La intención era adoctrinar la mayor cantidad de seres humanos de cada país, para impulsar las transformaciones sociales.
Los primeros treinta años de la segunda mitad del siglo XX se desarrollaron en el país y el mundo bajo un velo terrible de inestabilidad social, política y económica. La guerra fría, impuesta por los dos ejes políticos mundiales de la época, exigía lealtad total a cada habitante del planeta.
Las teorías y doctrinas capitalistas y comunistas tenían interlocutores fogosos en cada región de cada continente. Los manuales, la música, las películas, las fotografías, los documentos, y las arengas de una y otra conceptualización filosófica sobre la vida y el desarrollo en cada régimen ideológico, llegaba con regularidad a ambos grupos de fervientes seguidores en todo el planeta.
La intención era adoctrinar la mayor cantidad de seres humanos de cada país, para impulsar las transformaciones sociales, en esencia el cambio total, la revolución proletaria, según los practicantes del comunismo. Las teorías capitalistas en cambio, procuraban mantener incólume su Status Quo, pues era el criterio que había normado su existencia durante siglos. Para ellos no era nada deseable asumir los criterios esbozados por Karl Marx y Federico Engel al materializarse la revolución bolchevique en el imperio ruso en octubre del año 1917.
Dentro de las conjeturas de los defensores de la concepción capitalista del mundo, rondaba mucho en su subconsciente el criterio de por qué cambiar lo que ya conozco y me satisface, por algo que no conozco y que tendrá la potestad de variar una parte, o totalmente, mis riquezas individuales, familiares e industriales.
En ese escenario, sumamente confuso, temeroso y cíclico, se agregan los regímenes totalitarios en cada continente, sin importar el grado intelectual, educativo y cultural de sociedades sumamente adelantadas en cientos de países en el mundo. Impulsadas y apoyadas por los ejes capitalistas en su gran mayoría, las dictaduras y los dictadores se convirtieron en estratégicos aliados de las acciones anticomunistas. Estos regímenes podían ser civiles, pero los más comunes y preferidos por las hordas capitalistas en cada país, eran aquellos de carácter militar.
Esa preferencia obedecía al hecho de tener un mayor control de las armas bajo inventario estatal, además de vender a los distintos regímenes militares la terrible idea de que los sistemas comunistas dejan sin efecto legal los institutos castrenses, pues sus militantes ocupan esas posiciones una vez llegados al poder de cada país.
Para ilustrar con hechos ese criterio tan demoledor en el subconsciente de oficiales, alistados y clases, esgrimían diversos ejemplos de casos llevados a cabo en algunas naciones del universo que habían logrado implementar su proceso revolucionario. Esa metodología de convencimiento llegaba de manera certera a la siques de cada soldado enrolado en la estructura militar sin importar su rango o nivel intelectual.
Ese adoctrinamiento tan incisivo provocaba actuaciones fuera de control, muchas veces llegando a irrespetar los procedimientos, la ética, y la vida de cada ser humano. Se agregaba a cada régimen dictatorial un financiamiento estratégico donado por el gran capital por sus acciones, además de una permanente asesoría logística de propaganda anticomunista.
En esa etapa de treinta años, que corresponde al período desde el 1950 al 1980, las condiciones económicas y materiales para las grandes mayorías de ciudadanos del mundo, eran muy limitadas. Ese hecho, unido a las
transformaciones sociales reclamadas por los teóricos locales e internacionales del comunismo acrecentaron las confrontaciones. Estas acciones de uno y otro lado, casi llevan el mundo al borde de un colapso bélico total.
No sé dónde ustedes, congéneres de estas experiencias, vivieron su espacio particular y general de vida en esos primeros treinta años de la segunda mitad del siglo XX, pero los vi correr frente a mis ojos en una pequeña islita del Caribe llamada República Dominicana. Aquellos tiempos tienen nostalgias importantes y muchas llegan a ser lúdicas. Les confieso, esas son las de menor cantidad. Luego de concluida la Revolución de Abril del año 1965 en el país, las fuerzas hegemónicas del mundo impusieron un gobierno represivo de doce largos años. En realidad el gobierno era una semi-dictadura. Lo califico y lo certifican con esas características reconocidos historiadores del país y del continente, porque rondaba esos linderos, pero no llegaba al profundo comportamiento de la dictadura de treinta y un años implementada por Trujillo y los grupos empresariales, militares y familiares que les apoyaron. Esa semi-dictadura desarrollada durante doce (12) años, desde el mil novecientos sesenta y seis hasta el mil novecientos setenta y ocho (1966-1978) diezmó una alta cantidad de jóvenes y adultos que luchaban por una mejor calidad de vida para el país, ya que el sistema capitalista imperante no se la proporcionaba.
A esa primera generación de treinta años, surgida al calor de la Guerra Fría y la Revolución Constitucionalista que se gesta como repulsa al Golpe de Estado del 25 de septiembre del 1963 contra el gobierno del profesor Juan Bosch, electo democráticamente mediante el voto popular, se agregó la siguiente que venía con mayor ímpetu a reclamar lo que por derecho y razón le pertenecía. Impulsados por las concepciones filosóficas de Duarte y los Trinitarios; de Luperón y los Restauradores; de los combatientes
revolucionarios de 1949 y 1959; las fértiles orientaciones de Manuel Aurelio Tavárez Justo, Rafael Tomás Fernández Domínguez, Juan Bosch y Francisco Alberto Caamaño Deñó, entendían que el proceso revolucionario era posible en el país como había sucedido en Cuba y en otras regiones del mundo. Esa generación mortalmente infiltrada por los organismos de inteligencia nacional e internacional, sucumbió ante ese asedio contundente de las fuerzas retrógradas que dirigían el mundo en esos momentos. Nuestro espacio geográfico estaba y está dentro de un área de gran influencia anticomunista. Se sumaba a ese hecho el ejemplo viril del triunfo de la Revolución Socialista en Cuba, fenómeno político y guerrillero que el sistema capitalista no podía tolerar más en el continente de Bolívar, Sucre, Martí, Duarte, Sandido y José de San Martín.
Ahogado en sangre ese extraordinario esfuerzo político de la juventud dominicana en treinta años de confrontaciones fratricidas, forzó a un repliegue de las acciones violentas a ambos lados de la esfera política. Esa necesaria decisión no fue sólo local, abarcó el Continente Americano y otras regionales del mundo.
Las décadas de los ochentas y los noventas, caracterizadas por grandes crisis económicas globales con fuertes incidencias en el plano local, alteraron el panorama político pero reorientaron las estrategias económicas y sociales. Ya el fantasma del comunismo no era la preocupación de los capitalistas. Tampoco la vida capitalista asustaba al comunismo. Todo lo contrario, iniciaron alianzas estratégicas para impulsar el desarrollo de sus países, haciendo énfasis especial en las grandes naciones comunistas. El problema grave ahora consistía en proveer empleos, educación, salud y vivienda a un tejido social más demandante, con mayor preparación intelectual y política para reclamarlo. Esos dos grupos sociales que ya venían arrastrando las experiencias de las dos generaciones anteriores,
debían continuar en las calles y en los medios de comunicación, reclamando su derecho a una vida digna, aunque bajo otro contexto político.
La generación posterior a éstas, la que inicia en 1990, es la que compone fundamentalmente la Generación Dual del siglo XXI. Ese grupo humano recibe y percibe algunas reminiscencias de los cuatro corpus sociales que en este país y en otras latitudes geográficas del continente y el mundo, se vieron encerrados en dos cuerpos políticos de altas diferencias procedimentales: capitalismo y comunismo.
En esos momentos de difíciles decisiones políticas trascedentes de esos treinta años, se perdieron las ideas y los cuerpos físicos de miles de seres humanos que en aras de defender sus principios y convicciones, se arrojaron a la lucha detrás de las transformaciones sociales. Esos hechos contundentes, ese enorme sacrificio de vidas humanas, no pueden quedar en el olvido de las presentes y futuras generaciones.
Todo lo contrario, la Generación Dual integrada por los remanentes de los últimos habitantes con vida de la segunda mitad del siglo XX, y los primeros integrantes de la primera mitad del siglo XXI, debe trabajar como un sólido equipo para transferir y conservar tantas y valiosas experiencias de vida. Entre ambos grupos se debe experimentar un ferviente entusiasmo por enseñar y por aprender. Entenderse en ambas vías bajo el fino concepto de la horizontalidad crítica y sincera, es una oportuna y favorable decisión.
- En ese orden resultan importantes a estas alturas de nuestra existencia, las reflexiones en torno a lo que hemos sido, somos y podremos ser. La generación siguiente a la última del siglo pasado que reconocemos como la primera del siglo en desarrollo, aunque no lo parezca o lo quiera aceptar, guarda estrechas relaciones conductuales con sus antepasados. Esa vinculación histórica, social, antropológica y cultural se lleva desde el vientre o se adquiere desde la escuela, el trabajo, la universidad y por los cotidianos contactos personales.
A partir de esa fecunda realidad de vivencias, la conceptualización dual sobre el mundo se hace de manera gradual, dosificando la transición entre una y otra etapa de crecimiento. Creo que así ha pasado entre uno y otro grupo social al finalizar un siglo e iniciar el siguiente. La gran diferencia entre estos dos siglos y los seres humanos que interactúan en él, es el alcance que las nuevas tecnologías de información y comunicación han puesto en sus manos para conocer las intimidades históricas, sociales y económicas de cada país en el mundo, en un tiempo relativamente breve. Es más, los conocimientos que en estos momentos poseen ambos contextos humanos superan en miles de veces los conocimientos que sobre su estadio de vida pudieron tener todas las Generaciones Duales de cada siglo pasado al tratarse de manera personal.
Podemos, como lo hago ahora, escribir de la realidad de mi entorno familiar de años, y al mismo tiempo estar pendiente de lo que sucede en el mundo sin tener que esperar una carta manuscrita, un libro, una revista, la llegada de un familiar o amigo que me lo haga saber. Incluso, en esos casos la información recibida sería mínima y focalizada en un segmento muy particular de la existencia humana.
Esas influencias planetarias de fines del siglo XX y principio del siglo XXI, son las que impactan el subconsciente de los viejos y nuevos habitantes de cada sociedad, llegando en muchos casos a ocupar la preponderancia histórica y social la generación de mayor edad sobre la de menor tiempo de vida en el contexto de la Generación Dual.
¿Podrán una y otra generación tolerarse en un fin de siglo e inicio del siguiente como para interrelacionarse aún bajo los efectos crecientes de una revolución tecnológica?
Ante ese expedito cuestionamiento se impone la racionalidad de la generación mayor que conoce los intersticios de ambos contextos de vida, para explicarle y exponerle con datos y ejemplos a los primeros habitantes del nuevo siglo, como podría ser su espacio de vida ante los escenarios próximos siguientes. Sobre todo, la generación que finaliza su ciclo de existencia terrenal, debe dar a la nueva generación del presente siglo las estrategias mediante las cuales planifique con suficiente anticipación la metodología con que cada cinco, ocho o diez años a lo máximo, deberán enfrentar ante las clases dominantes del universo, sus cíclicas jornadas de inestabilidad funcional.
La posibilidad de frenar o variar imposiciones políticas, sociales o económicas del sistema hegemónico mundial, para aumentar las riquezas de unos pocos en el mundo y en cada país, no la ha tenido ninguna Generación Dual hasta el presente cambio de siglo. Esperemos puedan lograrlo.