Los cristianos damos diezmos y ofrendas porque estamos absolutamente convencidos de que todo lo que poseemos es de Dios y que al darle una parte a Él.
Todos los seres humanos recibimos de manera permanente las bendiciones del Dios Todopoderoso. Todos nuestros talentos para triunfar, los bienes que poseemos, las familias que tenemos, las oportunidades que se nos abren, todo lo bueno en nuestras vidas, es el resultado de los planes de Dios.
Esa verdad es importante valorarla, sobre todo porque la Biblia dice muy claramente que cada uno de nosotros es bendecido para poder convertirnos en canales de bendición de otros. Proverbios 11:25 lo dice muy claro: “El alma generosa será prosperada, y el que sacie a otros, también será saciado”. La comprensión de esa gran verdad es lo que permite comprender en su justa dimensión lo que representan los diezmos y las ofrendas para los cristianos. Una de las características principales de quienes han asumido a Jesús como Señor y Salvador, es aprender a dar a los demás, a no sentirse apegados a los bienes materiales y estar conscientes de que siempre hay mayor bendición de Dios cuando dan, que cuando reciben.
Jesús nos enseñó a ser humildes y a no apegarnos a las cosas de la tierra, pues nuestro verdadero tesoro está en los cielos junto a nuestro Padre Celestial.
Como dijimos anteriormente, ese Padre, Dios, es quien nos ha dado todo lo que tenemos: familia, casa, carro, hijos, inteligencia, riquezas, etc. No hay nada de los bienes o posesiones que hemos adquirido, que no haya sido dado por el Dios Todopoderoso, quien nos ama y nos bendice de manera permanente. Y si piensas que todo lo que tienes lo has logrado por tu capacidad de trabajo y tu inteligencia, solo reflexiona por un momento quién fue el dador de esas virtudes y talentos que posees, y que te han permitido lograr todo lo que has alcanzado. La respuesta, sin lugar a dudas ni temores, es una sola: Dios.
Él nos lo ha dado todo. Pero también nos ha señalado cómo debemos actuar frente a los demás para estar siempre en el ciclo de bendiciones que tiene para nosotros. En Hechos 20:35, el Apóstol Pablo expresa con claridad lo siguiente: "Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: "Hay más Bendiciones en dar que en recibir". Y es que Jesús fue capaz de entregar todo por los demás, hasta su propia vida. Y ese fue el gran ejemplo y el gran legado que nos legó: Debemos aprender a dar, porque dando recibimos muchas más bendiciones que recibiendo.
Los cristianos damos diezmos y ofrendas porque estamos absolutamente convencidos de que todo lo que poseemos es de Dios y que al darle una parte a Él, estamos siendo agradecidos y obedientes. La obediencia trae más bendición todavía, dice la Biblia. Cuando ofrendamos y diezmamos, estamos abriendo un ciclo amplio y enorme de bendiciones de Dios para nosotros y todos los que nos rodean. Dios no necesita nuestro dinero ni nuestros bienes. El quiere ver nuestros corazones y nuestra actitud de ser obedientes para bendecir a otros, como Él nos ha bendecido a nosotros. Cuando damos debemos hacerlos, como dice 2 de Corintios 9:7, no por necesidad ni mucho menos por obligación, porque "Dios ama al dador alegre".
Para los cristianos los diezmos y ofrendas son una forma de entrar en ese ciclo de bendiciones eternas de nuestro Señor. Y no es que dando busquemos esas bendiciones, pues si lo hacemos así estamos entendiendo mal el mensaje y actuado contrario a lo que quiere Dios. El Padre Celestial quiere ver nuestros corazones, no nuestros bolsillos o nuestros bienes. Y Él sabe muy bien que un corazón agradecido sabe valorar lo que ha recibido y por eso, no busca una retribución. Simplemente, es obediente y agradecido. Y si lo hace así, está abriendo en su vida un ciclo de amor, prosperidad y bendición.
Por eso, debemos dar sin esperar nada a cambio, sabiendo que estamos siendo obedientes a nuestro Dios, y alegres porque cuando damos de manera permanente, entramos y mantenemos la gracia y la bendición de Dios en nuestras vidas. Por siempre y para siempre.