La Semana Santa representa uno de los períodos más importantes para las religiones milenarias.
Una interrogante que circula en la mente de millones de personas en el mundo es, ¿por qué no consumir carne en la Semana Santa? Confieso que soy una de ellas.
La respuesta se encuentra totalmente ligada a las prácticas católicas y la principal razón es para honrar a Jesucristo que pasó cuarenta días en el desierto sin comer ni beber nada.
Según la Biblia hebrea, se pueden comer aves y pescados por ser especies que provienen del agua y se debe evitar la carne de especies provenientes de tierra.
Es preciso aclarar que las aves no provienen del agua; evolucionaron de dinosaurios hace más de 150 millones de año, de acuerdo con las investigaciones científicas.
Recuerdo que mis padres, que eran católicos incondicionales y temerosos de Dios, idealizado e idolatrados en cada capítulo de sus vidas, siempre respetaban esa tradición. En lugar de carnes de animales terrestres (reses, cerdos, chivos, conejos), las sustituían por bacalao, arenque o pescados.
La Semana Santa representa uno de los períodos más importantes para las religiones milenarias, que se caracteriza por la repetición de ceremonias especiales en conmemoración a Jesucristo, como son la última cena, la crucifixión y la Pascua de Resurrección.
Sin embargo, la humanidad mundial, aquella que no comulga con las doctrinas religiosas, ha prostituido esa eventualidad celebrándola con acaloradas fiestas en playas o balnearios, acompañadas de bebidas alcohólicas, drogas, orgías sexuales y otras actividades insanas. Incluso, en esos días, los templos lucen más vacíos.
Es un momento agendado dentro de la Cuaresma, el período litúrgico de 40 días (de ahí viene el nombre) para la purificación y preparación espiritual de aquellos que se pasan toda la vida rezando o implorando milagros ante efigies de los Santos para resolver asuntos personales, pidiendo perdón por las maldades cometidas contra el prójimo y frecuentes desobediencias contra Dios o agradeciendo haberlos sanados de alguna enfermedad. Es una tradición religiosa que concluye el Domingo de Resurrección.
En esta temporada también es tiempo de ayuno, por lo que el estilo de vida de los feligreses más puros, temerosos y respetuosos del mensaje bíblico tienen en ese período un ligero cambio alimenticio que los lleva a no consumir carnes rojas, sustituyéndolas por pescado y mariscos.
“Pueden comer cualquier pescado que tenga escamas y aletas, pero Dios les prohíbe comer de cualquier animal que viva en el agua y no tenga aletas ni escamas, pues son animales impuros”, se consigna en Deutoronomio 14:9-10.
¿Acaso el pescado, el bacalao, pollo y los mariscos no son carnes? ¿Por qué solo prohibir las carnes rojas? Particularmente, pienso que no se comete ningún pecado al ingerir la carne que se apetezca. Es una decisión individual que cada persona debe considerar, asumiendo de paso los riesgos en el devenir del tiempo.
En este contexto, se trata de un ayuno en esos días que consiste en hacer una sola comida fuerte al día, con algo muy ligero por la mañana y por noche. Esa costumbre se realiza el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Es lo que dice la Biblia.
En el libro “Conquista y comida: consecuencias del encuentro de dos mundos”, editado por Janet Long y citado en un medio virtual, se lee que en la antigüedad durante la Cuaresma se practicaba el ayuno “como una forma de humillación personal y quebrantar esta restricción al caer en glotonería podía considerarse pecado mortal”. (Ver esa parte en el link: https://aderezo.mx/agenda/esta-es-la-razon-por-la-que-no-se-come-carne-en-cuaresma/).
Observen este otro mensaje bíblico dirigido a los glotones y desobedientes sobre la abstinencia que comentamos: “No destruyas la obra de Dios por causa de la comida. Todas las cosas a la verdad son limpias; pero es malo que el hombre haga tropezar a otros con lo que come. Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni nada en que tu hermano tropiece o se ofenda, o se debilite” (Romanos 14, 20-21).
Ese texto también habla de “Los débiles en la fe”, cuando expresa: “Porque uno cree que se ha de comer de todo; otro, qué es débil, come legumbres. El que come, no menosprecie al que no come y el que no come, no juzgue al que come porque Dios lo ha recibido”.
De algo estamos convencidos (y ahí se podría justificar la prohibición) y es que las carnes tienen muchas sustancias proteínicas, pero también generan cúmulos de grasas o colesterol en el cuerpo que promueven enfermedades catastróficas, como hipertensión, accidentes cardio-vasculares (derrames y ataques cardíacos) y otras patologías de altos riesgos.
Cada persona decidirá si cumplir o no con con la recomendación de degustar o no carne roja en Semana Santa. Es una regla que solo la cumplen aquellos que temen a Dios. Creo que es un hito histórico cristiano que debe tomarse en cuenta, respetarse, porque es una forma de propiciar una vida sana y sin complicaciones sanitarias.
Naturalmente, el humano siempre ha sido rebelde, terco y desobediente por origen, con potestad de decidir su propio destino al elegir el tipo de alimentación.