¿Puede un virus destruirnos totalmente?
Diversos diagnósticos médicos confirman que sí. El miércoles Santo, es decir, el 5 de abril pasado es inolvidable en mi vida porque la marcó severamente a tal punto que alteró y paralizó el ritmo de cotidianidad de mi existencia. Casi me lleva a la curva del más allá, pero aquí estoy gracias a Dios, la asistencia médica y una efectiva protección alimenticia en el hogar.
Fui afortunado pese a estar al borde del precipicio durante casi 5 horas, producto del impacto físico y emocional que causó una parálisis facial lado izquierdo, evento que me acercó más a Jesucristo en el momento en que una densa niebla cubría mi organismo.
Un cambio en mi estilo de vida incluido lo laboral que confirma la fragilidad humana, así como la corta distancia que separa la felicidad de la desgracia y la ruta de la adversidad que nos conduce hacia el ocaso existencial.
Lo más importante es que pude sobrevivir y ya estoy recuperando las energías en mi organismo, las que me permiten respirar, caminar, soñar, pensar, articular, escribir y exponer ideas sobre el universo que nos rodea.
Vayamos a un resumen que recoge cronológicamente lo que ocurrió con mi salud aquel miércoles Santo del 5 de abril de 2023.
-Salí de mi hogar en San Pedro de Macorís siendo las siete de la mañana, dispuesto a cumplir con mis responsabilidades en la Sala de Prensa de la Dirección de Prensa del Presidente (DPP), en el Palacio Nacional.
Antes de tomar la ruta hacia Santo Domingo en el transporte público de la empresa Astrapú, ingerí un desayuno que contenía frutas variadas, yogurt y una tostada con huevos. Igual hice con mi hijo Moisés, que se preparaba para ir a su lugar de trabajo.
Como de costumbre, previo a salir hago una oración encomendando mi viaje al Señor Jesucristo. Justo llevo 4 décadas viajando entre San Pedro-Santo Domingo, tomando el riesgo en la transitada autopista Las Américas.
Recuerdo una ocasión en que Carlos Julio Feliz, sobresaliente periodista de Pedernales, me dijo: ¿” Cómo tú aguantas Manuel esos viajes diarios”.
Le recordé para mi tranquilidad y hasta paz interior que San Pedro de Macorís está a una distancia más cercana de Santo Domingo que Pedernales. Coincidimos, aunque no dejó de expresar finalmente: “Ayyy…cuídate en esa travesía”.
Bordeando el peligro
En mis largas horas de viaje para ir a cumplir con mi trabajo en el Palacio Nacional he tenido la suerte de no sufrir un accidente de tránsito, aunque sí soy testigo ocular de vuelcos de patanas, carros, autobuses y camiones en la autopista Las Américas, lugar donde perdió la vida en un aparatoso accidente automovilístico en la década del setenta el entonces afamado campeón de boxeo profesional Fausto-Ceja-Rodríguez, hijo querido del sector San Carlos, Santo Domingo.
Una crónica rubricada por Yoel Adames en el Listín Diario el 14 de agosto de 2017 en ocasión del 40 aniversario del fatal vuelco que sufrió el popular pugilista expresaba:
“Cunino”, como le llamaron sus amigos más cercanos en su sector natal de San Carlos, donde creció frente a la escuela Chile, murió en la flor de la juventud, apenas con 25 años, cuando en una tarde lluviosa, de regreso de la playa de Boca Chica, perdió la vida junto a su esposa Bertha y su pequeño hijo Fausto Jr.; en un accidente automovilístico, solo sobrevivió la pequeña “Rosita” de meses de nacida, aquel 14 de agosto de 1977”.
Una noche tras agotar una intensa jornada en la redacción de El Nuevo Diario en la primavera de 1982 un fuerte cólico “destrozaba” mis intestinos lo que me obligó a descender del autobús que nos conducía a la ciudad de San Pedro de Macorís. Tras cruzar la estación del peaje frente al Aeropuerto Internacional de Las Américas José Francisco Peña Gómez, le pedí al conductor que me dejara allí porque tenía una emergencia. Me miró por el retrovisor antes de detener el vehículo y exclamó… ¿pero usted no se queda en San Pedro?
No atiné a responder mientras descendía del vehículo ante el intenso dolor intestinal y tuve la suerte de cruzar la autopista y pasar rápidamente al baño de un restaurante. Allí, ¡Por fin!, encontré la vía de solucionar el intenso dolor del cólico.
Es el momento más difícil de mi prolongada travesía entre la Sultana del Este y la capital dominicana. Otros, sin dudas y son los más estresantes, esos angustiosos tapones en los puentes Juan Pablo Duarte, Juan Bosch y Ramón Matías Mella en medio de los fastidiosos tapones y la intensidad de la indetenible manecilla del reloj.
Durante casi 24 años de labor en el Palacio Nacional he tenido con frecuencia que madrugar para evitar así retrasos en la hora de llegada, especialmente en los extensos y agotadores viajes a provincias con el expresidente Hipólito Mejía Domínguez (2000-2004), periodo en que inicié mi labor en la sede gubernamental.
Previo a trabajar en el Palacio Nacional fui reportero de los diarios El Sol, El Siglo y El Nuevo Diario. Además, en el noticiario de Radio Televisión Dominicana.
Parálisis facial
Una parálisis facial lado izquierdo me sacó de circulación imposibilitando mi ritmo laboral durante tres meses en la Dirección de Prensa del Presidente, dependencia del Ministerio Administrativo de la Presidencia. Incluso, detuvo mis acostumbrados artículos que semanalmente escribo en varios diarios dominicanos.
Los expertos creen que dicha dolencia está causada por la hinchazón e inflamación del nervio que controla los músculos de un lado de la cara. Y que puede ser por una reacción que tiene lugar luego de una infección viral.
A esa conclusión llegó el neurólogo Juan-Anthony-Almánzar, primer médico especialista que trató mi caso en el Centro Oncológico de la Universidad Central del Este en San Pedro de Macorís.
El medio ambiente es un factor a tomar en cuenta y en una sociedad donde imperan los vectores que surgen de la contaminación no pueden ser descartados.
En mi lado facial izquierdo sentí un “sacudión” que retorció al instante mi boca con características similares a un vaso desechable lanzado al zafacón.
El espejo me confirmó la gravedad de lo ocurrido y gracias a la “cachetada” que recibí del doctor Almánzar, quien a tono de broma dijo:” Eso es un disparate”. Su expresión seguida de un apretón de manos levantó mi ánimo y la moral.
El padre de mi amigo Almánzar fue nuestro profesor en el bachillerato del Plan de Reforma en el Liceo Secundario Gastón Fernando Deligne, de San Pedro de Macorís.
Terribles episodios
Aproximadamente a las 12:25 del mediodía salí de la oficina de la Sala de Prensa para almorzar en el restaurante Tony Vegetariano, calle 30 de Marzo, esquina Imbert, a tres cuadras de la sede del Ejecutivo.
Ninguna señal adversa hasta cuando inicié la degustación alimenticia y en ese preciso momento fue cuando mis labios laterales izquierdos quedaron inmovilizados. Los sentí adormecidos, como si estuvieran congelados.
En medio de la confusión me levanté de la silla dejando el plato sobre la mesa con los alimentos seleccionados y Pedro Cayetano, vendedor de productos naturales, quien me acompañaba llegó a murmurar. Pero, …profesor, ¿usted dejó toda la comida?
A ritmo acelerado retorné nuevamente al Palacio Nacional y me dirigí al consultorio médico para los empleados, ubicado en el primer nivel de la mansión presidencial, donde una doctora de servicio examinó mi presión arterial. Todo estaba en “los parámetros normales”.
Pese a ello, tomé la decisión de acudir a un neurólogo en la clínica Abreu, y para mi mala suerte las dos jovencitas que fungía de recepcionistas estaban concentradas en un “plácido chateo”. No hicieron caso a mi llamado de que se trataba de una emergencia.
La neurología es la rama de la medicina que estudia el sistema nervioso. Se ocupa de la prevención, diagnóstico, tratamiento y rehabilitación de todas las enfermedades que involucran al sistema nervioso central, sistema nervioso periférico y el sistema nervioso autónomo.
Ahí, decidí regresar a San Pedro de Macorís para consultar al neurólogo Almánzar, excelente profesional egresado de la Facultad de Medicina de la UCE, con especialidad en medicina interna y en neurología.
Tras evaluar mi condición de salud, el facultativo elaboró una estrategia para contraatacar la parálisis facial lado izquierdo que estremeció mi organismo, que consistía además de medicamentos, varias sesiones de fisioterapia y un absoluto reposo.
Recomendó el Get Well, localizado en el Paseo de Portuarios número 220, Miramar, y el Centro de Rehabilitación Macorís, en la Leopoldo Perera Acta número 56, próximo a la avenida Luis Amiama Tió para mis terapias.
Afortunadamente, logré ser atendido en el último establecimiento dirigido por la doctora Gladys Sabino con un personal de masajistas de alta calidad. El centro posee también equipos de rehabilitación y de fisioterapia de notable nivel.
En el primer centro, la prepotencia, deshumanización y falta de profesionalismo es lo que sobresale.
Precisamente, en el Get Well encontré a dos empleadas grotescas e insensibles que me negaron asistencia pese a tener una emergencia. Primero, por no aceptar mi seguro máximo de ARS SENASA y por supuestamente estar “muy alterado emocionalmente”. El reloj marcaba las 5:45 de la tarde y ya a esa hora estaba agotado y muy abatido por el impacto de mi parálisis facial.