En los veinticinco milagros que componen este libro se relatan vivencias de quienes han decidido dedicar su vida a la religión.
Por Georgelis García Mejía
Milagros de Nuestra de Nuestra Señora es un compendio de milagros literarios escritos en cuaderna vía, la estrofa métrica propia del Mester de Clerecía. El autor de esta obra es el monje Gonzalo de Berceo, quien en ella exalta el poder y la benevolencia de la Virgen María y. al mismo tiempo. muestra experiencias que le enseñan a sus receptores la importancia de vivir en comunión con las normas celestiales. Por tanto, la obra presenta un fin esencialmente mariano, pues pretende venerar a María, aunque también posee una finalidad didáctica como es común en las obras del Mester de Clerecía.
En los veinticinco milagros que componen este libro se relatan vivencias de quienes han decidido dedicar su vida a la religión, de personas del vulgo, y de pueblos que fueron tocados por la mano milagrosa y misericordiosa de la Virgen que alaban. A pesar de la variedad de personajes que existen, hay una figura que destaca y que es reiterativa: el clérigo, en cualquiera de sus variantes. Esta figura tiene un rol importante en la exploración de los asuntos morales y espirituales de la sociedad del Medioevo, así como para resaltar la importancia de la fe y, sobre todo, de la devoción.
El clérigo se presenta como un hombre devoto, y en el caso de la abadesa del milagro veintiuno, una mujer devota; cuya entrega por María es admirable. Sin importar las circunstancias ni su estado espiritual o moral nunca olvidan presentar su gratitud a la Virgen ni rendirle honores por medio de las oraciones. Cada día, incluso más de una vez, expresan la veneración que sienten hacia ella. En consecuencia, la que es venerada se siente complacida y les devuelve su entrega en forma de segundas oportunidades, salvación, premios y ayuda. Nunca restringe su poder para bendecir a quienes reconocen constantemente su magnificencia.
Esta actitud concuerda con las expectativas que tanto en la época medieval como en la actualidad se tienen de alguien que decide consagrarse a la vida religiosa. Sin embargo, observar exclusivamente esta faceta supondría un engaño; si bien todos los clérigos manifestaban su devoción en forma de oraciones, las acciones de algunos distaban bastante del estilo de vida que debían tener; presentando así, otra cara de la figura clerical.
En el primer milagro, Berceo presenta al arzobispo San Idelfonso que recibe un regalo de María debido a su fidelidad y su vida recta. Esto podría interpretarse como una manera en la que el autor le dice a sus receptores: “este es el primer milagro, este es el modelo de hombre que se debe seguir”. Este arzobispo cabe en la denominación de “santo” que indica Koch (2021) porque ha logrado, aunque solo se insinúe y no se muestre, sortear las tentaciones del mundo y en cierto sentido elevarse sobre su condición carnal logrando que la Virgen reconozca sus esfuerzos por llevar una vida en rectitud.
A través de la figura del clérigo justo se muestran las bendiciones que se reciben al llevar una vida virtuosa y de fidelidad. Aun lo que podría parecer un acto despiadado, como dejar morir a un fiel seguidor mariano, constituye una gran recompensa porque el destino después de la muerte es una morada pacífica y tranquila, libre de las complicaciones y dolores mundanos, tal como se expone en el cuarto milagro.
En contraposición, se presenta la figura del devoto pecador, “aquel hombre que parecería limitarse a su condición mortal, a ser, sencillamente, un hombre de carne y hueso” (Koch, 2021). Ejemplos como el monje borracho evidencian que aun quienes están sujetos a las leyes estrictas de la vida clerical y expresan diariamente su devoción son propensos a sucumbir ante los vicios y la tentación. Algunos de estos personajes como el sacristán del milagro ocho, el romero de Santiago y la abadesa preñada incluso llegan a cometer fornicación, un pecado grave. Pero la compasiva Virgen salva de las consecuencias mortales del pecado a estos fieles y les da la oportunidad de redimirse.
Ante todo, presentan a los devotos clericales como personas comunes y corrientes que también están sujetas a los deseos de la carne y que son vulnerables. Muestra que no son perfectos y que poseen grandes debilidades, pero que su fortaleza más grande, acordarse siempre de María, puede librarlos de la destrucción. Berceo no teme mostrar las partes oscuras de la realidad religiosa de la época, pues según sostiene el autor todas las historias son reales. Antes bien, estos milagros constituyen los testimonios más poderosos de la compasión de la Virgen y de la posibilidad de redención que está abierta a todos los que confían en ella y la veneran.
Milagros de Nuestra Señora es una obra en la que, mediante sus personajes, “el autor adoctrina y amonesta a los destinatarios fieles a obrar el bien y evitar el mal para así ahorrarse similares apuros” (González, 2012, p.164). A pesar de los sorprendentes milagros protagonizados por clérigos pecadores, estas historias son las que más pueden lograr el objetivo de adoctrinar, precisamente porque son impactantes y dejan al lector una impresión más duradera.
Esta obra de Berceo enseña que, entre las dos figuras del clérigo oscila también la humanidad. Por consiguiente, la imagen de este, tanto del obediente como del pecador, es un símbolo de esperanza para quienes viven en rectitud y para quienes desean cambiar su vida. Los milagros enseñan a los devotos marianos que la Virgen es generosa porque premia a quienes le son fieles, que es compasiva porque perdona y ofrece segundas oportunidades y que no se olvida de ellos porque rescata y ayuda a quien la necesita.
Referencias bibliográficas
De Berceo, G. (2011) Milagros de Nuestra Señora. España: Universidad de La Rioja.
González, J. R. (2012). El milagro mariano como género literario:(Otra vuelta de tuerca sobre el caso de los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo). Etiam. Revista Agustiniana de Pensamiento, 7 https://repositorio.uca.edu.ar/handle/123456789/8927
Koch, J. (2021). El cuerpo de los pecadores en los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo. Olivar, 21(33), 93-93. http://dx.doi.org/https://doi.org/10.24215/18524478e094