Un descubrimiento sobre la infancia prolongada desafía la hipótesis del cerebro grande.
Un estudio revolucionario de dientes fósiles hallados en Georgia pone en duda lo que creíamos saber sobre los primeros Homo y su desarrollo. A pesar de tener un cerebro pequeño y una vida adulta comparable a la de los grandes simios, estos homínidos parecen haber tenido una infancia prolongada.
Este hallazgo sugiere que fue precisamente esa infancia extendida, combinada con la transmisión cultural entre grupos sociales de tres generaciones, lo que pudo haber desencadenado la evolución hacia un cerebro grande, propio de los humanos modernos. La hipótesis del "cerebro grande, infancia prolongada" es puesta a prueba, abriendo nuevas posibilidades sobre el origen de nuestra especie.
El equipo de investigación, compuesto por científicos de la Universidad de Zúrich, el European Synchrotron Radiation Facility (ESRF) en Francia y el Museo Nacional de Georgia, usó imágenes de sincrotrón para estudiar los dientes fósiles de un espécimen casi adulto de Homo primitivo del yacimiento de Dmanisi, datado en 1,77 millones de años.
La investigación, publicada en la revista Nature, reveló que el desarrollo dental de este fósil es excepcionalmente detallado, gracias a la técnica de tomografía sincrotrón, que permitió reconstruir su crecimiento desde el nacimiento hasta la muerte con una precisión sin precedentes.
La sorprendente velocidad de crecimiento de los dientes, más rápida que la de cualquier otro homínido fósil o gran simio actual, desafía las expectativas previas. Según el científico Paul Tafforeau del ESRF, este descubrimiento podría cambiar la forma en que entendemos la evolución humana.
A través de la observación de los dientes, que actúan como registros del desarrollo, los investigadores pudieron inferir que la infancia prolongada pudo haber sido un factor decisivo en el desarrollo de un cerebro más grande en los primeros Homo.
Este proyecto, iniciado en 2005, no solo ha logrado avances técnicos, sino también un proceso de maduración intelectual que ha permitido a los científicos pensar más allá de los enfoques tradicionales.
Los resultados, que se dieron a conocer en 2023, ponen en evidencia la importancia de la infancia prolongada en el proceso evolutivo humano y nos acercan más a entender los secretos de nuestros orígenes.
Muelas del juicio a los 11 años desafían nuestra evolución
El estudio de un fósil de Homo revela una maduración dental sorprendentemente similar a la de los humanos, aunque este individuo murió entre los 11 y 12 años, cuando ya había desarrollado las muelas del juicio, como sucede con los grandes simios.
A pesar de esto, los investigadores encontraron que los dientes posteriores tardaron más en desarrollarse, lo que indica que los dientes de leche fueron utilizados durante más tiempo que en los simios. Esta es una clave fundamental en el debate sobre la infancia prolongada y su posible papel en la evolución humana.
El hallazgo pone a prueba la hipótesis del cerebro grande: la infancia más larga pudo haber sido el motor de un cerebro más grande, aunque los primeros Homo no tenían cerebros mucho más grandes que los de los simios.
Sin embargo, la longevidad y el cuidado social en su grupo, evidenciado por el caso de un individuo de avanzada edad que sobrevivió sin dientes, podrían haber sido los factores que impulsaron una estructura social de tres generaciones, fundamental para la transmisión cultural.
Este descubrimiento ofrece una nueva perspectiva: el crecimiento más lento y la transmisión cultural habrían permitido una mayor memorización y aprendizaje, favoreciendo así una infancia más larga. La selección natural pudo haber actuado sobre la transmisión cultural, favoreciendo el aumento del tamaño cerebral y un retraso en la edad adulta.
El estudio desafía la visión tradicional de que el aumento del tamaño cerebral provocó la infancia prolongada, sugiriendo que fue precisamente la estructura social y el tiempo dedicado al aprendizaje lo que permitió que los humanos modernos desarrollaran cerebros más grandes y una vida más larga. La clave de nuestra evolución podría no residir solo en el cerebro, sino en la interacción entre la biología y la cultura. Con datos de Europa Press