No hay dudas de que las recurrentes muertes por accidentes de tránsito y la violencia de género constituyen dos fenómenos preocupantes.
La dirección ejecutiva del Sistema Nacional de Emergencias 911 reveló que los accidentes de tránsito siguen encabezando la lista de las llamadas de emergencias que atienden los operadores desde la creación de la institución, seguidos por los de violencia doméstica, incendios, dificultad respiratoria, entre otras.
De esas eventualidades, los accidentes de tránsito y los feminicidios son los más recurrentes. Según las reseñas periodísticas, en la República Dominicana, alrededor de 2,000 personas pierden la vida anualmente en choques de vehículos en las calles, avenidas y carreteras. Es un detalle que data de hace décadas y nada parece cambiar.
Los protagonistas de esos accidentes son conductores irresponsables, hombres y mujeres, que circulan las vías terrestres de manera temeraria, muchas veces en dirección contraria, tal vez embriagados y drogados. No respetan la luz roja de los semáforos y manejan a alta velocidad, como locos, poniendo en riesgo la vida de los demás. Lo peor del caso es que una gran mayoría anda sin seguro vehicular, sin licencia y si la tienen, está vencida. Y todo sigue igual. El desorden es evidente.
En lo que respecta a los asesinatos de mujeres por violencia de género o los llamados feminicidios, ya son noticias comunes que salen a diario en los medios de comunicación y redes sociales, dejando luto, dolor, en las familias y miles de huérfanos.
Llama la atención que muchas mujeres son ultimadas por sus parejas o ex parejas sentimentales tras estas negarse a una reconciliación. Las amenazas de muerte son comunes de parte de los hombres despechados, celosos y que se sienten desplazados por otros.
Algunas son golpeadas y maltratadas salvajemente, lo que las induce a presentar querellas ante el Ministerio Público. Sin embargo, esas quejas son retiradas luego de conversar con sus verdugos e incluso ellas solicitan que los liberen de la cárcel alegando que es el padre de sus hijos. Ese error ha llevado a la tumba a cientos de mujeres dominicanas.
Se han dado situaciones en que la mujer abusada perdona a su verdugo y vuelve a reconciliarse con él al creer en las palabras de éste de que jamás la maltrataría y es cuando desestima las acciones de persecución encaminadas por el Ministerio Público y desarrolla sentimientos negativos hacia la policía, las figuras de autoridad, o cualquier persona que podría estar tratando de ayudarles a alejarla de su pareja.
Ese comportamiento se conoce como el síndrome de Estocolmo, una modalidad que está relacionada especialmente con secuestros de alto perfil y situaciones de rehenes. Aparte de los casos de crímenes famosos, las personas comunes también pueden desarrollar esta afección psicológica en respuesta a varios tipos de trauma.
¿Qué es el síndrome de Estocolmo? Ocurre cuando las víctimas de abuso crean vínculos con sus captores o abusadores. Esta conexión psicológica se desarrolla a lo largo de los días, semanas, meses, o años de cautiverio o abuso.
Con el paso del tiempo, algunas mujeres llegan a desarrollar sentimientos positivos hacia sus captores, al punto de enamorarse y se casarse con sus secuestradores. Vale aclarar que ese fenómeno no ocurre con cada víctima de violencia de género, y no está claro por qué sucede en algunos casos.
Muchos psicólogos y profesionales médicos consideran que el síndrome de Estocolmo es un mecanismo de supervivencia que tiene una interesante historia. Pero no fue hasta 1973 que se dio nombre a esta respuesta al cautiverio o el abuso.
En esta fecha dos hombres retuvieron a cuatro personas como rehenes durante seis días después de un robo a un banco en Estocolmo, Suecia. Después de que los rehenes fueron liberados, se negaron a testificar contra sus captores e incluso comenzaron a recaudar dinero para su defensa. La famosa serie española La Casa de Papel reproducida en Netflix es un ejemplo de ese fenómeno.
No hay dudas de que las recurrentes muertes por accidentes de tránsito y la violencia de género constituyen dos fenómenos preocupantes que, por lo visto, incidirán por muchos años en la sociedad a juzgar por la conducta irracional y violenta de nuestra gente y la forma cómo las autoridades están actuando.