Para mí revolucionario es el prototipo del hombre sincero, honrado, valiente y solidario.
De acuerdo con el diccionario, la palabra “revolucionario” tiene como sinónimos otras tales como innovador, renovador, reformador, transformador, inventor, modificador, original, rebelde, insurrecto, insurgente y hasta subversivo.
Se liga esta palabra a personas e instituciones, como partidarias de una revolución o proceso revolucionario.
En Internet se dice que “Revolución es un término que se utiliza en las ciencias sociales para hablar de un proceso político, económico y social que genera cambios estructurales en una sociedad”.
Puede ser un proceso de corta, mediana o larga duración.
También define al “revolucionario” como un hombre dedicado, sin intereses personales, carente de relaciones, sentimientos, vínculos o propiedades, “ni siquiera tiene un nombre”. Todo en él se dirige hacia un solo fin, un solo pensamiento, una sola pasión: la revolución”.
Como se observa en dichas definiciones, el término se ha usado siempre en diversas conceptualizaciones, aunque más en política y tras transformaciones sociales.
Pero voy al grano y a nuestra realidad.
En este hermoso pedazo de tierra llamado República Dominicana, desde hace un buen tiempo se les llama “revolucionario” a cualquier agitador, ladrón, mentiroso, traidor, arribista o desorganizado personaje.
También a tipos “vividores”, chantajistas, haraganes o escritores de pacotilla, que resaltan a otros o a ellos mismos inventando historias nunca comprobadas.
Para mí revolucionario es el prototipo del hombre sincero, honrado, valiente y solidario, que sabe o aprende a distinguir lo bueno de lo malo, a compartir lo mucho o poco que tenga, a defender la verdad, aunque esté del lado contrario en determinado momento.
Es el trabajador, obrero o campesino que labora y espera su obra sea reconocida y justamente pagada. Es el intelectual que no habla o escribe sandeces para recibir elogios o pagas en el país o desde el exterior. Es el que cuida de padres, esposa, hijos, hermanos y hasta amigos.
Revolucionario no es quien diga serlo, es quien muestra y demuestra que aspira a serlo con una conducta limpia, valiente y amistosa. Es quien enseña con su ejemplo.
Revolucionario es, pues, una persona llena de dignidad, de amor por su patria y los suyos, el que distingue al cojo sentado y al ciego durmiendo, para asistirles o no.
Aquí tenemos personajes que se hacen llamar revolucionarios que defienden regímenes enemigos de la paz mundial o de las libertades humanas, e inventan supuestas “Revoluciones” que solo dejan pobreza a los ciudadanos. Personas que solo hablan de un “imperio”.
Revolucionarios que hablan de sociedades “maravillosas”, sin señalar un solo caso que sirva de ejemplo en el planeta. Mentirosos en sus hogares y fuera de ellos.
Tenemos a otros que dicen rechazar a empresarios, industriales, comerciantes, ricos, productores y multimillonarios, pero también les sirven cuando los llaman o cuando desean reunir unos dólares, unos euros o unos pesos para su mejoría personal y no para una revolución política, social y económica.
Algunos de ellos hasta escriben en medios de comunicación de renombrados millonarios que toda la vida se la pasan usando a empleados con miserables salarios, y hasta obligándolos a variar sus pensamientos sobre las lacras de nuestra sociedad.
Otros ni siquiera reconocen los regímenes donde pueden escribir, recorrer las calles o viajar a donde les parezca, olvidando el pasado donde por su supuesta militancia revolucionaria eran vigilados, perseguidos, detenidos, encarcelados o asesinados sin respeto a sus derechos constitucionales.
Seguiremos con el tema en otros comentarios que no tienen ningún otro interés que el de emitir nuestra visión acerca de la realidad dominicana, pues nunca me he creído un revolucionario.
Una realidad que quisiera ver llena de chinos, rusos, norteamericanos, alemanes, mexicanos, cubanos o venezolanos con preparación y deseos de ayudarnos en educación, medicina, desarrollo y otras variantes, y no con los pobres, famélicos, endiosados y mal agradecidos haitianos, que se creen dueños de nuestro país pese a la asistencia que les facilitamos desde 1844.
26 de septiembre.