Pasaron semanas antes de que saltara a la opinión pública la muerte de Joshua, tiempo en que fue ahogado el reclamo de justicia de una madre desesperada.
“Son las 10 de la noche: ¿sabes dónde están tus hijos?”, rezaba la reflexión diaria de la televisora sobre la responsabilidad paterna, en los años en que la programación concluía antes de la medianoche.
Difícil saber dónde están los críos, cuando el “party” actual arranca al despuntar la madrugada y la “negociación” ha sustituido el mando vertical paterno.
Imposible volver al recio control de horario de aquellos días, en tiempos en que la escuela es un lugar peligroso, “educa” la asistente doméstica, la televisión y, en los últimos años, las incontrolables y omnipresentes redes sociales.
El centro del problema y de la solución es la familia, bombardeada desde todos los litorales, sin importar que estén “presentes” padre y madre o sean hogares monoparentales.
Al regreso de los afanes laborales, tras sobrevivir al infierno del imposible tránsito de la ciudad, los responsables de mantener el hogar desean descansar o prepararse para la jornada del día siguiente, y optan por librarse de los muchachos entregándoles aparatos electrónicos, que los harán presa de la irrealidad, de falsos modelos, que pregona atajos hacia el éxito donde se estrellan las enseñanzas y valores hogareños.
El muchacho desespera, envenenado por horas de consumo de imágenes de meteóricos éxitos, sin necesidad de acudir a las aulas, lo que desmorona el ejemplo filial, ante la imposibilidad de complacer el distorsionado aspiracional juvenil. Padres débiles lo intentan (“déjenme a mí criar mi muchacho”) y el cuadro empeora.
El consentimiento agrava al rebelde y un mal día el padre se entera, luego de ignorar todas las alarmas, que el muchacho está atrapado en el negocio de las drogas, lidera una banda criminal o que es “santero”, el que ubica a potenciales víctimas de atraco.
Insostenible la vitrina social y la diversión de discoteca en discoteca, para terminar envidiando a quienes pueden pagar un rato de ocio, convirtiéndolos en víctimas de un esquema de criminal existencia.
La culpa no es de Joshua ni de la discoteca. El joven tenía derecho y podía solventar un momento de sano esparcimiento y escogió una discoteca del sector Serrallés, que no ofrecía mayor riesgo, en una zona de bares y restoranes de clase media alta.
Nunca pensó el jovencito, con muchos proyectos para la felicidad de su madre, que hasta ese bar llegaría la frustración juvenil, empalmada con una curtida delincuencia, y que como consecuencia de un atraco perdería la vida.
El colmo es que hay padres y madres, llegada la peor desgracia, fruto de su permisividad y falta de carácter, intentan, por acción u omisión “remediar” el desastre, expuestos a incurrir en complicidad u obstrucción de justicia.
Pasaron semanas antes de que saltara a la opinión pública la muerte de Joshua, tiempo en que fue ahogado el reclamo de justicia de una madre desesperada.
La extraña puesta en escena, generó mayor solidaridad para el litoral agraviante que hacía la víctima fatal y sus familiares.
El ministerio público solicitó un año de prisión para “El dotolcito” y para “Chiquito”. Un tribunal envió al hijo del “Dotol Nastra” a Najayo y al segundo a La Victoria.
En el interín se divulgó en las redes la versión de alias Luis, que provocaría un replanteamiento del caso.
“Luis” dijo que “El Dotolcito” era el “santero” y que el taxista estaba involucrado, además de que el disparo que segó la vida de Joshua habría surgido desde el bar. La fiscalía lo cerró.
Alega se habría querido negociar cambios en las responsabilidades.
El ministerio público tiene que hilar fino para establecer reales responsabilidades y verificar si hubo otras complicidades y obstrucción de justicia.
Podría haber sorpresas…
¿Dónde están tus hijos?