Por Padre Manuel Antonio García Salcedo, Arquidiócesis de Santo Domingo
Las generaciones actuales han de conocer su obra. Es una referencia para todo hombre, todo hombre, ciudadano y sacerdote de la Iglesia Católica y para el servidor desinteresado del lugar en le ha tocado ejercer su misión. Me refiero al dominico Fray Vicente Rubio. Lo más llamativo para mí de su persona fue la fidelidad a su carisma de la Orden de los Predicadores, pues no solo se confinó en sus logros académicos muy extensos, en sus investigaciones históricas acerca de la República Dominicana y la labor realizada por la Iglesia Católica en ella o en el campo de la docencia en la que se empleó en tantas instancias.
Verdadero profeta del anuncio y la denuncia desde el Evangelio de la Iglesia de cara a la situación social con la que se encontró al llegar a la tierra de las primeras experiencias sacramentales del continente americano.
Todos están de acuerdo en lo vibrante de sus homilías, en especial, en las 7 palabras de Semana Santa, en las que denunciaba los atropellos del régimen trujillista. Sufrimos la incógnita de la autoría a él atribuida de la Pastoral de los Obispos Dominicanos del año 1960, que marcó el inicio de la caída en picada de la dictadura de Trujillo. Fray Vicente siempre hizo silencio respecto al tema.
Me impresionó años atrás el verle en uno de los encuentros de la Renovación Carismática Católica en el Colegio Quisqueya ante una gran multitud. No dejaba de participar en ellos. Le asignaba realizar una oración de alabanzas, y por breve tiempo, algo distante del micrófono, por ser un gran orador, capacitado con las mejores técnicas en el ramo y su ejercicio, levanta el anciano religioso sus brazos, y sin buscar protagonismo alguno motivaba a todos a elevar el corazón al Espíritu de Jesucristo, Dios y hombre verdadero, presente en la Eucaristía y en los Sacramentos de la Iglesia Católica.
Le conocí personalmente en la parroquia Santo Tomás de Aquino, parroquia en la que fui bautizado. Disponible siempre para administrar el sacramento del perdón, allí se le podía encontrar sentado antes de Misa en ese confesionario.
Fue de aquellos curas de otro tiempo en que a los hombres de la Iglesia se les admiraba por su preparación académica amplia y fina, por su rigor espiritual elegante, por su separación del mundo ajeno a las cuestiones de la interioridad y la tradición cristiana que eran su principal ocupación, por estar siempre ocupado en la investigación teológica aplicada al contexto social en que se vivía, y por la experiencia con las nuevas corrientes de gracia que irrumpían en la Iglesia.
Recuerdo, y siempre me devuelve esto la alegría, que había que hablarle bien alto porque estaba perdiendo la audición. El problema era que se escuchaba todo en el templo por el volumen que empleábamos al conversar. Pero no me importaba, porque el recibir el Sacramento de la Confesión de tan importante personaje de la historia de mi país era una luz que necesitaba para decidirme a ser Sacerdote Católico con su estilo.
Otra ocasión será propicia para repasar su biografía, curriculum y un perfil más amplio de Fray Vicente Rubio O.P., pero se hace necesario primero conocer los rasgos del alma de un creyente consagrado a quien el Pueblo Dominicano tanto le debe con respecto a la virtud de la religión y la justicia social, fundamentales para el orden y equilibrio de toda sociedad.