Ni le conozco ni antes he leído nada sobre usted, su carrera y su vida diaria.
Ahora que se informa el elevado número de internos o presos sin juicios en nuestras inmundas cárceles, recuerdo una historia digna de ser contada.
El acusado de un robo menor llegó esa mañana al estrado junto a su defensor público, quien ni lo conocía ni le importaba un carajo su presente o futuro.
En la acera del frente, los dos abogados que defendían a los dueños del artículo robado junto a los afectados. Todos bien vestidos y perfumados.
Luego del juez escuchar las informaciones de los acusadores, incluyendo reiterados halagos a su persona, pidió al acusado ofrecer su versión de lo ocurrido.
-Bueno, señor juez. Me va usted a excusar si no le llamo honorable, ni excelencia ni por título parecido.
Ni le conozco ni antes he leído nada sobre usted, su carrera y su vida diaria.
No sé cómo ha sido su existencia ni si ha llegado a esta posición de juez por méritos propios acumulados, o por alguna treta, jugada o decisión política.
Por ello y por el momento, no puedo ni debo usar calificativos altisonantes sobre su persona o posición, hasta tanto no concluya esta audiencia y juicio.
Decirle, pues, señor juez, que es usted un togado eminente, un profesional acabado o un hombre de sapiencia, no me corresponde a mi hacerlo en esta sala.
Y digo esto porque entiendo que a una sala de justicia se viene a decir y a honrar la verdad y solo la verdad.
A mí se me acusa de robar unos víveres de un conuco sin alambradas, sin letreros y sin campesinos laborando.
Y es verdad que yo tomé esos víveres, los metí en un saquito y continué hasta el rancho cercano donde se me permitía dormir o amanecer cada día. Entregué la carga a la pareja de ancianos que con mucho amor me acogía.
¡Un aguacate sabroso sirvió de ´compañía´ en dicha cena!
Señor juez, puedo decirle, sin tener prueba alguna, que lo único que por allí he oído hablar de mis acusadores es de que han sido siempre personas de poca nobleza, ricos sin corazón, amigos de lo suyo… y de lo ajeno. Pero no tengo pruebas para hacer valer aquí esas afirmaciones de gente pobre y laboriosa que a veces dudan de la existencia de Dios.
Como aquí se viene a decir la verdad y a aportar pruebas de las acusaciones, solo se me ocurre, señor juez, solicitarle a mis acusadores presenten los víveres que dicen yo robé.
Solo cuando eso haya sucedido y usted tome una decisión, señor juez, le podré creer o llamar ´honorable´.
La sala quedó en completo silencio. El juez observó a todos por encima de sus lentes de aumento.
¿Algún otro aporte de los supuestamente afectados?, preguntó el juez a los abogados de los esposos allí presentes.
-Nada más, honorable magistrado, dijo uno de ellos. Nada más, distinguido señor juez, afirmó el otro.
El juez volvió a mirar a todos los presentes, se acercó al oído de la elegante y hermosa secretaria y le dictó una breve sentencia para que la leyera de inmediato.
-Silencio en la sala, dijo la joven al frente de su computadora.
El magistrado, luego de escuchar a las partes, ha decidido lo siguiente:
1ro- El señor Fulano de Tal es declarado inocente del hecho que se le imputa por falta de pruebas presentadas en esta sala.
2do-Que se haga de conocimiento público esta sentencia, la parte perdidosa cubra los gastos legales y el detenido quede liberado de inmediato.
3ro- Y queda prohibido en esta sala durante las audiencias que presida el juez Mengano Decente, que las partes concurrentes utilicen adjetivos calificativos para quien solo tiene la misión de impartir justicia.
La sala dejó atrás el silencio hasta salir a la calle frontal del Palacio de la Injusticia, como se acostumbraba llamar al lugar, aplaudiendo y cargando al joven liberado.
Fulano de Tal, apodado Fulanito, iba llorando junto a la alegre y bulliciosa multitud, al tiempo que decía para sí mismo: por fin apareció en este país un juez honorable, justo, valiente e insobornable.
1ro de febrero de 2023.