La dirigencia del PLD, está compelida, necesariamente, a tomar un nuevo aire electoral.
A partir del año 2016, después de que Danilo Medina, asumió un segundo mandato constitucional, como presidente de la República Dominicana, el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), inició un proceso progresivo de involución —en cuanto a su mística partidaria—, cuya incidencia provocó profundas fragmentaciones que desintegraron paulatinamente su unidad estructural, hasta derivar en una expulsión democrática del poder político en 2020.
Anteriormente, el PLD, mantuvo un dominio pleno de la agenda electoral, gracias a la inefable experiencia de los dirigentes que componían su alta dirección política, quienes supieron concitar un amplio respaldo electoral, porque poseían suficientes conocimientos para saber al dedillo la realidad sociopolítica prevaleciente en el país, cuya eficacia estuvo caracterizada, esencialmente, por un oportuno andamiaje de la carpintería política que sirvió con éxito a los candidatos que compitieron en los diferentes procesos electorales.
En ese sentido, la política de alianza, articulada eficazmente por el Comité Político PLD, constituyó uno de los principales soportes que catapultaron a esa formación, como la más importante del país, durante los últimos 20 años, debido a que supo concertar con un arcoiris de ideologías, inclusive antagónicas entre sí, para construir una mayoría mecánica que permitiría sortear las turbulentas aguas de las elecciones municipales, congresuales y presidenciales.
Pero desde aquel entonces, hasta la fecha, si observamos el curso que siguieron los acontecimientos dentro del PLD, vemos que la dinámica del centralismo democrático que otrora acompañó a sus procesos internos, se comenzó a utilizar para avasallar a las minorías, hasta convertirse en un ambiente hostil, en donde los principios boschistas, fueron ahogados por un discurso de odio que desnaturalizó la esencia peledeísta, para dar paso a rencores que condujeron a una dispersión de las ideas que motivaron su creación como partido político.
En consecuencia, la desafortunada afirmación del alcalde de Santiago, y aspirante presidencial del PLD, Abel Martínez Durán, acerca de que "esa organización tiene claro que para las próximas elecciones municipales, no habrá ningún tipo de alianza con otros partidos políticos" —en franca alusión a la Fuerza del Pueblo—, no es otra cosa más que un lamentable reflejo de la desorientación institucional que atraviesa esa organización política.
En un esquema regulado por procesos democráticos, las coaliciones o alianzas entre agrupaciones políticas, constituyen una modalidad de vinculación utilizada para alcanzar objetivos comunes, en determinados momentos, mediante una maximización de votos que permiten contribuir a la representación colectiva de la mayoría, vale decir que tienen un valor social, ya que construyen fortalezas democráticas.
Por consiguiente, la taxativa afirmación de Abel Martínez, revestida con un cierto nivel de envalentonamiento, por demás innecesario, demuestra la evidente falta de tacto político, así como el franco desconocimiento de la realidad, puesto que, en su afanosa pretensión de sobreestimar la fortaleza del PLD, comete un error imperdonable cuando subestima la significativa importancia de las alianzas.
Para cualquier organización política, cerrarse ante la posibilidad de pactar una alianza electoral, significa disminuir sus posibilidades para lograr el éxito en unas elecciones. Por ende, la desafortunada declaración de Abel Martínez, contribuye solamente con acelerar un proceso migratorio que ya está marchando en el PLD, porque desde ahora en adelante, las deserciones de dirigentes aumentarán hasta convertirse en una hemorragia imparable que no podrá detener nadie. ¡Ni siquiera Danilo Medina!
La descabellada idea de utilizar a la "anti alianza", como un método para intentar frenar a la militancia peledeísta, negándole la posibilidad, a los aspirantes a puestos electivos, en el orden municipal y congresual, para formar parte de una amplia coalición opositora, significa un sinsentido absurdo e irracional, cuyos demoledores efectos terminarán sepultando políticamente a quienes pretendan sumarse a ese despropósito.
La dirigencia del PLD, está compelida, necesariamente, a tomar un nuevo aire electoral, porque de lo contrario correría el riesgo de descender del escenario donde se encuentran los partidos mayoritarios, es decir, precisa una alianza, con otras organizaciones políticas, para mantener su vigencia, gravitando alrededor de los espacios donde se toman las decisiones que trazan el rumbo democrático de la República Dominicana.
En política, los errores se pagan caro, a veces de forma estrepitosa. No obstante, Abel Martínez, no parece comprender esa metáfora de la vida, ya que, con su actitud irreverente, estaría empujando a sus seguidores en el PLD, a la dramática resolución de tener que apartarse de su lado o peor aún, despojarlo de la nominación, debido a que, su falta de pericia, estaría poniendo en riesgo la precaria posibilidad de la organización.
En el PLD, se siente una especie de vacío dirigencial, debido a la carencia de voces avezadas, como otrora sucedía, cuyas opiniones resultaban sabias y oportunas. Empero, ahora, nos encontramos enfrente de un grupo de peledeístas de nuevo cuño, con discursos fútiles, orientados no solamente a enfrentar el gobierno, sino también a la oposición.
Afortunadamente, basándose en un discurso de rencor absurdo, ningún aspirante del PLD, podrá arengar a las estructuras políticas en contra del expresidente Leonel Fernández, porque —quiérase o no—, Leonel, es el líder natural de la militancia morada. Pero, además, porque es actualmente quien representa la única posibilidad de retornar juntos al poder —PLD y Fuerza de Pueblo—, a partir del año 2024.
Paradójicamente, existió un momento en donde Abel Martínez, era visto con buenos ojos, como un posible acompañante vicepresidencial de Leonel Fernández, en una eventual alianza electoral, entre el PLD y la Fuerza del Pueblo. Sin embargo, algunas actuaciones imprudentes e improcedentes, fueron desvaneciendo las posibilidades, entre el expediente de la república y el alcalde de Santiago.
Hoy en día, el aspirante presidencial del PLD, Abel Martínez, luce como un barco a la deriva, sin rumbo definido y ni siquiera esperanza de llegar a puerto seguro, porque pretendió sacrificar a sus propios compañeros de viaje, cuando intentó tomar el camino de la autoextinción política, tras decidir unánimemente que no habrá alianzas para nadie.