La violencia no cesa al extremo de que nos irritamos por cualquier incidente de poca monta.
Observando el comportamiento de las personas en el mundo atrapadas por una aureola de fenómenos ambientales, llegamos a la conclusión de que algo está fallando en la humanidad.
Bastaría con ver los archivos periodísticos universales par asimilar que estamos desarrollando una conducta salvaje e irracional que amenaza con extinguir a la raza humana.
La violencia no cesa al extremo de que nos irritamos por cualquier incidente de poca monta. Matamos hasta por un parqueo o un accidente de tránsito.
Las relaciones sentimentales de parejas han llegado a tal deterioro que a cada instante ocurre un feminicidio a escala mundial, un fenómeno social que ha requebrajado el nexo familiar dejando en la orfandad a miles de niños y sembrando la semilla del odio entre los familiares de las víctimas.
Esa violencia ha llevado a muchas personas, incluyendo adolescentes, a disparar sobre multitudes en áreas públicas y centros escolares con balances trágicos que han quitado la vida a inocentes.
Estamos convirtiendo la supervivencia en peligrosas estadísticas, o para decirlo de otra manera, “en un juego de números”, como la describe el famoso médico indio Deepak Chopra en su libro “La curación cuántica” (ver página 281).
Nos pasamos la vida exigiéndoles a la clase gobernante, y a la sociedad en el sentido más amplio, cumplir con las normas de respeto a los derechos inalienables, como tener acceso a servicios vitales: transporte, salud, educación, viviendas, alimentación y el derecho a circular libres por las calles y a expresarse sin cortapisa a través de los diferentes medios de comunicación.
Sin embargo, nos resistimos a cumplir con nuestros deberes ciudadanos. Mientras nos otorgan esos derechos, fallamos en nuestros deberes como padres de familia dejando a los hijos desprotegidos y no nos preocupamos por asesorarlos o prepararlos para enfrentar los momentos difíciles de la vida.
Tampoco cumplimos con el deber patriótico de colocar nuestra Bandera tricolor en los balcones de las casas los días festivos de fechas históricas, como el 27 de febrero, 16 de agosto y el natalicio de los padres de la patria.
Esos deberes no se cumplen, además, cuando irrespetamos el derecho del prójimo a vivir en paz, sin música estridente o cuando desacatamos las normas jurídicas que mandan respetar la Ley de Tránsito.
Se infiere que para exigir, hay que cumplir con los deberes ciudadanos. Y no lo estamos haciendo.
Lamentablemente, el mundo ya es es un escenario donde sobreviven seres humanos con comportamientos disímiles y cerebros desquiciados, desprogramados, pues cada cabeza es un mundo y cada humano interpreta la convivencia a su manera.
Y estaremos así hasta que llegue el día de nuestra desaparición como especies. Es decir, el apocalipsis, como rezan las escrituras bíblicas.