Algunos expertos dicen que una encuesta verdadera, se responde con otra encuesta, falsa, para desmeritar la primera.
Es cierto que una encuesta es una fotografía social o sociológica, si se quiere, de un momento determinado, pero también es cierto que las encuestas también marcan una tendencia del proceso electoral en curso. Sirven para saber cómo piensa la población sobre un partido, un candidato o un producto específico. El margen de error de una encuesta, hoy día, es cada vez menor debido a los avances de la ciencia y la tecnología.
Todos los partidos ordenan encuestas, al igual que los candidatos, para ver su posicionamiento en el mercado electoral. Un partido es una marca que debe ser protegida, promocionado vendido al electorado, al igual que un candidato. Lo mismo sucede con un detergente, un aceite o cualquier otro producto. Lo que no se promociona, a través de la radio, la televisión, la prensa y redes sociales, no se vende. Pero ese trabajo requiere de una estrategia de comunicación y de un plan de acción.
Hay encuestas de trabajo y encuestas políticas para promover un candidato determinado, creando una percepción que no siempre es realidad. Son las llamadas encuestas de carpeta o de oficina, que no tienen rigurosidad científica, ni credibilidad, por lo tanto.
Algunos expertos dicen que una encuesta verdadera, se responde con otra encuesta, falsa, para desmeritar la primera. Ese método se utiliza mucho en lo que se denomina “guerra de encuestas”, que tiende a confundir al votante.
En estos momentos, todas las encuestas, las contratadas por medios de comunicación, como la Gallup, por ejemplo, colocan al presidente Luís Abinader cómodamente para ganar las próximas elecciones en primera vuelta con más del 50%. Algunas les atribuyen hasta más del 60%, lo cual marca una percepción de triunfo real. La percepción, en este caso, es realidad, sobre todo si vemos los porcentajes de Leonel Fernández, que no llega al 30% y de Abel Martínez, que no alcanza el 20%. Por el contrario, hoy tiene menos de un 10%.
Así las cosas, la victoria del presidente Abinader, parece asegurada. Tendría que ocurrir algo muy grande para que se revierta el posicionamiento del jefe de Estado. Algo fuera de lo normal, una catástrofe o una tragedia que provoque una crisis de magnitudes insospechadas. Si todo sigue como va, con estabilidad macroeconómica, reservas monetarias récord, disminución de la pobreza y del costo de la vida, aumento exponencial del turismo, zona franca, seguridad ciudadana, etc., no hay dudas que la victoria será contundente.
Debo agregar que Abinader, trabajador incansable, responsable como estadista, que no toma vacaciones, que no descansa ni siquiera los fines de semana, no comete errores importantes, que siempre habla seguro de sí mismo, con la verdad, sin demagogia. Por lo tanto, es difícil agarrarlo con una pifia.
Pero, como los bueyes no se ponen delante de la carreta, tanto el presidente como el Partido Revolucionario Moderno, trabajan en fortalecer la marca partidaria, escoger buenos candidatos municipales para ganar las elecciones de febrero próximo. Un triunfo amplio como el que tiene previsto el PRM, será un presagio de lo que ocurrirá después, en las elecciones congresuales y presidenciales.
Lo primero, es lo primero. Y lo primero es ganar las elecciones de febrero con un amplio margen.
La alianza de una parte de la oposición no debe asustar al gobierno ni al PRM, pero tampoco deben subestimarla. Por el contrario, tienen que mantener la unidad, la cohesión y el trabajo cada vez más arduo, teniendo en cuenta que en política no hay enemigos pequeños.
Las encuestas han marcado una tendencia irreversible. Una percepción indiscutible. No hay vuelta atrás: La reelección es un hecho. Luís Abinader se ha ganado el derecho a continuar gobernando el país durante cuatro años más. ¡El que venga atrás que arree!