Para algunos de los hombres de ciencia, investigar el origen del universo era acercarse a la propia obra de Dios.
Algunos de los grandes nombres de la ciencia han negado la existencia de dios, pero a lo largo de la historia otros tantos trataron de encontrar una manera de reconciliar la ciencia y con su fe. Ese contraste de opiniones viene dado por el misterio de la creación del universo, una obra que se atribuye a un Dios que nadie conoce físicamente, sino que lleva en la mente y la fe de las personas que están convencidas de su existencia, aunque aún no tienen respuestas concretas de cómo se originó la vida en este mundo.
Para algunos de los hombres de ciencia, investigar el origen del universo era acercarse a la propia obra de Dios, un ser que se considera Omnipresente, en extremo poderoso, que supuestamente lo controla y ve todo desde un espacio infinito repleto de millones de planetas que el hombre trata de descubrir.
Es un tema milenario seguido por la población mundial y que ha originado criterios encontrados entre el liderazgo de la religión y los científicos.
Según datos de la revista Nature divulgados en el 2007, sólo el 7% de los miembros de la National Academy of Sciences norteamericana (Academia Nacional de Ciencias) reconoce su fe, mientras que un 72% se declara ateo. En su homóloga británica, la Royal Society (Sociedad de la Realeza), el porcentaje de creyentes es aún menor, un 3%, frente a un 79% que se considera ateo. Para contrastar los datos, en la sociedad americana las cifras se dan la vuelta, y sólo un 3% asegura no creer en ninguna divinidad.
Una carta del fallecido científico Albert Einstein en la que critica la idea de un Dios y rechaza la Biblia se vendió en una subasta de Christie’s, en Nueva York, donde estuvo cerca de alcanzar los 2,9 millones de euros (unos 3.108.075 dólares estadounidenses).
“La palabra Dios no es para mí más que la expresión y resultado de la debilidad humana, la Biblia es una colección de leyendas venerables, pero primitivas”, decía en el texto titulado “Carta de Dios”, que fue enviado al filósofo alemán Eric Gutkind.
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El documento, escrito en Princeton un año antes de su muerte el 3 de enero de 1954, es considerado uno de sus misivas más famosas sobre Dios, su identidad como judío y la eterna búsqueda del significado de la vida, y es la expresión más clara de sus opiniones religiosas y filosóficas.
También dejaba claro en el texto que su posición frente al judaísmo era, al igual que frente a Dios, muy escéptica, de la que dijo era “como todas las otras religiones, una encarnación de superstición primitiva”.
Einstein, uno de los personajes más célebres y admirados de la historia de la ciencia, escribió la carta en respuesta a un libro de Gutkind de 1952, “Choose Life: The Biblical Call to Revolt” (Elige la vida: el llamado bíblico a la rebelión), un trabajo que criticó duramente, pero con el que también trató de buscar puntos en común, como la necesidad de que la moral estuviera por encima del interés propio y el rechazo del materialismo.
Con la célebre “Carta de Dios”, Albert Einstein fusiona sus pensamientos sobre la religión, su identidad judía y su propia búsqueda del sentido de la vida, al tiempo que refuta los argumentos que Gutkind desarrolla en la obra.
Él tenía razón cuando decía que Dios es el resultado de la debilidad humana. Es un asunto de fe, de creer o confiar en algo o alguien, como el paraíso o el infierno, aunque nunca lo hayan visto.
La actitud de este genio de la ciencia fue influenciada por el filósofo Baruch de Spinoza, nacido en Amsterdam en 1632, cuyas reflexiones supusieron una profunda crítica a la visión clásica y ortodoxa de la religión, cosa que terminó por generar su excomunión y el destierro por parte de su comunidad, así como la prohibición y censura de sus escritos.
La visión del mundo y de la fe concebida por Baruch de Spinoza se aproxima en gran medida al panteísmo, es decir, la idea de que “lo sagrado es toda la naturaleza en sí. Es decir, se trata de un dios amorfo e impersonal responsable del orden del universo y la impresionante belleza de la naturaleza”.
Una vez un estudiante le preguntó a Albert Einstein si creía en Dios y sin pensarlo mucho, respondió: “Creo en el Dios de Baruch de Spinoza”.
La postura de Einstein es asumida también por la generalidad de los científicos respecto a la creación del universo, y la de millones de humanos que no creen en la existencia de Dios, pero le temen.
El universo sigue siendo un velo de misterio, cuya creación para miles de humanos todavía no tienen muy clara y tratan de encontrar detalles convincentes.
¿Realmente se creó el universo en siete días, como reseña la Biblia? ¿Quién fue el Creador, por qué nadie lo conoce? ¿Fue obra de mentes alienígenas? Esas interrogantes han generado una lucha legendaria entre la ciencia y la religión; ambos sectores tratan de imponer sus verdades en un mundo repleto de mentes ignorantes.
Lo cierto es que el tema es complejo. “Dios es fe y amor”, dicen los obispos y ministros de las iglesias, muchos de ellos hoy convertidos en millonarios predicando la Palabra a costa de los incautos que nunca han visto a Dios y creen en su existencia por lo que han leído en la Biblia, un libro lleno de relatos contradictorios y manipulados.
En mi próxima entrega veremos la idea sobre Dios y la religión expresada por cinco grandes científicos de la historia.