“Quizás, hoy más que nunca, debamos ser sembradores de esperanza; no vayamos a que las decepciones nos trituren la ilusión de vivir, dejándonos sin sentimiento alguno”.
A nadie le es lícito permanecer ocioso e indiferente, que lo sepamos. Todos tenemos una tarea que realizar, un quehacer como misión colectiva. El mundo necesita hermanarse, romper fronteras y no vínculos, que son signos evidentes de una pertenencia que marca la vida. El presente lo llevamos a término conjuntamente. Para desgracia nuestra, se está abandonando el alma de las cosas y protegiendo la ideología dominadora, que todo lo confunde e infunde de podredumbre y falsedad. Por eso, es trascendental liberarnos cuanto antes de itinerarios que generan conflictos y nos dividen, abriéndonos a la escucha y sin cerrarnos a corriente alguna, haciéndolo con creciente confianza a las nuevas realidades asociativas, que es lo que forja el renuevo para afrontar la realidad.
Asociarse visiblemente para buscar espacios de libertad y de tolerancia recíproca, nos ayudará a reencontrar nuestras propias raíces existenciales, que han de sustentarse en principios y valores comunes. En consecuencia, contribuir a una conversación global en la que decidamos agrupadamente, es un modo de asegurarnos la reconstrucción de un mundo más seguro y democrático. De ahí, la significación de las organizaciones internacionales entregadas a un mandato y a derramar sobre nosotros, la mística de comunión y unidad entre todos los continentes, las culturas y las naciones. Gracias al pluralismo de las procedencias de un orbe universal, se pueden desarrollar variados ejercicios cooperantes, respetando plenamente la identidad y la especificidad de cada corporación.
Indudablemente, las fuerzas aunadas para el bien, nos ofrecen la oportunidad de expresar la importancia de activar iniciativas de colaboración, sobre todo para armonizar el progreso económico, social y anímico de la ciudadanía planetaria. Lo que no podemos continuar es extrayendo más recursos y produciendo más desperdicios que nunca. A nivel global, el cambio del uso de la tierra ha tenido el mayor impacto de desolación, tanto en los ecosistemas terrestres como en el mar. La única solución, pasa por transformar nuestra interacción con la naturaleza, mancomunando esfuerzos, para derribar barreras y favorecer el encuentro. Por otra parte, la conciencia moral es de gran calibre; pues asimismo cuando se eclipsa, toda la estructura asociativa se ensombrece también.
Es suficiente una simple mirada, para observar el florecimiento de las agrupaciones asociativas, a través de su capacidad de entrega y servicio incondicional. Quizás, hoy más que nunca, debamos ser sembradores de esperanza; no vayamos a que las decepciones nos trituren la ilusión de vivir, dejándonos sin sentimiento alguno. Las diversas situaciones desesperantes, marcadas por la violencia y remarcadas por la incertidumbre, son tan caóticas como destructivas. Desde luego, va a ser vital regenerarnos, sentirnos valientes y protagonistas, sobre todo para encauzar una sociedad diferente. Las distintas formas de esclavitud y de explotación, el virus de la indecencia y de hallarnos solos, debe hacernos repensar nuestras actuaciones de justicia y solidaridad.
Desde luego, tenemos que partir del fuego del hogar vinculante para regresar al asociacionismo, como lienzo vivo de la sociedad, reagruparnos para paliar las posibles debilidades de la comunidad internacional, sobre todo ante su falta de coordinación, dada la complejidad de situaciones, o su ausencia de atención frente a derechos humanos fundamentales y en contextos muy críticos, en los que podemos vernos cualquiera de nosotros. Consecuentemente, esta tercera contienda global en curso, nos hace conscientes de que la renovación parte de nuestro propio yo consigo mismo, donde han de vivirse las relaciones con confianza, para aglutinar con fuerza la valentía de nuevos inicios conciliadores que nos fraternicen para siempre.
En todo caso, y mientras se desarrollan actitudes de endiosamiento e individualismo, a los movimientos digitales les suele faltar ese calor humano, el de los gestos físicos o el lenguaje corporal, lo que no contribuye para nada a tender puentes y muchos menos a unir a la humanidad. Sin embargo, a pesar de estas sombras densas que están ahí, podemos y debemos buscar juntos la verdad en el diálogo, en la conversación de corazón a corazón o en la diplomacia como actitud perseverante. La cuestión es que un camino de hermanamiento, ya sea local o continental, sólo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a donarse auténticamente. Con razón se dice, o se comenta, que nadie subsiste solo. La reconciliación, sin duda, nos reparará el miedo, al querernos y sentirnos familia.
Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor