Cuando me tocó ir a los bateyes a vender pan, coincidencialmente bajaron las ganancias.
Cuando los vendedores de pan llegaban a los cañaverales de los bateyes del ingenio Barahona, en el Sur Profundo, y vociferaban: “vendo pan de huevo…paaan de hueeevo”, los compradores -mayormente braceros haitianos recién llegados de Haití- acudían en grupos a comprar y agotaban rápidamente el producto.
-“Ser pan buene, saludable, ser pan de hueve…”, expresaban los llamados “congoses”, campesinos haitianos traídos al país para integrarlos al corte de la caña.
La panadería Eloy, propiedad de Eloy Gómez Reyes, hijo de Justo Gómez, -quien era un familiar cercano del General Máximo Gómez-, fue construida por éste en el patio de la casa. Levantó un ranchón de madera y palmas de la palmera de Monserrate, allí construyó junto a unos ayudantes y familiares un horno artesanal de ladrillos y barros.
No era solo un pequeño empresario del pan, bodeguero y agricultor, Eloy fungía como secretario del ayuntamiento local y producía en su rústica panadería, además del pan de huevos, los apetecidos “pan estrella”, “pan de agua”, “pan sobao”, “galletas de huevos”, bombones, bienvesabes y dulces, entre otros productos.
“El pan de Eloy” se popularizó entre pobladores de Tamayo, Monserrate, los bateyes y comunidades aledañas. La mayor clientela, empero, la tenía entre los “picadores de caña” de nacionalidad haitiana.
Los haitianos amaban el “pan y las galletas de huevos”, los cuales eran elaborados no solo con huevos, sino –la mayoría de las veces-con un colorante que le daba una apariencia amarillo pálido. Pero también compraban el “pan estrella”, el cual consumían con guarapo de caña, un verdadero manjar, especialmente cuando se está, en pleno mediodía, con un sol candente, en un cañaveral y no tiene otra alternativa de alimentación.
Este tipo de pan, fabricado en forma de una estrella de cuatro picos, los braceros les exprimía el guarapo de la caña de azúcar y los engullía frugalmente. Además de nutritivo, esta mezcla de pan y guarapo daba a éstos la fuerza necesaria para sostenerse durante faenas de un día completo en el corte de la caña.
En la panadería, en cambio, comíamos el “pan estrella” calientico, acabado de sacar del horno, con café recién colado, leche vacuna o con “leche de chiva”.
Los panes eran vendidos en los bateyes en animales (burro o caballo) a picadores de caña y en colmados de bateyes y otras localidades. También, Eloy usaba una bicicleta con un canasto delantero, freno tipo torpedo (frena dando al pedal marcha hacia atrás). Una novedad para la época.
Cuando me tocó ir a los bateyes a vender pan, coincidencialmente bajaron las ganancias. Ocurría que en el trayecto, entre la panadería y los compradores, casi siempre nos deteníamos en los cañaverales –porque yo no iba solo, todavía era un imberbe- a comer panes bañados en guarapo. El pan con guarapo era algo incomparable para el paladar de un hambriento, una delicatesen.
Llegó un momento en que la venta de pan se cayó en los bateyes y comunidades cercanas. Surgieron otras panaderías, empeoró la situación económica, problemas creados por las inundaciones del río Yaque del Sur, entre otros hechos, hicieron que Eloy abandonara la producción de pan y alquilara la rústica panadería a otro panadero.
Timoteo al ruedo
La panadería fue arrendada a otro pequeño hacedor de panes, a don Timoteo, hombre de tez negra, tamaño alto y poco hablar, pero bien ganada fama de seriedad y tronco de una familia tradicional de la comunidad. Éste, a su vez, contrató a un maestro de panadería de Vicente Noble, el cual se mudó con su mujer -una mulata de senos y traseros protuberantes- a una humilde vivienda cercana a la panadería.
El pan era para la época la alternativa frente al tradicional consumo de víveres (plátano, guineo, rulo, batata, yuca, etc.) y se producía totalmente artesanal, diferente a como se hace en la actualidad, con el uso de recursos tecnológicos.
La harina para fabricar el pan se preparaba desde el día anterior. Se mezclaba con manteca de puerco, levadura, sal, azúcar y otros ingredientes (al punto). A veces se agregaba huevo, pero la mayoría de las ocasiones se usaba un polvo colorante amarillo que le daba la apariencia de pan de huevo. Esa mezcla se dejaba crecer por efecto de la levadura y al otro día, mayormente de madrugada, se coge y se lleva a un cilindro para amasarla.
La masa de harina fermentada o crecida es llevada a un “cilindro” –a veces de madera o de metal-donde se procesa pasándola entre dos rodillos que la dejan lista para hacer el pan. Los panaderos, bajo la dirección de un maestro, cortan la masa en pedazos –en una mesa larga- y proceden a dar forma al pan, lo llevan al horno en bandejas, le dan determinado tiempo de candela con fuego de leña y, cierto tiempo después, se retira para el consumo.
Según las explicaciones técnicas, al pasar varias veces la masa de harina por los rodillos del cilindro, se busca “desarrollar el gluten que contienen las harinas, que la masa gane elasticidad e incorporar aire”, o sea, crear entre otras cosas “la estructura del pan”.
Timoteo ¿in fraganti?
En tanto Lorenzo “sudaba la gota gorda” en la elaboración del pan, su patrón, don Timoteo, esperaba su producción sentado en una mecedora, con una pipa, en la casa del maestro de panadería.
Un día cualquiera, “muerto de la sed” y como parte de su rutina, éste hizo una pausa en la panadería, fue a su casa a beber agua o tal vez para que su mujer le hiciera un jugo de naranja. Pero se encontró con la sorpresa de que, en plena luz del día y en la intimidad de su humilde hogar, el panadero encuentra a su jefe, don Timoteo, en ¿pleno amorío? con su consorte.
Lorenzo estalló en ira y entró violentamente a su casa, tomó un largo y filoso cuchillo de los llamados “lengua de mime” y desafíó a Timoteo con claras intenciones de matarlo. Azorado, Timoteo se defiende y esquiva ser alcanzado por la punta de la mortal arma.
-“!Lorenzo! ¿Qué pasa Lorenzo? No es lo que tú crees, yo soy tu amigo Lorenzo, suelta ese cuchillo…”, clamó Timoteo en medio de la desesperante situación. –“Vamos a hablar Lorenzo, déjame explicarte, ¿acaso te has vuelto loco?, rogó con insistencia.
La mujer de Lorenzo y los cuatro hijos pequeños de la pareja estallaron en un solo llanto. Ésta, desesperada, gritó fuerte diciendo: –¡Corran, corran que Lorenzo va a matar a Timoteo…!”.-¡Lo va a matar, lo va a matar…!”.
La confusión se apoderó del pequeño vecindario. Nadie sabía lo que estaba aconteciendo. Eloy, que aún no había salido para su trabajo en el ayuntamiento, salió a ver qué ocurría y se encontró con esta terrible escena: Timoteo, en plena calle, implorando a Lorenzo que por favor no lo mate. Sin pensarlo mucho se acercó al panadero para disuadirlo de que baje el cuchillo y que, de por Dios, evite cometer un error.
Lorenzo, ofuscado mentalmente, creyó que Eloy lo atacaría y comenzó también a lanzar estocadas contra éste, pero estas no llegaron a alcanzar.
Los familiares de Eloy le vociferaban que deje eso, que ese pleito no era con él. Éste, en tanto, permaneció allí queriendo convencer al panadero de que preservara la vida de Timoteo, su socio en el negocio de los panes.
Alejandro, machete a mano
En eso apareció Alejandro, uno de los hijos de Eloy, quien al ver el peligro que corría su padre, conminó a Lorenzo, machete a mano, a que soltara el cuchillo o si no, le entraría a machetazos.
Timoteo permanecía inmóvil, impertérrito, temeroso de que Lorenzo, furioso por los celos, le quite la vida en un santiamén. Los vecinos miraban la inesperada, pero tensa situación, a la espera de un desenlace fatal.
Lorenzo seguía desafiando a Timoteo. Alejandro, por otro lado, blandía amenazante su machete e instaba al panadero a que suelte la filosa arma. Tras un rato con los vecinos absorto por la atiesa situación, Lorenzo decide bajar el arma. Dijo, eso sí, que su mujer y Timoteo le pagarían esa cruel traición.
-“Pero es que eso no es verdad, Lorenzo, sácate eso de la cabeza. Yo no estaba con tu mujer…”, expresó Timoteo con voz temblorosa. Eloy le quitó el arma y pidió a Lorenzo que se calme, que le explique lo sucedido, y éste dijo:
-“Mire don Eloy, eso no se le hace a ningún hombre; yo llegué a mi casa a tomar agua y me encuentro a Timoteo con el zíper bajito y la bragueta abierta, haciendo gestos como si manoseara a mi mujer…”.
–“Y ahora ese cabrón me dice que no era nada, usted se imagina…”, expuso entre llantos y amarguras.
Lo que hace el amor
Momentos después, Lorenzo tomó agua, se tranquilizó y volvió a la panadería a fabricar panes como de costumbre, como si nada hubiera pasado. Timoteo se mantuvo alejado, medio esquivo, mientras la mujer del panadero recogió rápidamente sus ajuares y se marchó con sus hijos a Vicente Noble.
Pasado el tiempo, Lorenzo seguía trabajando como maestro de panadería de Timoteo. Pero el patrón tuvo un cambio de actitud frente a su maestro de panadería. A partir de entonces se mostró amable, condescendiente con éste, pagándole incluso mejor salario y dándole un trato más amistoso.
Lorenzo se acercó a Eloy para agradecerle su mediación durante la riña. -“Si usted no interviene-dijo-yo hubiera cometido un grave error”-. Las conversaciones, empero, terminaban casi siempre con el panadero llorando y diciendo que él ama a su mujer y a sus hijos.
-“Si Carmen quiere que no vuelva, que se quede por allá. No quiero saber más de ella, pero que me deje a mis hijos”, expresa. En tanto, todo el dinero ganado en su trabajo lo gastaba en bebidas alcohólicas en el Bar de Manuela, ubicado en las cercanías:
“Penaa
es lo que siento en mi alma
porque esta mujer no entiende
y me hace perder la calma
Mira a ver, que tú me tienes cansado
te llevo por todas partes y nunca tu eres felizzz
…
Quiera Dios, que encuentre
un hombre en tu vida
que te de todo el cariño
que quizás yo no te diii…”
La canción “Pena por ti”, de Luis Segura (El Añoñaito) tocaba la fibra del corazón de Lorenzo, quien vivía amargado y la tarareaba hasta el cansancio entre llantos, abrazado a la vellonera del bar, donde él bebía hasta emborracharse. Su mujer se enteró de la situación y un día fue allí desde Vicente Noble para consolarlo.
Conversaron un buen rato. Los días pasaron y el panadero, ansioso por el amor de su vida, fue a buscarla y retornó a su casa con ella, sus hijos y sus ajuares. Un momento de algarabía en el barrio. Timoteo, volvió de nuevo a su rutina y mientras Lorenzo hacía los panes, él esperaba cómodamente en la mecedora de éste, y felices los tres.
Cuando se preguntaba a Lorenzo sobre su mujer, solía decir:
-“Hermano, hermano, con el amor no hay quien pueda…”. –“Debo aclarar que es el amor a mis hijos…naturalmente”.
*El autor es periodista.