Columnistas

La vida en la sociedad política

En el caso dominicano, muchos cuestionan el accionar del leviatán dominicano aduciendo que somos una aldea que no llega a polis.

La polis es la ciudad propiamente dicha pero, la vida en la polis tiene requisitos, obligaciones y normas de comportamientos. En palabras de Rousseau, requiere de un pacto, de un contrato normativo o mejor dicho, contentivo de la forma en que ha de comportarse cada candidato a vivir en la polis. Esto estaba claro, en las sociedades simples, pero a medida que fueron surgiendo sociedades complejas, sociedades clasistas, sociedades diversas, vivir en la polis implica la existencia de relaciones complejas que permitan vivir en armonía dentro de la diversidad cultural, política, educativa y conductual.

De ahí la necesidad de un leviatán o Estado que haga de policía cuando alguien decide por propia voluntad, romper la convivencia social para dar riendas sueltas a sus caprichos o pretender volver a vivir bajo las reglas del Estado de naturaleza donde la ausencia de contrato permitía actuar sin responsabilidad social y de manera caótica, anárquica.

Por tanto, el Leviatán no es una ocurrencia, es una respuesta social a la ausencia de responsabilidad social de parte de uno o varios integrantes o arrimados a la polis. La situación se complica cuando el leviatán mismo directa o indirectamente es, a la vez, fuente de irresponsabilidad social. En este supuesto, a los habitantes o ciudadanos de la polis, le surge la pregunta de ¿si es necesaria la existencia del leviatán? Pues el leviatán, más que garante de la paz social, aparece como propiciador del caos. Esto se debe a la diversidad como a la no comprensión del rol social del leviatán. Algo que se ha convertido en usual en las sociedades complejas de hoy en día. Algunos llaman a esos comportamientos lucha de clase porque de todos modos, el leviatán, cuando así actúa, no busca la paz social, pero si dividendos para un determinador sector o clase social.

En el caso dominicano, muchos cuestionan el accionar del leviatán dominicano aduciendo que somos una aldea que no llega a polis, que somos una nación en tránsito hacia su conformación, que se está al servicio de intereses foráneos, que no existe ciudadanía, sino clientela política, etc. En todo caso, es obvio que la acumulación originaria de una sociedad en tránsito no ocurre solo en el seno del desarrollo de sus fuerzas productivas, ni en el capital humano que la compone, sino que el Estado se convierte en la cantera donde todos buscan, de manera individual, su propio bienestar particular. Entonces aquí está el problema porque si el leviatán existe para lograr la armonía, la convivencia social y se convierte en medio de producción para unos en detrimento de los demás, resulta evidente que la distorsión es palmaria y el objeto social primario ha pasado a ser historia o, mejor dicho, consigna electoral.

Ahora que el país se encuentra bajo los efectos del proselitismo político, se puede observar que, el sistema de partidos políticos está más ocupado de los recursos que pueda obtener del Estado y de la sociedad civil que en enfrentar los ancestrales males elementales de la polis nacional. De donde se infiere que el Estado ha quedado reducido a medio de acumulación original de unos pocos en detrimento del conjunto del tejido social. Giovanni Sartori es el politólogo que ve en la acción pro poder de los partidos políticos una lucha tenaz por el reparto de prebendas provenientes del Estado. Maurice Duvergé llega a admitir que la política es, simplemente, una lucha por la apropiación de los recursos siempre escasos de una sociedad. Esta última afirmación ha sido la de mayor calaje en el caso dominicano. Salvo honrosas excepciones o actuaciones de sujetos denominados socialmente “pendejos”. Aquí, la entrevista a cualquier ciudadano de a pie sobre el que o para qué desearía ocupar un puesto público implica que la respuesta mayoritaria es “resolvería mi problema vital”. Esto es: no aparece el bien común como principio esencial de la acción pública. Esto es: la sociedad misma aprueba las inconductas de los puestos al frente del leviatán. Resulta sorprende observar cómo personas que lanzan diatribas contra pasados integrantes o inquilinos del Estado lanzan improperios contra los pasados, mientras, simultáneamente, glorifican a los actuales inquilinos. Esta es la forma más fácil de perpetuar el caos. O, mejor dicho, una cosa es con guitarra y otra muy diferente con violín.

Así, se llega a lo que algunos autores han calificado como “la inutilidad de la política.” Este es uno de los países con mayor cantidad -no calidad-, de medios de comunicación de toda naturaleza, pero, son raros los que realmente actúan en función del bien común, más bien son mecanismos para obtener su parte de León del erario. O, lo que es lo mismo, son parte integrante del modelo corrupto en que discurre la vida en nuestra polis. Pero no son originales, la realidad es que desde la religión hasta la policía nacional, todos buscan desde espacios públicos, resultados individuales. Todo hablan y prometen en función del todo para el lucro particular o de grupo. En palabras diferentes, el contrato social es, entre nosotros, un mito, una alegoría, una utopía.

 Lo peor de lo anterior es que, el sistema corrupto así beatificado, más que recibir una reprimenda o sanción social, se legitima, los de ayer no pueden criticar los robos de hoy, por tanto, como dijo en su momento Don Rafael Herrera, “aquí todos o somos corruptos o tenemos corruptos favoritos.” Donde hay compraventa en tanto y cuanto contrato, existen dos partes, un vendedor y un comprador, la realidad jurídica del hecho es que las partes, para que el contrato sea perfecto y carente de dolo, ambas partes han de ser iguales en prerrogativas, por tanto, o ambas son buenas o ambas son malas, pero no se puede satanizar ni glorificar a uno sin que ocurra lo propio en el otro. Jurídicamente hablando un contrato donde las partes no concurran en igualdad de condiciones, de estatus, no es un contrato válido. Lo que ocurre es que la muerte de las ideologías y la ausencia valores supuestamente propia de la política, ha creado un mercado, donde hay mercado, hay mercaderes, pues si todos están dentro del comercio, todos somos comerciantes.

Entonces glorificar a unos y satanizar a otros no es más que hipocresía. o, lo que es lo mismo, todos caminamos juntos a la autodestrucción, aun sea con roles diferentes. Es como gustaba decir Einstein “No se puede esperar resultados diferentes haciendo lo mismo siempre.” DLH-5-4-2024

David La Hoz

David la Hoz es abogado, experto en derecho de autor.

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