“La propia historia nos demuestra a la humanidad que, cuando trabajamos juntos y aplicamos nuestra mente combinada, podemos forjar soluciones a cuestiones incomprensibles. Se trata de oírnos conjuntamente y de poner el corazón en nuestros andares, sobre todo lo demás”.
En una sociedad enferma nadie suele fiarse de nadie; y esto es grave, muy grave, gravísimo. Sin duda, la situación actual, al igual que la de otro tiempo, debe hacernos repensar en cómo nos movemos y nos socorremos. En efecto, todos precisamos de asistencia en medio de las continuas tempestades vivientes, lo que debe hacernos reflexionar sobre la búsqueda colectiva de lo armónico, más allá de los propios intereses personales, que frecuentemente nos corrompen y distancian. Hoy más que nunca, los moradores de este mundo, requieren activar vínculos diplomáticos, para reducir tensiones e impulsar la cultura del abrazo sincero por todos los rincones del planeta. Es público y notorio que nada puede conseguirse sin anhelo y franqueza, pues las nuevas generaciones actuales suelen vivir inmersas en un profundo sentido de confusión y extravío. Desde luego, parece que no abundan las gentes de verbo sincero y de acción coherente, lo que acarrea que todo se agite en la más tremenda incertidumbre, sin porvenir alguno; y, lo que es peor, sin perspectiva de sentido común, ni de conciencia.
La necedad es la madre de todos los males. Vuelva la sensatez, con su disposición a la benevolencia, para atesorar familiaridad. A propósito, considero vital que reforcemos la sensibilización pública sobre el papel de las artes o de las ciencias, del deporte o de cualquier otra actividad lúdica, al menos para intentar generar aproximación de pulsos en beneficio de las sociedades. A mi juicio, es imperativo que, en todas las partes de la tierra, se adopten enfoques racionales y pragmáticos, al menos para fomentar la confianza ciudadana. Basta ya, pongamos fin a los ensayos nucleares de una vez por todas, corrijamos actitudes. Por este carril diario por el que transitamos, son tantos los estímulos, que a veces no cogemos el adecuado. Además, el intelecto no siempre actúa lúcidamente, porque la voluntad tampoco es firme perpetuamente y nunca las pasiones suelen controlarse; ni la valentía, a menudo llega a vencer el desasosiego. Pero si abrimos nuestro corazón a lo que nos circunda, y nos acogemos a ese tiempo meditativo consigo mismo, quizás podamos enmendar contextos y modificar circunstancias.
Está visto que la desigualdad y la injusticia erosionan la esperanza y alimentan el populismo y la furia; y que la discriminación, la hostilidad y el racismo adoptan nuevas formas. Ante este horizonte cuajado de contrariedades, donde cada cual busca a toda costa el beneficio personal, el éxito o el goce desenfrenado; urge llamar a la tranquilidad, para poder abrazar otro espacio, menos envenenado por el odio y la venganza. Quizás tengamos que hacer un alto en el camino, sintonizar mejor con nuestros interiores, donde se ubican las energías anímicas necesarias para su evolución, asegurando un desarrollo en todos los niveles, para poder resolver sus problemas económicos y sociales, por graves que sean. Bajo el paraguas de estos sentimientos, todo será más llevadero. La propia historia nos demuestra a la humanidad que, cuando trabajamos juntos y aplicamos nuestra mente combinada, podemos forjar soluciones a cuestiones incomprensibles. Se trata de oírnos conjuntamente y de poner el corazón en nuestros andares, sobre todo lo demás. La zancadilla, aún soñada, ya es aborrecible.
El mero asunto del desarme, sustancialmente es un problema de convicción recíproca. Unirse y reunirse para formar comunión y comunidad, ayuda a reencontrarse; y, de esta manera, poder encontrar la manera de sustituir esta “atmósfera de terror” vertida, por una “atmósfera de cordialidad”. Aunque pueda parecernos imposible, esta es la ruta, mejorar la realidad de las relaciones internacionales, especialmente entre las grandes potencias y bloques de Estados. Por ello, la seguridad internacional sólida supone también un avance de reconocimiento del justo derecho de todos contra las malas voluntades. No tiene sentido continuar batallando con las armas. Pongamos alma, en su lugar. Lo demanda el sentido común y lo aconseja el interés de todos; ya que el progreso de cada uno de los miembros de la gran familia humana, se beneficiará de la mejora de todos y contribuirá a establecer más vigorosamente la concordia. Será bueno, que también entremos en paz con nosotros, recordando que mientras el miedo paraliza, la certeza nos libera. Si acaso, hagamos silencio antes de tomar opción alguna, es el único amigo que jamás traiciona.
Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
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