Lo vi, la mañana del día de su natalicio, solo y silencioso, muy lejos de las faramallas oficiales, sentado en una banca del parque Anacaona (como él desea que se llame el parque Colón), asediado por palomas hambrientas. Lo reconocí a lo lejos por ser el hombre delgado de pelo negro, traje prestado y reloj de leontina (el de la foto que le tomaron en Venezuela y no el rubio con bucles que siempre nos ha vendido el historicismo oficialista). Me le acerqué y le pregunté qué le parecía “su” república. No me dijo nada. Juan Pablo Duarte y Díez simplemente me vio con un mohín de desprecio y volteó para otro lado.