En efecto, en la antigüedad, «política» tenía un sentido claro y preciso. «Política» era todo lo relativo a la ciudad
Por Isidro Tejada
La noción de política que usamos los modernos, si bien nos parece muy clara en sus diversos sentidos, cuando se ausculta con la paciencia que supone la rumia histórico-filosófica, entonces empieza a sentirse el tétrico e inquietante sabor de lo semánticamente vago y ambiguo, de lo recalcitrantemente oscuro.
Y la razón no parece ser equivocada. El trasfondo referencial originario que sirvió de base a la primitiva noción de política fue insatisfactoriamente desplazado por los modernos con la finalidad de saciar sesgadas apetencias cognitivas, personales y epocales, o para satisfacer predisposiciones ideológicas de grupos específicos, recreando con ello, dentro de la moderna comunidad de especialistas devotos de una ciencia política supuestamente de hechos puros, el desconcierto y el caos que primó entre los habitantes de la torre de babel tras la confusión de lenguas dispuesta por el creador.
En efecto, en la antigüedad, «política» tenía un sentido claro y preciso. «Política» era todo lo relativo a la ciudad: la regulación de la propiedad privada, la administración de los recursos públicos, la separación de público y privado, sus interacciones y su alcance, la fijación de tributos, la decisiones y operaciones de los asuntos de la guerra, el mantenimiento del orden interno, la administración de las actividades religiosas y deportivas, la impartición de justicia, la construcción de obras públicas, la designación de las autoridades de la polis, el establecimiento de normas y procedimientos de regulación de sus funciones y poderes. Pero también la institucionalización de los mecanismos de generación y derogación de las regulaciones de la polis.
Vista desde esta amplia perspectiva, «política» se entendió entre los griegos como el conjunto de actividades mediante las cuales la polis (ciudad) y sus politai (ciudadanos) en tanto polis y politai se realizaban en todas sus dimensiones. Para esa concepción la separación de lo político y lo social que postulan los modernos era impensable; pues, en la epistemia práctica y teórica de los griegos el sistema político sería la sociedad, y la sociedad, sería el sistema político. De igual modo sería inconcebible para los griegos separar lo judicial de lo político, lo religioso de lo político y lo administrativo de lo político.
Tómese por caso la atimia, ese aparente irrisorio acto por el cual se eliminaban o reducían los derechos políticos, hoy cívicos, de una persona. Esto podía suceder por diversos motivos: por haber dado muerte a su padre u otro familiar, por desertar de la guerra, o por incumplir con las contribuciones al Estado, entre otras razones. Faltas como estas podían conllevar restricciones extremas, severas, o leves para participar en actividades religiosas públicas o privadas, en actividades deportivas, en el derecho a elegir y a ser elegido para puesto público, o a la expropiación de propiedades personales, etc.
De modo que, la política en tanto actividad era algo que tenía por referencia todos los aspectos relacionados con la ciudad y sus miembros; mientras que la política en tanto saber teórico y práctico tenía por objeto todo lo concerniente a la comunidad organizada y las actividades de sus miembros
La atimia indica claramente que, para los griegos, el polites (ciudadano) era el particular de base de la polis en tanto comunidad política, y de su politeia en tanto sistema de normas por la cual se regimentaba dicha comunidad. En otras palabras, la atimia señala claramente que la comunidad de politai (ciudadanos) y el régimen que lo regulaba era la estructura por la cual el polites se constituía y existía.
De modo que, la política en tanto actividad era algo que tenía por referencia todos los aspectos relacionados con la ciudad y sus miembros; mientras que la política en tanto saber teórico y práctico tenía por objeto todo lo concerniente a la comunidad organizada y las actividades de sus miembros a fin de recabar el conocimiento necesario con el cual se posibilitará el mejoramiento y desarrollo social e individual en paz y orden.
A pesar de lo templado que parece ser esta concepción de la política, como saber y como actividad, los modernos concluyeron que los griegos vivieron en un mundo de confusiones al respecto. Eso es lo que traslucen las evaluaciones del pensamiento político griego realizada por Giovanni Sartori en su texto Cómo hacer ciencia política.
Después de percatarse de la consustancialidad de lo político y lo social en Aristóteles, Sartori observa negativamente en su contra, que lo característico de nuestro tiempo es la diada entre lo político y social, lo que supone según él dos diferencias esenciales.
«La primera diferencia —dice— es que el sociale animal no coexiste al lado del politicum animal: estas expresiones no aluden a dos facetas de un mismo hombre, sino a dos antropologías, una de las cuales sustituye a la otra. La segunda diferencia es que en todo el discurso desarrollado hasta ahora la política y la politicidad no se perciben nunca verticalmente, en una proyección altimétrica que asocie la idea de política a la idea de poder, de mando y, en último análisis, de un Estado por encima de la sociedad» (Sartori. Como hacer ciencia política)
La diferencia con los antiguos es evidente. Para los modernos, partidarios de una ciencia pura de los hechos, la política o tendrá por objeto el poder o el sistema de decisiones vinculantes, o el Estado o la política en sentido de David Easton, un objeto que estaría situado jerárquicamente por encima de la sociedad. Pero nunca la sociedad entendida como conjunto de interacciones e instituciones ciudadanas entorno a objetivos diversos, por lo general en conflictos, mediante las cuales se constituye y desarrolla la sociedad en tanto conjunto de ciudadanos.
No obstante, si un griego brillante como Aristóteles reaparece repentinamente entre nosotros y somete a escrutinio nuestras expresiones políticas y los diversos juegos de lenguaje que realizamos con ellas, sin lugar a dudas que nos calificaría de ignorantes en materia de asunto político. Incluso podría creer que nuestros usos de política y sus expresiones conexas, al igual que nuestro lenguaje religioso trasluce hasta cierto punto una subrepticia hipocresía.
En efecto, la política es consustancial a la totalidad de los hechos sociales, por lo que nada queda fuera de su alcance, y cuando algo social lo entendemos modernamente como no político, es porque subrepticiamente lo hemos decidido políticamente
En efecto, tenemos estados que postulan la libertad de culto, pero promueven de diversos modos las ideas religiosas; la libertad política, pero se definen asimismo en consonancia con ciertas ideas políticas con exclusión de otras; la separación de lo político y lo social, pero regulan continuamente en todos sus detalles la sociedad; que postulan la separación de la política y la justicia, pero deciden políticamente todo el entramado del sistema judicial y sus funciones.
«¿Han pensado seriamente en todo esto ustedes los modernos?», preguntaría Aristóteles. «Si luego de pensarlo sobria y seriamente continúan insistiendo en mantener su ficción moderna de separación de lo político y todas esas otras actividades e instituciones señaladas, entonces no estaría demás que se busquen alguna especie de psicoanalista filosófico para que les desentierre las significaciones originarias de «política» ocultas detrás de sus actuales modos de pensar, reprimidas por las altas presiones generadas por sus deseos de querer ser tan novedosos, modernos y científicos».
En efecto, la política es consustancial a la totalidad de los hechos sociales, por lo que nada queda fuera de su alcance, y cuando algo social lo entendemos modernamente como no político, es porque subrepticiamente lo hemos decidido políticamente, al tiempo que nos lo autoocultamos detrás de la afirmada creencia de la supuesta separación sustancial entre lo social y lo político. Si no, pregunten a los liberales, eternos luchadores por la libertad del individuo frente al Estado, o a los socialistas, eternos luchadores por la fortificación del Estado frente al individuo, en nombre del bien común.
Visto todo lo anterior, Aristóteles probablemente decida retirarse a su antigua morada, pero no sin antes voltearse hacia nosotros y decirnos en tono risueño y malicioso: «ahora díganme ustedes ¿cuál de los dos grupos de especímenes se encuentra confundido: los modernos o nosotros los antiguos?»
El autor es Politólogo