“Únicamente en unión y en comunión de pulsaciones, podremos reconfigurar reglas globales y eficientes para testificar esa tutela mundial, que será la que nos insta a fraternizarnos”.
Necesitamos vencer a la desconfianza con una lluvia de buenos deseos, que son los que nos hacen florecer por dentro y por fuera. También los caminos existenciales deben desarrollarse, poniéndonos en movimiento para injertarnos savia. Nuestro tránsito es para transformarnos, para que se abran en nuestra vida los caminos del verso, como aliento y continuidad. Son, precisamente esos latidos vinculantes, los que nos regeneran y embellecen. Es evidente que, en un tiempo de individualismo en el que prevalecen las necesidades más superficiales, no hay mejor aspiración que activar el camino de la concordia e impulsar el pulso armónico en el mundo. Sea como fuere, tampoco podemos seguir morando en el territorio de la antítesis. Precisamos concurrir con níveas métricas, no en círculos viciosos de estrés y vulnerabilidad, que nos dejan sin expectativa alguna. En cualquier caso, nunca será tarde para buscar nuevos horizontes, si en el empeño ponemos coraje y talante. En consecuencia: ¡No a la contienda absurda ni a la estrategia del miedo! Aquí entran las inmoralidades de los pedestales, por no hacerse más poética que política.
Ahora bien, a pesar de los pesares, en el corazón de todos los inviernos dormita una primavera palpitante, es cuestión de descubrirla. También requerimos de una mayor conciencia en un orbe de diversas velocidades, pues no podemos aceptar la desaparición de ningún país o cultura, ya que todos somos necesarios e imprescindibles para poder conjuntar esa poesía interminable y perfecta, que debe llevarnos al auténtico amor, por el camino de la pequeñez, en un tiempo en el que el ser humano está obsesionado por la grandiosidad dominadora. Ojalá aprendamos a tomar otros tonos y timbres que nos ayuden a redescubrir la sencillez, el hermanamiento a través de la primacía absoluta del apego, que es lo que realmente contribuirá a reencontrarnos entre sí y con los demás. Desde luego, debemos buscar otros gestos que nos enternezcan mucho más, ante los seres que nos acompañan en el camino y, de igual forma, otras expresiones más auténticas de donación. Desengancharse de si mismo, es engancharse a las olas celestes, para poder reengancharnos a los mares de las grandes conquistas.
Únicamente en unión y en comunión de pulsaciones, podremos reconfigurar reglas globales y eficientes para testificar esa tutela mundial, que será la que nos insta a fraternizarnos. Con amor y buena voluntad, conseguiremos las alas del espíritu de las grandes gestas; lo que conlleva, conjuntamente, a una maduración en la forma de vida y en las convicciones de las sociedades. Tengámoslo claro: No hay cambios culturales sin renovaciones en las personas. Eso sí, cuidado con endiosarse, pues nos convertimos en el peor peligro. Sin embargo, la mirada amorosa de un ser querido, nos hace aprender a través de sus ojos y a recordar que formamos parte de una idéntica cepa humana, llamada a la convivencia afectuosa y solidaria. Bajo los abecedarios de esta mística, que nos protege y ampara, además debemos mantener encendida la llama de los más impolutos sueños; sin obviar el despertar y el compartir, como actividad estética original y solariega. Yo creo, por consiguiente, que todavía no es tarde para construir una utopía que nos permita anidar el brío cooperante en linaje. ¡Vuelva el calor de hogar entre nosotros!
La naturaleza ha puesto en nuestra mente un insaciable empeño de vernos y de poder mirarnos de verdad; tanto es así, que la propia vida no es pasar sin más, sino deseo permanente. Por eso, la acción del ser humano sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la clemencia, contribuye a la edificación de esa población sin fronteras ni frentes, hacia la cual avanza la memoria ciudadana. Es un programa vivencial que está ahí, que debemos conocer y reconocernos en él, porque la paz con nosotros mismos es esencial, al menos para poder ofrecer un poco de comprensión; puesto que, al fin, todos somos artífices del futuro. La contrariedad en este cúmulo de virtudes y bondades o de afanes y desvelos, recae en los vicios que nos destruyen y destierran, poniendo en peligro la quietud social. Hoy más que nunca, a mi manera de ver, estamos necesitados de gentes que hablen claro y profundo. De ahí, esta persistente reivindicación inspiradora de poetas en guardia; cuestión que mana del alma, que junto al buen obrar emana el mejor de los conciertos armónicos, liberados de las cadenas mundanas.
Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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