- (Para leer en pascuas, tempranito en la mañana, escuchando ‘Por qué te marchas Abuelo?’, de Manolo Galván, y degustando una buena taza de café y una copa de vino -si quedó algo de la víspera-).
Estos días grises del Otoño, me ponen triste, dice Perales, un Ibero, virtuoso como Manolo, en el arte de tocar las fibras del corazón. Con las canciones de ambos –y el acompañamiento arriba sugerido, claro-, he dado en sumergirme, al filo de la mañanita y casi sin darme cuenta, en los agridulces y subyugantes senderos de la nostalgia, con la reincidente omnipresencia de mi finado Padre, y el simbólico significado que para el suscrito y su descendencia engloba la celebración de las Pascuas, en familia.
Y es que, cada detalle de la celebración, de una u otra manera se encuentra indisolublemente ligado a la manera envolvente y amorosa con que Sergio Antonio Reyes Jiménezimponía su cariño de padre y abuelo entre nosotros, a tal extremo que, ni por asomo, ninguno de sus hijos y allegados podía hacer ‘agendas paralelas’, antes de conocer, en detalles, lo que ‘Jiménez’ tramaba, tras bastidores.
La vida en la ciudad, las obligaciones académicas y laborales, redujeron, drásticamente, los tórridos viajes al terruñode la frontera, en los ardorosos y acogedores predios de los abuelos. La desaparición física de éstos arrojó un balde de agua fría al grupo familiar y, con el paso del tiempo, la emancipación de los hijos y la entrada al mágico mundo del ‘creced y multiplicaos’ conllevó que cada cual formase su propia tienda y organizase el mundo, a su manera.
Sin embargo, tozudo y emprendedor, como el que más, mi viejo buscó la forma de aclimatarse a la realidad de los tiempos, y, en una salida estratégica propia del más aguerrido general, sin entrar en contradicciones que pudiesen generar susceptibilidades entre las nuevas familias -suegros in crescendo, cuñados, compañeros de trabajo y estudios, amistades y demás yerbas aromáticas-, dictaminó, tempranamente, su posición.
Y se apropió del Día Después!
Bien vistas las cosas, -aquí entre nos-, ésta salida salomónica no generaba mayores conflictos: Una vez cumplidos los compromisos familiares de la fastuosa y envolvente Cena de Nochebuena, en la generalidad de los casos, el famoso DíaDespués estaba signado, de antemano, para el descanso, organizar el desorden apocalíptico provocado en la víspera en todo el entorno de la casa, por niños hiperactivos, cuñados y vecinos alborotadores y, claro está, la recogida de los innúmeros envases destinados a presentar, en la mesa, lo mejor de lo mejor de la culinaria nacional e internacional.
Y eso, de por sí, conllevaba la concentración en una afanosa tarea que podría conllevar un prolongado tiempo de labor.
Pero, -y aquí está la piedra en el zapato-, con éste atípico abuelo no había la más leve oportunidad ni siquiera de orquestar una excusa valedera para justificar retrasos o posposición del compromiso sagrado: En tiempos en que aún no era tan común el uso del transporte privado, tipo taxis, -y no soñábamos, aun, con los Uber, In Drive y otras franquicias del presente-, mi añorado padre se aparecía en nuestra casa, al filo de la mañanita, y, como el héroe de todas las películas infantiles de ficción, remeneaba la mata, aposentos y baños. Haciendo mutis del evidente reguero, recogido a medias, empacaba con velocidad meteórica lo que pudiese ser necesario para el pasadía, y nos montaba, cual recuas de niños remolones, en uno de esos vehículos de transporte de la época en donde, literalmente, todo cabía. Hasta nuestro añorado perro de raza pastor alemán, al que nombramos ‘Mayimbe’, en clara alusión a nuestro indisoluble y fraternal amor a la frontera y sus valores y al que mi padre adoraba.
Esos viajes que, en ocasiones, se convirtieron en estancias de varios días, estuvieron signados, siempre, por la presencia deCeleste García de Reyes –mi madrastra-, personaje inolvidable que, cual hacendosa y amorosa consorte, vigilaba cada detalle en la organización de aquellas fastuosas comidas de pasadía, en las que nunca faltó ningún detalle, tanto para adultos como para la creciente prole que, de más en mas, -y de año en año- se incrementaba, agregando motivos de vida y esperanza al núcleofamiliar.
Y de orgullo para el abuelo, que veía crecer su descendencia, reforzada por bulliciosos, desordenados, correteantes, vivarachos y regordetes nietos, de todas las tonalidades –y procedencias- posibles.
Ella, con el paso del tiempo y la desaparición física de Mi Viejo, asumió, hasta donde pudo, el simbólico legado del Encuentro del Día Después. Y, como en el mejor de los días, a veces con limitaciones, o con el concurso del bolsillo solidario de los hijos e hijastros profesionales, empleados acomodados, o ‘viajeros’, Celeste García se mantuvo al frente de aquel tráfago de suntuosos banquetes en los que nunca faltó el cerdo asado, una sopa ‘levanta muertos’, las ensaladas ‘rusas’, las teleras, el pollo horneado, moro de guandules, cazabe, y otras menudencias. Y, claro está, las manzanas, uvas, dulces y confites a tono con la tradición navideña en cualquier hogar dominicano.
De las bebidas espirituosas -Whiskies, Vodkas, Tequilas-, cervezas, Cidras, vinos y otras exquisiteces de los nuevos tiempos, nos encargábamos mi hermano Dennis y yo, entre otros. Y de las distinguidas atenciones y despliegue de bailes en la sala de la casa, mis hermanitas Mary, Digna e Isabel, junto a algunas amigas y vecinas, constituían el regalo del momento.
Esos años, como muchas cosas en la vida, quedaron atrás. Un enorme baúl de recuerdos, que nunca estará cubierto de las trazas del olvido, atesora ese legado de nostalgia para nuestras vidas. Y viajará por siempre en lo más profundo del corazón de Nancy, mis hijos, y el mío.
En estos días en que una horrenda guerra aterra las mentes de la humanidad, por la saña, la tozudez y la determinación fatalista y depredadora con que se manejan ambas partes, he querido volver al amado recuerdo de los años en que mis únicos motivos de felicidad estaban sintetizados en compartir en la armonía familiar del Día Después, con mi viejo, Celeste, su compañera de siempre y mis hermanitos. Y. claro, mi prole que, para la época, no llegaba a la mitad de los que enriquecen mi presente.
Feliz Navidad para todos!