Uno de los aspectos más conmovedores de la epopeya es la relación entre Gilgamesh y Enkidu.
Por Daniela Sosa Laureano
La epopeya de Gilgamesh es una de las primeras narraciones épicas conocidas por la humanidad, y se conoce no solo como un documento histórico incomparable, sino también como una obra que junto a su arte estético aborda las inquietudes existenciales que siguen siendo universales y atemporales. Al decir atemporal me refiero a aquellas inquietudes que trasciende el tiempo y las circunstancias específicas de la época mesopotámica.
Escrita en tablillas de arcilla hace miles de años en la antigua Mesopotamia, esta epopeya nos presenta un mundo de dioses, héroes y mitos, sin embargo, considero central discernir cómo se revelan las preocupaciones profundamente humanas: la búsqueda de la inmortalidad, el poder, la amistad y la inevitable confrontación con la muerte. En este ensayo, vamos a establecer un punto de encuentro entre estas inquietudes presentes en la epopeya de Gilgamesh y las que enfrentan la sociedad actual.
Gilgamesh, un rey que posee cualidades humanas y divinas, se enfrenta a la dura realidad de que, a pesar de su poder, no puede evitar la muerte. Si meditamos en esto, podemos llegar a preguntarnos: ¿Es el deseo de Gilgamesh simplemente un anhelo de vivir para siempre, o es, en realidad, un temor profundo que todos los seres humanos compartimos: el miedo a la muerte y, aún más, al olvido?
Para responder estas cuestiones es necesario analizar algunos fragmentos: “mis lujosos vestidos no me causan ningún placer, el dolor me abruma” (Epopeya de Gilgamesh, Tablilla VII). En este fragmento vemos que Gilgamesh reconoce, que a pesar de su estatus y poder, nada puede aliviar su sufrimiento. No olvidemos que Gilgamesh era un rey con cualidades divinas, sin embargo, no escapa al temor universal de la muerte y al olvido que esta conlleva.
Para reforzar lo planteado, es importante prestar atención a su lamento en este segundo fragmento: “Oh Enkidu, mi amigo, mi querido amigo” (Epopeya de Gilgamesh, Tablilla VII). Esta expresión revela una conexión emocional que va más allá de la amistad, un tema que abordaremos más adelante; representa la lucha de Gilgamesh con su propia existencia. Al recordar las hazañas que compartieron, como la muerte del Toro Celeste y
Humbaba, queda claro que su deseo de inmortalidad no es simplemente un anhelo de vivir para siempre, sino un reflejo del miedo a que sus logros y su ser sean olvidados.
Ahora bien, ¿Cómo se presenta esta cuestión en nuestros días? Pensemos en la pandemia del COVID-19 y otras crisis contemporáneas, que han llevado a muchas personas a cuestionar su vida y sus prioridades, generando que las personas reflexionen sobre la mortalidad. Este contexto ha hecho que el miedo a la muerte y al olvido sea más palpable, obligando a muchos a reconsiderar lo que realmente importa en sus vidas. Lo realmente importante en la vida suele radicar en las relaciones personales, que nos brindan apoyo y amor, así como en el cuidado de nuestra salud física y mental.
Uno de los aspectos más conmovedores de la epopeya es la relación entre Gilgamesh y Enkidu. Lo que comienza como un encuentro violento entre dos poderosos guerreros evoluciona hacia una amistad que transforma a ambos personajes. Enkidu, creado por los dioses para ser el contrapeso de Gilgamesh, se convierte en su amigo más cercano, y es a través de esta amistad que el rey de Uruk empieza a comprender su humanidad.
El pasaje en el que Enkidu se enfrenta por primera vez a Gilgamesh, seguido de su reconciliación y el establecimiento de una amistad inseparable, marca el inicio de una profunda transformación en la historia: “Se agarraron ante la puerta… pero se detuvieron, su lucha cesó, y entonces se abrazaron como hermanos” (Epopeya de Gilgamesh, Tablilla I). A partir de este momento, su relación se convierte en el eje emocional de la epopeya, como se mencionó anteriormente. La muerte de Enkidu provoca una crisis existencial en Gilgamesh, evidenciando la profundidad de su amistad y el impacto que tiene en el rey de Uruk.
A menudo, las personas encuentran en la amistad un reflejo de lo mejor de sí mismas, y eso es exactamente lo que sucede con Gilgamesh. Enkidu representa el lado más salvaje y libre de la naturaleza humana, y su eventual humanización tras conocer el amor y la civilización resalta cómo las relaciones nos transforman y nos elevan.
En lo personal, esta parte de la epopeya me lleva a meditar sobre el poder que tienen las relaciones humanas para redefinirnos. Todos somos, en alguna medida, moldeados por aquellos con quienes compartimos la vida. La pérdida de Enkidu, que sume a Gilgamesh en el dolor y lo impulsa a su búsqueda de inmortalidad, es también un recordatorio de la fragilidad de la vida y de cómo la muerte de un ser querido puede desencadenar profundas transformaciones en nosotros.
Ahora entremos al aspecto de esta epopeya que más me fascina, que es la inevitable relación con los dioses: el destino y el control divino
En la historia, los dioses intervienen directamente en la vida de los mortales, creando y destruyendo a su voluntad. Gilgamesh y Enkidu son, en muchos sentidos, juguetes en manos de los dioses, esto puede ser una visión del destino en la que los humanos tienen poco control sobre sus propias vidas.
El castigo impuesto a Enkidu por haber desafiado a los dioses es un claro ejemplo de este discurso: “Enkidu será castigado por su arrogancia… los dioses han decidido que debe morir” (Epopeya de Gilgamesh, Tablilla VII). A pesar de su fuerza y valentía, ni él ni Gilgamesh pueden alterar su destino. Esta relación asimétrica deja al descubierto la impotencia de los seres humanos frente a las fuerzas divinas.
Este tema tiene ecos contemporáneos. Aunque ya no creemos en dioses que intervienen de manera directa, muchos siguen sintiendo que sus vidas están regidas por fuerzas fuera de su control.
Por ejemplo, hoy brilla por su presencia y se manifiesta en la sensación de impotencia que muchas personas sienten frente a factores como el sistema económico, la política o los desastres naturales, que parecen dictar sus destinos. Pese a la ilusión de control de la tecnología y el acceso a la información, las decisiones individuales se ven limitadas por circunstancias sociales y económicas, generando una lucha constante por encontrar significado y propósito en un mundo cada vez más despersonalizado y regido por fuerzas ajenas. Esta realidad nos recuerda la antigua búsqueda de los seres humanos por desafiar lo inevitable, al mismo tiempo que enfrentan las consecuencias de sus actos en un entorno donde la incertidumbre y la falta de control persisten.
La epopeya de Gilgamesh es mucho más que un relato antiguo; es un espejo en el que podemos ver reflejadas nuestras propias luchas y anhelos. A través de la búsqueda de la inmortalidad, la profunda amistad entre Gilgamesh y Enkidu, y la confrontación con fuerzas divinas que parecen fuera de nuestro control, la obra aborda cuestiones que aún nos preocupan hoy. La relación entre Gilgamesh y Enkidu nos recuerda que las conexiones humanas son esenciales para comprendernos a nosotros mismos y encontrar sentido en la vida. Además, la sensación de impotencia ante situaciones como la pandemia o las crisis sociales nos recuerdan a este personaje, Gilgamesh, quien, a pesar de su poder, no puede
escapar de la muerte. En momentos de incertidumbre, esta epopeya nos invita a reflexionar sobre lo que realmente importa: el amor, la amistad y la búsqueda de significado. Así, "La epopeya de Gilgamesh" no solo nos conecta con un pasado lejano, sino que también nos ofrece valiosas lecciones sobre la condición humana que siguen siendo relevantes en nuestra vida cotidiana.
Referencia bibliográfica
Bartra, A. (Ed.). (1963). La epopeya de Gilgamesh (Vol. 4). Escuela Nacional de Antropología e Historia, Sociedad de Alumnos.
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La autora del artículo es estudiante de la Licenciatura en Lengua Española y Literatura en el Instituto Superior de Formación Docente Salomé Ureña, recinto Félix Evaristo Mejía.