Son monstruos que se esconden cuando las autoridades, desafortunadamente, avisan en los medios de comunicación las redadas que realizarán contra la delincuencia.
Ya son tipificados como individuos con derechos adquiridos y jurisdicciones privilegiadas, que arrasan con las valiosas pertenencias de sus presas.
Terminadas las faenas delictivas diurnas o nocturnas, se retiran a sus hogares, a los escondites, a disfrutar de las prendas, celulares, dinero, carteras y otros valiosos objetos despojados a los desprevenidos ciudadanos.
Algunos tienen la desgracia de morir en el intento de atraco baleados o liquidados por los comunitarios o por los policías; otros corren mejor suerte al salir ilesos.
Aunque después son apresados y llevados ante la justicia, aparece un juez indulgente que los libera de la prisión “por falta de pruebas”. Eso les permite continuar el prontuario delictivo, hasta que alguien se encargue de enviarlo directo a un camposanto.
Algunos tienen tanta dicha que en los destacamentos policiales logran retornar a las calles después de pagar un sustancioso “peaje”. Se trata de un tribunal paralelo que opera desde décadas en combinación con algunos agentes (son las frecuentes denuncias).
Son monstruos que se esconden cuando las autoridades, desafortunadamente, avisan en los medios de comunicación las redadas que realizarán contra la delincuencia. Es una práctica odiosa y sin sentido. Es como decirles; “escóndanse por unos meses, que vamos por ustedes”. Guerra avisada no mata soldados, dice una vieja frase.
Precisamente, es lo que ocurre. Militares y policías son llevados a patrullar los barrios más peligrosos y los delincuentes se mudan a otros sectores tranquilos, donde no hay vigilancia.
Con el tiempo, y transcurrida la tregua que dan los anti sociales, las autoridades dirían que las estadísticas de robos y asaltos han bajado. Es obvio, los delincuentes se mantienen escondidos hasta que retiran las patrullas. Meses después, vuelven a atacar. Es como si resucitarán de un prolongado y obligatorio receso.
Los últimos meses, los medios de comunicación han estado publicando una escalada de atracos callejeros y en casas habitadas. Cabe resaltar que los hay que ahora se transportan en motocicletas eléctricas, que no hacen ruidos, lo que nos coloca en una franja de desprotección crónica.
Los hechos recientes más destacados son: un joven médico fue secuestrado por sujetos desconocidos que lo obligaron a sacar todos sus ahorros bancarios y luego lo liberaron; un economista fue atado de manos y pies en su apartamento por unos individuos que se llevaron varias pertenencias; obligar a conductores a entregar el vehículo para cometer fechorías. Además, asaltar joyerías, salones de bellezas, bancas de loterías, tiendas de dispositivos electrónicos y hasta los colmados.
En dados casos, aparecerá siempre un abogado que buscará sacar al delincuente de la cárcel a sabiendas de que su cliente es una lacra social, un desperdicio humano.
Son muchos factores los que promueven la delincuencia, como la pobreza y la marginalidad. Lo cierto es que estamos lidiando con una situación que ha obligado a la población más cauta a adoptar medidas para evitar caer en las garras de los asaltantes
Son unos monstruos que cuentan con protectores en determinadas organizaciones que supuestamente promueven la defensa de los derechos humanos.
Se ha dicho en varias circunstancias que la delincuencia en la República Dominicana ha roto todos los límites moralmente permitidos, siendo el problema actual más grande que tenemos.
Comparto esa versión. Alguien dijo, con sobrada razón, que los dominicanos estamos presos en nuestra propia libertad, “porque en estos momentos es imposible estar tranquilo y salir a la calle sin tener la preocupación de que un delincuente nos asalte y nos despoje de nuestras pertenencias, ya sea una cartera, un carro, prendas, o algo tan simple como un celular. Nuestra mayor preocupación, es que estos hacedores del mal hasta llegan a matar solo por una prenda material, sin tener la más mínima consideración del valor de la vida humana”.
Es tan cierto eso, que tememos ejercitarnos en un parque o compartir con la familia en un lugar de esparcimiento porque estos depredadores criminales merodean por todas partes.