El actual presidente chino tiene aportes, pero acumula los descontentos de décadas por el abismo en el que vive una sociedad en la qué hay oportunidades de superar la pobreza.
La política ofrece lecciones que el poder suele ignorar, pero están ahí como fuente de aprendizaje para el que quiera manejarse con sabiduría.
Xi Jinping emergió del veinteavo congreso del Partido Comunista Chino, o mejor dicho del partido único de China, como vencedor a toda prueba, una figura ante la que plegarse parecía lo más sensato, porque cualquier reacción adversa implicaba la pérdida de la libertad o de la vida, en una dictadura que en el plano de las libertades públicas no muestra concesiones.
Hace cuatro años descorrió el cerrojo que limitaba la presidencia del país a dos períodos, que habían sido concebidos por Deng Xiaopinp, después de sus diferencias con Mao Zedong,para que en vez del totalitarismo de un hombre primara el de un partido, y en el congreso más reciente vino por más: eliminó las instancias de consultas, hizo aprobar el xiismo como doctrina, se reeligió en el partido y lo hará por tercera vez como presidente del país, pudiéndolo volver a hacer mientras respire.
Demasiado poderoso para acordarse de que era humano, y no queriendo compartir escenario con los malos ejemplos de presidentes que habían hechos sus grandes aportes, sin traspasar los límites, hizo sacar de manera forzosa a su antecesor, Hu Jintao, de una de las sesiones finales del cónclave partidario.
¿Quién se habría atrevido a pronosticar que un mes después se empezarían a producir protestas por otros motivos, que pedían lo que jamás manifestantes algunoshabían pedido en China? La renuncia del presidente.
No serán brisas que tumben cocos, pero marcan un cambio importante. Lo que China experimenta en la actualidad, no se vivía desde el año de 1989, cuando la perestroika y el glasnost, impulsados por Mijail Gorbachev, llevaron a miles de estudiantes chinos a pedir las mismas aperturas en su país, y el reclamo se aplastó sobre un baño de sangre en la Plaza de Tiananmen.
Pero otra coincidencia arrastra para el invencible Xi, una señal que pudiera ser premonitoria: la muerte del expresidente Jiang Zemin, el sucesor de Deng, que trae al pensamiento de los irritados ciudadanos chinos el modelo de un líder que engrandeció como nadie la economía del gigante asiático, permitiendo que el que tuviera talento, capacidad de trabajo y los medios para lograrlo, acumulara riquezas, pero además sacando a China a los mercados internacionales, y todo eso y más sin endiosarse, sin considerarse único ni imprescindible.
Gobernó sus diez años y luego dio paso a la sucesión, pero también es ejemplo, porque siendo el jefe del partido y del gobierno en Shanghai aplacó sin derramar sangre las mismas protestas que en Pekín macharon de sangre al régimen. De manera que a mala hora, se reivindica la lealtad al partido, con respeto a los límites y a la vida.
Otra cosa incómoda contra los manifestantes, sería el alegato para reprimirlos, porque las manifestaciones se están limitando a la exhibición de un papel en blanco, que ningún ministerio público, sin exponerse a la desfachatez pudiera presentar como un signo de insulto al partido, al país o al presidente.
Xi Jinping tiene aportes, pero acumula los descontentos de décadas por el abismo en el que vive una sociedad en la qué hay oportunidades de superar la pobreza y acumular patrimonio, pero no hay garantías de un ramillete de libertades públicas inherentes a los ciudadanos de un mundo globalizado.
¿Qué otro gusto mayor proporciona internet que el de expresarse libremente?