La corrupción es un fenómeno históricamente endémico en la mayoría de las sociedades del mundo.
Eso deberíamos sentir todos los dominicanos: ¡Vergüenza!
Lo que hemos visto en los últimos días, tras las investigaciones realizadas por el Ministerio Público, que involucra a importantes exfuncionarios del gobierno que encabezó Danilo Medina, es como para llenarnos de indignación y de rabia por los bochornosos casos de corrupción que han salido a la luz pública.
Jamás sospechamos que los alumnos del profesor Juan Bosch, un hombre ético, se comportarían, en muchos casos, como unos verdaderos delincuentes, capaces de quitarle el pan de la boca a un niño encefálico.
Cuando el Partido de la Liberación Dominicana llegó al poder en 1996, lo recuerdo como ahora, Leonel Fernández advirtió que actuaría sin contemplaciones contra todo aquel que se atreviera a traicionar la confianza del pueblo y la suya propia como presidente de la República. Dijo que no permitiría un solo acto reñido con la ética y la moral. (Palabras) Todos sabemos lo que ocurrió durante los tres periodos de gobierno del presidente Fernández: los actos de corrupción no se detuvieron en las puertas de casi ningún despacho. Los gobiernos de Leonel-PLD deben estar en los anales de la historia como los más deleznables y repudiables de los últimos años. (La fábrica de presidentes, que dijo crearía, se convirtió en una “fábrica de delincuentes” con “saco, corbatas, tacones y carteras” de la 5ta avenida de Nueva York).
Es cierto que en todos los gobiernos la corrupción ha estado presente. Lo estuvo antes, lo está ahora, y probablemente lo siga estando en los que vendrán, pero jamás como en los cinco gobiernos del PLD. No creo que volvamos a tener gobiernos tan corruptos como los del PLD. ¡Jamás! El PLD se encargó de corromper todo el tejido social del país. No quedó un solo sector, político, social, económico, militar, cultural, intelectual, etc., que no terminara con cáncer y metástasis en todo el cuerpo. Todos resultamos dañados. Nadie quedó sano. No era posible salir del fango sin enlodarse los pies y las manos. El estiércol nos cubrió a todos de un modo o de otro, porque era la única forma de sobrevivir a la putrefacción.
La corrupción es un fenómeno históricamente endémico en la mayoría de las sociedades del mundo, sobre todo donde no suele haber consecuencias para los que depredadores de los recursos públicos, como es el caso nuestro, donde “el que roba no quiere que le digan ladrón”, porque “hasta se ofende”, como dijera el expresidente Danilo Medina, alumno aventajado de Leonel Fernández, su maestro y guía espiritual.
Alegar “persecución política”, “daño irreparable” a la democracia, “violación de los derechos humanos” (los derechos humanos deben ser para los “humanos derechos”, no para ladrones y asesinos), es una burla; un acto de cinismos imperdonable, porque los hechos no mienten. La mayoría de los acusados admitieron sus culpas y negociaron con las autoridades.
Los imputados revelaron actos de corrupción insospechados. El robo se produjo utilizando el financiamiento de la campaña electoral. No hubo tal financiamiento, hubo saqueo. Era como robarse el banco desde el propio banco. (Que le pregunten a Simón Lizardo) Se robaron el Estado los que estaban en el Estado. El financiamiento de la campaña electoral no era más que una excusa para robar.
Hay gente que tiene la cachaza, la cara dura, de ir a los medios de comunicación a defender a los dirigentes políticos y exfuncionarios que cometieron esos hechos tan graves y vergonzosos. Hay que no tener dos dedos de frente para defender a un partido que defraudó la confianza del pueblo, que traicionó los valores éticos y morales que le dieron origen. Los peledeístas deberían renunciar en masas, dan por liquidado ese partido, borrado para siempre de la faz de la tierra. Los peledeístas deberían estar avergonzados. ¡Muy avergonzados! Y no solo los peledeístas, todos debemos estar avergonzados.