El fanatismo, en cualquiera de sus manifestaciones: político, religioso, deportivo, etc., ha sido perjudicial en extremo para el hombre.
Es muy difícil resolver los problemas de cualquier país bajo el régimen democrático que les otorga derechos a todos los ciudadanos conceptualmente hablando, pero que al mismo tiempo privilegia a los unos sobre los otros. Se supone que en una democracia todos somos iguales, dice la doctrina, al igual que en las religiones, según las cuales, todos somos ante “los ojos de Dios” porque todos somos sus hijos, ya que él nos hizo “a imagen y semejanza”; sin embargo, tanto en la democracia, como en la religión, algunos “iguales” son más iguales que los demás, de lo contrario no habría tantos condenados a la pobreza ancestral desde el vientre de sus madres hasta el día de su muerte.
La democracia tiene más defectos que virtudes. El sistema fracasó hace siglos, pero los dueños del mundo lo mantienen porque privilegia, eterniza y legitima sus riquezas más allá de su origen. La acumulación originaria de capitales se impuso sobre premisas falsas de “justicia”, “igualdad” y “libertad”., que nunca han existido plenamente bajo ningún régimen. Esas tres palabras han servido para enajenar, embrutecer, esclavizar, matar y empobrecer a una buena parte de la humanidad que sigue sus conceptos básicos.
(A mí, pues, que nadie me habla de democracia, que nadie defienda lo que llaman “democracia representativa”, porque no me siento representado. A mí lo que me interesa, al igual que al chino de la revolución china, no es que el gato sea negro o que sea blanco, lo que me interesa y procuro es que gato cace ratones, es decir, que termine con la marginalidad y la pobreza en la que viven millones de seres humanos)
La verdad es que la “democracia”, como la hemos conocido, no ha resuelto ninguno de los problemas de la humanidad; al contrario, los ha creado, mantenido y profundizado. Imponer ese sistema, como lo hizo el Imperio Romano con el cristianismo, ha sido un error que le ha costado demasiado a la propia humanidad que no termina por aprender de sus errores en materia religiosa y política.
El fanatismo, en cualquiera de sus manifestaciones: político, religioso, deportivo, etc., ha sido perjudicial en extremo para el hombre. La historia lo confirma. No ha habido un solo sistema político o ideológico que haya servido para evitar el hambre, la pobreza y la marginalidad de grandes grupos humanos; uno que haya evitado el enriquecimiento de pocos sobre la pobreza de las grandes mayorías. El único sistema igualitario, la “comunidad primitiva”, que desapareció hace millones de años. Era el tiempo en que nadie era dueño de nadie ni de nada, cuando todo lo que había en la tierra, en los ríos y en el mar, era era dede era de todos por igual. El mundo se jodió cuando apareció la propiedad privada, cuando las cosas comenzaron a tener “dueño”, incluyendo a los propios humanos.
La ignorancia, el desconocimiento o falta de entendimiento del porqué de las cosas fue lo que permitió el nacimiento de los dioses que surgieron en todas las culturas. El hombre creo a los dioses para poder explicar razonablemente los fenómenos de la naturaleza. El hombre inventó a Dios, por eso lo hizo a “imagen y semejanza”, con sus virtudes y con sus defectos. Y lo hizo varón, no hembra, para mantener el control y el poder sobre su compañera.
La explotación del hombre por el hombre, la esclavitud, abominable y perversos, el feudalismo, igualmente aborrecible, el capitalismo, “salvaje”, despiadado y cruel, que no es más que una combinación del esclavismo y el feudalismo. (Nadie lo explica mejor que el poeta Pedro Mir en su obra fabulosa “Contra canto a Walt Whitman”)
El carrusel de la historia no se detiene. A lo largo de cientos de miles de años hemos avanzado, sin duda. Descubrimos el fuego, inventamos la carreta, la agricultura, la caza, el lenguaje para comunicarnos, etc., etc., etc. Hemos luchado con éxito en contra de la naturaleza, ganando cada vez más terreno, ganamos la noche extendiendo el día de 12 a 24 horas, y la propia existencia humana la hemos extendido en cantidad y calidad de vida. El mundo en que vivieron nuestros antepasados no es ni sombra del mundo en que vivimos actualmente, a pesar de las destrucciones de ciudades y países a través de las guerras constantes que el hombre, por ambición desmedida, se hace a sí mismo sin importarle las consecuencias.
Aproximadamente 80 mil millones de humanos pueblan la tierra. No hay una sola razón para que una persona, no importa su edad, ni el lugar donde resida, si en África, Asía, Europa o América, que se acueste sin comer. Es más, está comprobado, que con los alimentos que se desperdicia o desechan en el mundo desarrollado, se pueden alimentar todos los pobres del planeta. Pero ocurre, que, como dice un famoso economista, Premio Nobel, “el 1% más rico del planeta ya es dueño del otro 99%,” provocando una desigualdad morbosamente insostenible.
Como dijera el escritor peruano Ciro Alegría, en 1941, “El Mundo es Ancho y Ajeno” (Todavía) o como dijera el trovador argentino, Atahualpa Yupanqui, “las penas y las vaquitas se van por la misma senda, las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”. En el 2021, según un estudio, en el mundo había más de 60 millones de personas con por lo menos un millón de dólares, mientras cerca de mil millones están en pobreza o por debajo del nivel de pobreza, sin techo, sin alimentos, sin agua potable, sin energía eléctrica, sin hospitales ni escuelas.
Mientras no cambie esa situación en el mundo, que nadie me hable de sistema político alguno, de ideologías atrapadas en el pasado, porque ya no pertenezco a ningún “ismo”, como afirma Fito Páez.