Patas, manos, dientes, garras, y cerebros son algunas de los tantos tipos de herramientas presentes en nuestros cuerpos.
Tenemos las tecnologías más poderosas que jamás hayamos tenido: contamos con GPS, realidad virtual, realidad aumentada, realidad extensiva, Web3, metaverso, impresión 3D, aceleradores de partículas, todas ahora reforzadas por la inteligencia artificial de última generación; pero aún así, la creación y el desarrollo de todas estas sofisticadas tecnologías, ha tenido por base los mismos principios bioconductuales subyacentes que facilitaron la creación y desarrollo de las herramientas de piedras.
Acaparar recursos, controlar territorios, mantenerse vivo, cualificarse biofísicamente, obtener cópulas siempre han sido los fines de estos principios biológicos constitutivos del fenotipo conductual de ese presuntuoso y creativo animal llamado humano; fines cuya consecución ha supuesto siempre una soberbia competencia con otros animales, pero, sobre todo, contra miembros de la propia especie.
Ahora bien, en aras de ganar esta competencia para sus fines biológicos generales y específicos, los humanos, como todos los miembros de otras especies, se vieron precisados a desarrollar estrategias de dominio eficientes y eficaces. Aquellos que lograron desarrollar las mejores capacidades bioconductuales para el dominio tuvieron las mayores probabilidades de ganar los objetivos vitales en disputa y tener más descendencia, por supuesto.
¿Pero cómo obtuvieron los miembros de nuestra especie esas capacidades de dominio? Desarrollando y manteniendo herramientas que contribuyeran a ganar y prevalecer frente a la competencia. Estas herramientas son de diversos tipos. En primera línea encontramos las corporales, luego, las cognitivas, consiguientemente las conductuales y sociales; y, finalmente, las tecnológicas.
Patas, manos, dientes, garras, y cerebros son algunas de los tantos tipos de herramientas presentes en nuestros cuerpos como resultados de los seculares esfuerzos de nuestros antepasados por lograr objetivos vitales mediante estrategias de dominios; de igual modo lo son las habilidades para las alianzas y las estructuras organizacionales prohijadas por nuestra especie a costa de nuestro no menos importante instinto social.
No obstante, el dominio y la conducta que lo concreta, requieren de algo más para que pueda realizarse y manifestar el dinamismo que muestra; requiere lo que algunos llaman el complejo módulo instintivo dominio-subordinación. Nada puede suceder en término de dominio y subordinación fáctica sin la presencia y activación de este complejo disposicional biopsicológico.
De él surge esa fuerza que nos impulsa apasionadamente a competir y dominar ante las más mínimas señales de poder reconocibles. De igual modo, de ese complejo nos surge esa baja intensidad pasional por el dominio en situaciones de inferioridad reconocida.
Este complejo disposicional para nada opera en solitario; por el contrario, está vinculado directamente a nuestro cuerpo. Lo que no puede ser de otro modo, puesto que su perfilamiento evolutivo es concomitante a la evolución general del cuerpo. Es por ello, entonces que la evolución de nuestras capacidades de percepción de señales de competencias se ha dado de tal modo que los casos concretos de su realización, por lo general, inducen la preparación de nuestros cuerpos para afrontar, individual o grupalmente, los desafíos planteados por otros a nuestros objetivos vitales.
Pero por las mismas razones este complejo disposicional no funciona con independencia de las estructuras de aprendizaje. Como todas nuestras disposiciones instintivas, esta debe ser activada, entrenada y desarrollada mediante procesos de aprendizaje específicos, a fin de obtener y controlar los algoritmos generales subyacentes a los procesos de competencia en función de los objetivos perseguidos y las variaciones contextuales que impone su consecución.
Naturalmente este proceso es de por sí sumamente intrincado. Su despliegue requiere un involucramiento completo del cuerpo y el cerebro en actividades de forcejeo a los efectos de aprender a reconocer las señales de dominio-subordinación por las cuales a la vez se activa y desarrolla este sistema.
Entre los mamíferos este proceso se inicia bien temprano con los juegos de las crías. Las luchas simuladas, los correteos mutuos, la emisión de señales de fortaleza o sometimiento, etc. sirven de medios de activación y desarrollo de estas habilidades entre los infantes.
El sistema plenamente activado y desarrollado mediante aprendizaje se convierte en un medio de control y regulación de las interacciones conflictivas que surgen entorno al logro de los objetivos en competencia. El individuo aprende a leer los niveles de oportunidades y riesgos en las señales de dominio y subordinación emitidos por otros en comparación con los propios, a diseñar y ejecutar estrategias de dominación o subordinación conforme a las probabilidades de éxitos que le indiquen las lecturas de esas señales, y a introducir controles a sus impulsos en función de las probabilidades de éxito de estas.
Naturalmente, por detrás de las manifestaciones de este sistema hay todo un conjunto biomolecular que media, regula y coordina los distintos componentes de nuestros cuerpos y nuestros cerebros en la producción de respuestas de dominio-subordinación en situaciones de competencia. Entre ellas cabe mencionar la testosterona, la dopamina, la adrenalina y la oxitocina. Por medio a estas es que actúa eso que podríamos denominar, sin exageración alguna, nuestra fisiología del dominio-subordinación. La elevada presencia de estas moléculas en nuestros cuerpos nos prepara e induce a batallar, mientras que su disminución, nos hace someter o retirar apresuradamente.
Así que apoyado en adaptaciones previas y jalonado por nuevas presiones competitivas de carácter esencialmente endoespecíficas, los éxitos sucesivos del particular sistema de respuesta dominio subordinación de los humanos contribuyó a direccionar el cerebro de la especie por canales altamente cognitivos y creativos. La eficacia para los hechos de dominio y subordinación que supuso este direccionamiento ha sido tan sobresaliente, que de rebote se han debilitado otros medios de dominios centrados en el cuerpo. En nuestra competencia por objetivos vitales ya no dependemos tanto de dientes, garras y fortaleza corporal, como de las habilidades cognitivo-conductuales de alto nivel.
Sin embargo, estas habilidades cognitivo-conductuales no se desencadenan sin las pasiones de dominios, sin ese impulso deseante en el que queda expresada nuestra disposición de dominio en momentos determinados por efecto de las expectativas que sobre el mismo nos surgen al percibir y evaluar señales de dominios en un contexto de competencia por objetivos vitales. O su contraparte, la subordinación, al obtener expectativas negativas sobres nuestros objetivos vitales en competencias.
Aclaramos que el sometimiento, no es necesariamente una conducta de idiota como parece desprenderse de algunos filósofos del poder. Cuando se trata de conflictos endoespecíficos, someterse, por lo general, es una de las estrategias orientadas a la protección de lo más vital que es la propia vida. Pues para un viviente no tiene sentido iniciar o mantener una batalla directa con otros individuos superiores en capacidad de dominio, máxime si los objetivos vitales pudieran obtenerse por medios menos frontales o si su consecución resultase más factible en otros momentos
De manera pues, que nuestras disposiciones generales al dominio-subordinación genéticamente configuradas, ambientalmente moduladas y mediadas por mecanismos de aprendizaje altamente cognitivos se traducen a deseos de dominio o necesidades de subordinación de acuerdo al contexto. Como deseo, el dominio se manifiesta también en la forma del deseo de fama e influencia. Fama e influencia psicológicamente se viven como dominio y sus expectativas se corresponden a las expectativa de poder. Por eso su búsqueda resulta tan apasionada para los individuos. Toda la inteligencia y la creatividad del individuo y los grupos se ponen al servicio de estas pasiones cuando entran a situaciones de competencia.
Desde esta perspectiva, ni el cerebro humano mismo ni los maravillosos conocimientos técnicos y científicos producidos por este habrían sido posibles sin las pasiones de dominio que despiertan las competencias por el logro y control de objetivos vitales. Expresada como intensos deseos de fama e influencia o como directo deseo de poder, las disposiciones de dominio genéticamente dispuestas y ambientalmente moduladas y desarrolladas secuestran los cerebros de los individuos, y compulsivamente los inducen a crear medios con los cuales sobresalir y destacar. Esta compulsión se incrementa en la medida en que los individuos obtienen éxitos en la competencia por sus objetivos.
Las artes, las ciencias, las invenciones técnicas, al igual que las distintas formas de ostentación no son otras estrategias más para ganar fama, influencia y poder en aras de ganar los objetivos vitales frente a otros. Por eso los resultados de estas actividades, por más elevadas que sean espiritualmente, son al hombre respecto a sus objetivos vitales lo que la cola del pavo real es al propio pavo para competir por sus objetivos biológicos.
De modo que con nuestras novedosas tecnologías actuales parece que nos hallamos muy lejos de aquella era primitiva cuando los humanos nos afanábamos por elaborar herramientas de piedras para afrontar los desafíos de supervivencias, pero por más lejos que nos creamos encontrar de aquellos balbuceos técnicos, aún nos rigen los mismos principios bioconductuales que nos lanzaron a elaborar aquellas toscas herramientas que nos permitieron sobrevivir en los tiempos primitivos.