La radio dominicana, como la mayoría de los medios de comunicación, dígase periódicos y televisión, han perdido su esencia de informar, formar, educar y entretener.
Podría decir que se trata de un fenómeno social relativamente nuevo que afecta principalmente a un sector cada vez más numeroso de la juventud, aunque no es del todo exclusivo, porque también hay adultos en lo que he llamado “la generación chatarra”, integrada por personas que han entrado en el universo -cada vez más amplio- de los antivalores.
La generación chatarra es aquella que ni trabaja, ni estudia, (más del 25% de los jóvenes de la República Dominicana. Los llamados “hijos del PLD”) que nunca se ha leído un libro, ni les interesa, que no le gusta el buen cine (solo las películas chatarras), que no escucha buena música (no sabe quién fue Mozart, Beethoven, Wagner, Schubert, Strauss, Los Beatles, Serrat, Milanés, Silvio, Víctor y Ana, Solano, Niní, el magistrado Fernando Casado, etc.); no tiene referencia cultural ni sabe quién fue Neruda, Benedetti, Vallejo, Machado, Octavio Paz, Borges, García Márquez, Guillen, Bécquer, Cervantes, etc.)
La radio dominicana, como la mayoría de los medios de comunicación, dígase periódicos y televisión, han perdido su esencia de informar, formar, educar y entretener, colocándose al servicio de la enajenación y la transculturización, promoviendo la incultura y, por lo tanto, el embrutecimiento, llevando mensajes alienantes que conducen al alcoholismo, el tabaquismo, la drogadicción, la prostitución y la perversidad sexual.
Escuchar la radio hoy día es una vergüenza, por los contenidos obscenos, vulgares, triviales y embrutecedores que difunden personas -hombres y mujeres- que no tienen la educación ni la preparación profesional para hablar por un micrófono, sin que ninguna autoridad intervenga para llamar al orden, la decencia y las “buenas costumbres”, como si el Estado no fuera el dueño de las frecuencias tanto de radio como de televisión. La democracia no puede confundirse con el libertinaje.
Los diarios, en su afán por mantenerse vigentes y actualizados están persiguiendo las mal llamadas “redes sociales” con un alto contenido farandulero, convirtiendo en “viral” “noticias” que carecen de todo valor social que no sea el de “entretener” a los jóvenes de ambos sexos con valores y estereotipos decadentes, que nos hablan de una sociedad cada vez más enferma y desquiciada.
Es verdad que estamos viviendo en la sociedad del espectáculo, pero el espectáculo puede ser bueno, entretenido, educativo y cultural; no tiene por qué ser degradante, alienante, estrafalario, vulgar ni decadente.
Es bien sabido, la ciencia lo ha demostrado, el problema terrible que la comida chatarra le ha hecho a la salud de millones de jóvenes y adultos, provocando sobrepeso, diabetes, hipertensión, daños renales, etc., ocasionando la muerte de millones de seres humanos. Igualmente, los contenidos chatarra en los medios de comunicación, incluyendo las redes sociales, por supuesto, han dañado y enfermado las mentes de millones de jóvenes, que irrespetan a sus padres, abuelos, maestros, autoridades, etc., igual los incentivan al consumo de alcohol, tabaco, drogas, prostitución, sexualidad distorsionada, que promueve la homosexualidad y el lesbianismo como una moda, etc.
El daño que provocan los “influencers” a los “estupidenses” -cada vez más numerosos- es tan dañino como los alimentos chatarra que consume la gente cotidianamente, que provocan un mal irreparable a la salud de quienes la consumen por no tener todas las propiedades alimenticias requeridas y por su alto contenido de azucares, grasas y sal.
No sería mala idea que los dueños de las redes sociales dejen de monetizar a los “influencers” para que no sigan idiotizando, buscando “like” injuriando y difamando artistas, funcionarios y personalidades del mundo del espectáculo para enriquecerse llamando la atención, buscando protagonismo y despertando el morbo de la población. Señores que viven del chisme, la mentira, la difamación y el engaño sin importarle el daño que producen. Son más peligrosos que una Cobra venenosa en el desierto de la impunidad en un país como el nuestro dónde no existe un régimen de consecuencias.
Los “estupidenses” son los que enriquecen a los “influencers”. Cuando YouTube, por ejemplo, deje de enviarles dinero a los “influencer” analfabetos, sin formación ni cultura, (no todos son tarados) que hablan con faltas ortográficas, que sólo saben pronunciar “palabrotas”, mientras más obscenas y vulgares, más morbo, el daño a la “generación chatarra” que estamos creando, será mucho menor.
El celular se ha convertido en una droga de la cual dependemos cada vez más, haciéndonos sentir “libres” cuando en realidad somos cada vez más dependientes, más atado culturalmente, consumiendo los contenidos malsanos y alienantes que nos llegan a través de las redes, impidiendo que pensemos “con cabeza propia” y luchemos por las causas verdaderamente necesarias para transformar el mundo en que vivimos. El móvil nos impide pensar, actuar y educarnos. Nunca la humanidad había estado más dependiente ni más atada y constreñida que ahora gracias “a la magia de la Internet”.
Las redes sociales se han convertido en un verdadero dolor de cabeza para el sistema educativo nacional. En muchos países están siendo reguladas y hasta prohibidas durante determinadas horas del día. (Los padres, desde muy temprana edad, les entregan una “table” o un móvil a sus hijos para que “juegue” y se tranquilice mientras ellos hacen otras labores. Las redes son las que están educando a los muchachos de hoy que no saben ni siquiera multiplicar, sumar y restar, porque el aparato lo hace sin ningún esfuerzo cerebral. Los niños de hoy parecen autistas sumergidos en un mundo irreal, donde el hambre, la muerte y la guerra solo existen en sus pantallas)
No se trata de limitar el derecho a la libre expresión y difusión del pensamiento. No es coartar a nadie, ni ponerle un zipper en la boca a nadie (aunque muchos lo merecen). Ahora bien, el Estado tiene la obligación legal y constitucional, de proteger la sociedad, de velar por el respeto a la privacidad de los ciudadanos, a valar por la salud mental de la niñez para que no forme parte de la “generación chatarra” que estamos creando y que tanto daño le está haciendo al país.