Miente el hombre y la mujer, y miente el niño. Miente el rey a su pueblo, igualmente mienten los políticos, lo mismo que religiosos y ateos.
“Para hablar mentiras y comer pescado, hay que tener mucho cuidado”, advierte con sabiduría un viejo dicho popular.
Es una expresión que entra “como anillo al dedo” a la forma de interactuar de los políticos dominicanos interesados en ocupar puestos electivos en un proceso electoral.
Pero, enfoquémonos por el momento en el tema nodular de este trabajo.
La mentira, no importa cómo se manifieste, duele en el alma, destruye y daña relaciones interpersonales. Genera desconfianza, pérdida de la fe, daña autoestima en la víctima.
Miente el hombre y la mujer, y miente el niño. Miente el rey a su pueblo, igualmente mienten los políticos, lo mismo que religiosos y ateos.
Los presidentes y sus ministros, comerciantes, empresarios industriales y publicistas también. Miente el fiscal, el abogado, el juez y el imputado.
Miente el borracho ante familiares y amigos, hasta con lágrimas y llantos, escondiendo en su interior las verdaderas causas de su conducta y comportamiento. Por más mareado que se encuentre producto de la ingesta de alcohol, siempre niega estar borracho, aunque se esté cayendo.
También los facultativos mienten ante una negligencia médica, o cuando la verdad de la enfermedad pudiera matar más rápido al paciente. Es la mentira piadosa.
Cuando los líderes religiosos mienten a sus feligreses, provocan la pérdida de la fe, de la credibilidad de la existencia de la divinidad, del ser supremo que tiene un solo nombre: Dios.
En fin, por alguna u otra razón, todos mentimos alguna vez en un momento determinado.
La mentira es la verdad tergiversada con astucia y malignidad para perjudicar a otros, lograr propósitos personales, apoyo en un conflicto familiar o social.
Con ella se dañan reputaciones, ya sea por envidia, odio o venganza. Hay mentiras poderosas que causan enfermedades psicológicas o la muerte del perjudicado.
En una relación amorosa, la mentira provoca desconfianza, afecta la comunicación y daña los sentimientos.
No todas las mentiras, por pequeñas o grandes que sean, quedan impune. Lo malo es que cuando se logra descubrir la verdad que la destruye, ha pasado mucho tiempo en vigencia, como para lograr sanar los daños ocasionados, que podrían ser irreparables.
La mentira puede ser una enfermedad y quien la sufre se hace un mentiroso patológico.
Quien confiesa haber mentido, cualquiera que haya sido la causa, busca entrar al mundo de la honestidad, lo hace para liberar de su interior algo que le impide vivir con tranquilidad y sosiego.
La mentira es el arma predilecta de los políticos. Sin ella difícilmente logran conseguir sus objetivos, sus propósitos.
Joseph Goebbels, filólogo, político nazi y uno de los consejeros más cercano de Adolfo Hitler, ocupando el cargo de ministro para la Ilustración Pública y la Propaganda durante el Tercer Reich, acuñó la siguiente frase: “Miente, miente, miente que algo queda, cuanto más grande sea una mentira, más gente la creerá”.
Probablemente, esta teoría de Goebbels es la práctica permanente de sus congéneres y homólogos. Con ella buscan lograr sus objetivos sin importar que maten las esperanzas de sus seguidores.
Pareciera que los políticos dominicanos y de otros mundos hicieran un postgrado en mentirología, por la continuidad que lo hacen sin sonrojarse.
Así como los laboratorios farmacéuticos fabrican miles de unidades de cápsulas y pastillas para curar dolencias y malestares, así de fácil producen los políticos sus mentiras para “curar” las necesidades básicas de sus empobrecidos pacientes, que son el electorado.
Su mejor “jarabe tranquilizador y adormecedor” se llama “Promesa”, con la que pretenden eliminar las enfermedades propias de los más necesitados.
Concentran su atención en la siempre maltratada clase media, esa que con trabajos mal pago sostienen la economía del país, unidos a los miles que se sostienen con el “chiripeo” y los que sobreviven en la pobreza.
Reconocen que este grupo social no solo son mayoría, sino que otorgan el voto ganador a cambio de ilusiones de un mejor futuro repleto de grandes oportunidades de trabajo, educación, vivienda, servicios de salud, seguridad individual y/o colectiva.
Con el tiempo, el político mentiroso queda al descubierto por aquello de que “por sus hechos lo conoceréis”. Y se liberan del farsante de la misma forma en que le dieron su apoyo y ascenso, castigándolos con el voto de rechazo colectivo.