Muchas tragedias y fracasos ocurren porque el ser humano no emplea el sentido común en sus actuaciones cotidianas. Para hablar y criticar, se debe aplicar el sentido común. Es la mejor fórmula de evitar problemas que pudieran afectar nuestras relaciones con el prójimo.
Cometen imprudencias que luego desencadenan conflictos sociales y personales de gran magnitud, incluyendo la pérdida de la vida.
El sentido común es el conjunto de conocimientos, creencias y explicaciones, fundamentados en la experiencia personal o la sabiduría popular. Eso dicen los libros, que instruyen a usar la sensatez y la prudencia para evitar errores costosos.
Lo digo a propósito de la desgracia registrada en el municipio Las Yayas, de Azua, donde fallecieron algunas personas y varias se encuentran gravemente heridas tras un camión impactar un centro comercial. Los detalles del suceso indican que el chofer del vehículo conducía a alta velocidad.
No es el primer caso reportado en el país. El asunto es que el referido negocio fue construido a escasos metros de la carretera por donde se desplazaba el camionero, pero los ciudadanos compartían tragos justo a pocos metros de esa vía. Era necesario usar el sentido común y deducir que sus vidas estaban en peligro, que no debían estar en ese lugar. Pero nadie reflexionó.
Se ha convertido en una antaña cultura construir casas familiares a orillas de las carreteras y autopistas. Individuos establecen ventorrillos para ofrecer variados productos a los viajeros.
Es de presumirse que, dada esa realidad, en su momento, pudiera un vehículo embestir esos inmuebles y matar a sus ocupantes.
Las causas de un accidente son varias: porque el conductor pierde el control, la velocidad, un desperfecto en los frenos, embriaguez del operador o porque lo atrapó el sueño.
¿Por qué no levantan esas construcciones en zonas más apartadas de las carreteras? ¿Por qué las autoridades provincias o rurales no evitan eso?
No entiendo cómo esos individuos duermen, tranquilos, junto a la familia en esas edificaciones, que están a merced de que un vehículo las arrastre.
Igual panorama observamos con frecuencia en las zonas urbanas donde las personas proceden a la ingesta de bebidas alcohólicas. Frente a los colmadones y tiendas de bebidas, ocupan las calles impidiendo el paso a los vehículos y a los peatones.
Barrios capitaleños como Villa Juana, Villa Consuelo, Villa Francisca, Mejoramiento Social, Gualey, Las Cañitas, Capotillo, Cristo Rey, Simón Bolívar, Villas Agrícolas, Los Guandules, y otros, son lugares donde ocurren esas escenas.
Súmenle las imprudencias de los motoristas que se desplazan en grupos a alta velocidad por esas calles, calibrando, poniendo en riesgo vidas ciudadanas.
Sin dudas, no usan el sentido común, sobre todo si están embriagados o drogados.
La mayoría de las víctimas en accidentes de tránsito suceden por falta del sentido común de los conductores, como rebasar donde no deben, correr a alta velocidad más allá de lo que indica la ley, manejar borrachos, estacionarse en zonas prohibidas o pasar la luz roja de un semáforo.
A veces culpamos a las autoridades de las muertes en colisiones. No debe ser así. Cada quien debe cuidarse por cuenta propia y saber cuándo una imprudencia puede generar tragedias.
Mientras no empleemos el sentido común, veremos episodios luctuosos como en de Azua y otros que se registran en diferentes demarcaciones nacionales. ¡Es una lástima!
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