, un compromiso de los bloques que unificaron criterios o que estuvieron parcialmente de acuerdo en hacer el cambio. En la República Dominicana el problema siempre ha sido, como lo es hoy en Chile la intromisión del poder constituido como de los poderes facticos. Claro, cuando se tiene a un conductor como en la de 2010, el consenso y el compromiso son posibles. DLH-12-9-2022