Si hubieran hecho caso al mensaje del Papa se hubiera evitado la revolución del 24 de abril de 1965 (Segunda parte: En el corazón del conflicto).
Arquidiócesis de Santo Domingo.- ¡No se pudo evitar.! ¡Estalló la revolución civil!. Llamó el Papa San Pablo VI al Nuncio en la República Dominicana, Monseñor Manuel Clarizio, para que le explicase personalmente la situación límite que acontecía en la tierra de la Iglesia Primada de América. Ante lo cruento del conflicto armado, un breve mensaje escrito es enviado por el Romano Pontífice a una nación netamente católica en aquella época.
Muy diferente el mensaje papal enviado en cuanto al lenguaje diplomático utilizado en el radiomensaje del año anterior. De fecha del 17 de junio del 1965, los destinatarios son en primer lugar el Episcopado local, todo el clero, los religiosos, y a la nación en general.
Las expresiones del Papa son similares en este mensaje a que se había de emplear en la futura Constitución Pastoral de la Iglesia en el mundo moderno Gaudium et Spes, de los últimos documentos aprobados por el Concilio Ecuménico Vaticano II.
Al preguntarle a mi padre, el Doctor Manuel Antonio Garcia Sugrañes, sobre su conocimiento de lo que acontecía en la Iglesia Católica envuelta toda ella en una reforma para que buscaba la tan anhelada renovación y reconciliación de los católicos con el pensamiento moderno, me respondió que al estar la Republica Dominicana sometida a un sangriento conflicto de intereses, la prioridad era el subsistir con escasos recursos disponibles y conservar la vida, privados de comunicaciones con el exterior. Luego vendrá el asesinato de mi abuelo paterno a la salida de su casa por parte de un francotirador que disparaba sin razón alguna. Similares sucesos trágicos y frustrantes vivirán la mayoría de los habitantes de Santo Domingo en este periodo.
Las futuras generaciones desconocen el rol mediador y caritativo que jugó el Papa y la Iglesia mientras llegase en su totalidad la pacificación interna de la sociedad dominicana. Un intento de empatizar con las ansias, las preocupaciones, los temores por un futuro que se presentaba incierto por las dificultades que se debían superar.
La división entre dominicanos debía ser superada por la esperanza y la confianza renovada y firme. Fundamental para ello la unidad de entre todos los actores. La lucha entre enemigos debía de finalizar, no solo una simple tregua. El odio asesino, el uso de armas mortíferas, el derramamiento de sangre entre hermanos, conciudadanos e hijos de una misma nación debía de desaparecer. Solamente por la concordia y la paz podría llegar la libertad y la prosperidad, fruto de una situación de estabilidad en la vida social del país que necesitaba la implementación de reformas con miras al bien común, medidas estas reconocidas de forma unánime. La administración pública requerida de tranquilidad y de continuidad para poder realizar su labor.
La Iglesia Católica, de acuerdo a la justicia y al progreso social sin distinciones, dará su colaboración para que todos puedan vivir con dignidad. Las familias requerían de alimentación, vivienda adecuada, trabajo bien remunerado, protección a los hijos y provisión de lo necesario para su educación. La juventud y los más necesitados tendrían la prioridad de atención en medio de tan sangriento enfrentamiento. Todo esto, de acuerdo a los lineamientos de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) del anterior Papa, San Juan XXIII, en su encíclica Mater et Magistra.
Las fuerzas de servicio de la Iglesia Católica, la Acción Católica y los Cursillos de Cristiandad son requeridos en este mensaje el Papa para que intervengan prestando asistencia a los más afectados.
La nación dominicana necesitaba de rendir culto al Señor, estaba impedida de practicar la religión ante la inseguridad y la violencia reinante. Por ello, el Papa insta al Episcopado local, al clero y a los laicos a hacer todo lo que estuviese a su alcance para conseguirlo.
Pablo VI indica que sea foro de búsqueda para finalizar la revolución civil la nueva Universidad Católica de Santiago de los Caballeros. Cristo Jesus: «Camino, Verdad y Vida» sea el parámetro para abandonar las doctrinas falsas y destructivas que intentan suprimir el recto vivir humano y social, y retornar al coloquio fraternal que permite volver al trabajo honrado y justo en los campos y en las industrias. Labores estas que hacen patria.
Recordando que en marzo del año 1965 se reunieron en Santo Domingo cardenales, obispos y teólogos para la celebración del Congreso de la Virgen María, y ya cercanos a la Fiesta del Corpus Christi, el llamado al pueblo dominicano es recuperar la unidad en torno a Cristo, único Pan de Vida, que nos reúne en un solo Cuerpo que es la Iglesia. Esta fue la intención de la bendición apostólica que el Sucesor de San Pedro y San Pablo confirió a nuestra tierra, por intercesión de Nuestra Señora de la Altagracia, capaz de conseguirnos la serenidad y la paz.
Concluida la revolución del 65, nos cuestionamos si las recomendaciones del Papa, aplicables y beneficiosas para todo conglomerado social y en todo tiempo se han concretado del todo en la República Dominicana. La respuesta es un rotundo NO. Muchos progresos y avances se han alcanzado. Pero, el orden, la justicia y la solidaridad social es una tarea pendiente y urgente en nuestro medio. Única manera de prevenir y erradicar los levantamientos y la inseguridad social, así como extirpar las conductas violentas que nos aquejan en la actualidad.