El último movimiento vuelve a plantear preguntas incómodas: ¿de qué va esta guerra, cuánto durará y si alguien saldrá vencedor?
Por Daud Khan/IPS
ROMA – La guerra en Ucrania no parece tener fin a la vista. Al contrario, sigue intensificándose. La última ha sido la decisión de Estados Unidos de suministrar bombas de racimo al ejército ucraniano. Se trata de armas terribles que se dispersan y explotan en una amplia zona. Están diseñadas específicamente para matar personas en lugar de destruir infraestructuras, instalaciones militares o nudos de comunicaciones.
También guardan un aguijón en su cola: algunas de las bombetas quedan sin explotar, convirtiéndose en minas antipersona. Esto puede transformar amplias franjas de territorio en zonas prácticamente inhabilitadas.
En reconocimiento de la terrible naturaleza de estas bombas, su uso, transferencia, producción y almacenamiento están prohibidos por la Convención sobre Municiones en Racimo, un tratado internacional firmado en 2008 por 108 países. Sin embargo, varias grandes potencias militares, entre ellas China, Estados Unidos y Rusia, no han firmado la Convención, como tampoco lo hizo Ucrania.
Las bombas de racimo han sido utilizadas por ambos bandos en la guerra actual. Esto no solo ha causado un elevado número de víctimas humanas, sino que ya ha convertido muchas zonas en un campo de minas que tardará décadas en limpiarse.
Pero, al parecer, las existencias de este tipo de bombas en Ucrania se están agotando y la decisión de Estados Unidos les ayudaría de hecho a continuar una contraofensiva que flaquea. En particular, se espera que ayuden a desalojar a las fuerzas rusas atrincheradas en territorio ucraniano.
El último movimiento vuelve a plantear preguntas incómodas: ¿de qué va esta guerra, cuánto durará y si alguien saldrá vencedor?
Como en todas las guerras, hay muchas causas cercanas de corto plazo. Dependiendo de la lente que se utilice, la guerra trata de proteger los derechos de los rusohablantes en el Donbás; o de los derechos de todos los ucranianos -sean rusohablantes o ucranianos- a seguir su deseo de formar parte de una Europa democrática liberal.
Pero también hay intereses a largo plazo en juego. Dependiendo de las opiniones políticas de cada uno, esta guerra tiene que ver con un Vladímir Putin irredentista y hambriento de poder. Otra opinión es que la guerra se debe a la resistencia rusa a la continua expansión de la Otan (Organización del Atlántico Norte) hacia el este y a la creación de una Ucrania bien armada, aunque desnuclearizada, una espina clavada en el costado de Rusia.
Sea cual sea el punto de vista que se quiera adoptar sobre las diversas causas, se trata sin duda de una guerra existencial para el Estado ruso tal como es ahora, para el Estado ucraniano tal como es ahora y para el mundo unipolar, dominado por Estados Unidos, tal como es ahora.
Si los ucranianos ganan, sería el fin del régimen de Putin. También supondría el fin de sus aspiraciones de una Gran Rusia, de sus sueños de convertir a Rusia de nuevo en una potencia mundial y de sus esperanzas de utilizar la energía rusa y otros recursos minerales para construir la prosperidad nacional.
Si, por el contrario, ganaran los rusos, sería el fin de las aspiraciones de Ucrania de formar parte de una Europa democrática liberal, de formar parte de la Unión Europea (UE) y de ser miembro de la Otan. La victoria rusa significaría también un duro golpe para Estados Unidos, sus aliados y el orden mundial existente.
Lo mucho que está en juego implica que ninguno de los principales protagonistas puede permitirse el lujo de marcharse sin una victoria clara.
Esto contrasta con otras guerras recientes, como las de Afganistán, que libraron Rusia y Estados Unidos. Incluso en estas guerras estaban en juego intereses estratégicos: Rusia quería acceder a un puerto de aguas cálidas en el océano Índico y Estados Unidos quería un régimen amigo en Kabul para contener el terrorismo islámico.
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Abandonar esas guerras implicaba sin duda renunciar a esos objetivos estratégicos, así como una importante pérdida de prestigio. Pero no había tanto en juego como en la actual guerra de Rusia contra Ucrania.
Por eso es poco probable que veamos un intento serio de alto el fuego, y menos aún una reunión de las partes en torno a una mesa de negociaciones.
Por desgracia, lo más probable es que la guerra continúe. Y no sólo eso, es probable que se intensifique, como ha sucedido durante el último año, desde el envío inicial de \"armas defensivas\" hasta el envío de misiles de largo alcance, tanques modernos y, ahora, bombas de racimo.
Lo más probable es que el siguiente paso sea el envío de aviones modernos, como los F-16, en los que ya se está entrenando a pilotos ucranianos. ¿Y después? Tal vez el uso de algún tipo de armas nucleares en el campo de batalla.
Y mientras la guerra en Europa se alarga y se intensifica, hay un elefante en la habitación: China, el archienemigo de los Estados Unidos.
¿Cómo se comportará mientras Estados Unidos y sus aliados suministran armas cada vez más sofisticadas a Ucrania? ¿Intentará reforzar a Rusia, con la que mantienen una \"amistad sin límites\"? O ¿tendrá la tentación de apoderarse de Taiwán mientras Estados Unidos está inmerso en Ucrania?
Se avecinan tiempos peligrosos e inciertos.
Daud Khan trabaja como consultor y asesor para diversos gobiernos y organismos internacionales. Es licenciado en Economía por la Escuela de Economía de Londres y de Oxford donde fue becario Rhodes; y también es egresado en Gestión Medioambiental por la Universidad Imperial de Ciencia, Tecnología y Medicina de Londres. Divide su tiempo entre Italia y Pakistán.
T: MF / ED: EG
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