Por Anasol Hernández Pérez
Jueces es el séptimo libro del antiguo testamento en la biblia, éste presenta un período caótico en la historia de Israel, caracterizado por la inestabilidad social, la desobediencia religiosa y la fragmentación política. Sin un liderazgo claro tras la muerte de Josué, el pueblo de Israel se encuentra en un constante ciclo de pecado, castigo, arrepentimiento y liberación. A lo largo de este libro, se observa una dinámica similar a la de un padre corrigiendo a sus hijos, mostrándoles el camino correcto a través de la disciplina, pero también extendiendo misericordia cada vez que ellos claman por ayuda. Dios, como un padre amoroso pero firme, corrige al pueblo no con el objetivo de castigarlo permanentemente, sino para enseñarle la importancia de la obediencia y la confianza en él.
Desde las primeras páginas del libro, queda claro que Israel no ha aprendido a mantenerse fiel a Jehová de forma constante. La narrativa muestra que, tras la muerte de Josué, los israelitas preguntan a Dios quién debe liderar la batalla contra los cananeos. Dios les responde que Judá encabezará las campañas militares, asegurando que ha entregado la tierra en sus manos (Reina-valera, 1960, Jueces 1:2). Sin embargo, a pesar de las victorias iniciales, como la captura del rey Adoni-bezec, la conquista de Jerusalén y la toma de Hebrón, el pueblo comienza a mostrar signos de debilidad moral y desobediencia. Las tribus no logran expulsar completamente a los cananeos, permitiendo que estos continúen habitando entre ellos. Esta incapacidad de completar la tarea encomendada refleja una falta de compromiso con las instrucciones divinas, similar al comportamiento de un hijo que no sigue las enseñanzas de su padre con diligencia.
La relación entre Dios e Israel en el libro de Jueces puede ser interpretada como un reflejo de la paciencia que un padre ejerce ante los errores repetidos de sus hijos. Cada vez que los israelitas se apartan de Jehová para adorar a dioses extranjeros, Dios permite que sean oprimidos por naciones enemigas, como una forma de enseñarles las consecuencias de su desobediencia. En palabras del texto: " Y se encendió contra Israel el furor de Jehová, el cual los entregó en manos de robadores que los despojaron, y los vendió en mano de sus enemigos de alrededor; y no pudieron ya hacer frente a sus enemigos. " (Reina-valera, 1960, Jueces 2:14). Sin embargo, cada vez que el pueblo clama por ayuda, Dios responde levantando jueces para liberarlos, tal como lo haría un padre que no soporta ver el sufrimiento de sus hijos. La disciplina, en este contexto, no es un castigo arbitrario, sino una oportunidad para que el pueblo reflexione sobre sus acciones y busque reconciliarse con Dios.
El ejemplo de Gedeón es particularmente revelador en esta dinámica. Gedeón duda de su capacidad para liderar al pueblo, al igual que un hijo que no confía en sus propias habilidades a pesar del apoyo de su padre. Cuando Gedeón pregunta a Dios por qué ha permitido la opresión de los madianitas, el ángel de Jehová le responde: " Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No te envío yo? " (Reina-valera, 1960, Jueces 6:14). Esta respuesta muestra que, aunque Dios permite que el pueblo enfrente dificultades, también ofrece las herramientas necesarias para superar esos desafíos. El éxito de Gedeón, quien derrota a los madianitas con solo trescientos hombres, evidencia que la confianza en Dios es más poderosa que los recursos humanos.
La historia de Sansón, por otro lado, revela que incluso los dones otorgados por Dios pueden ser mal empleados si no se acompañan de obediencia y humildad. Sansón, dotado de una fuerza sobrenatural, utiliza su poder para satisfacer sus deseos personales, lo que eventualmente lo lleva a ser capturado por los filisteos. Sin embargo, en su momento final, Sansón clama a Dios por una última oportunidad diciendo:
“Señor Jehová, acuérdate ahora de mí, y fortaléceme, te ruego, solamente esta vez, oh Dios, para que de una vez tome venganza de los filisteos por mis dos ojos. Asió luego Sansón las dos columnas de en medio, sobre las que descansaba la casa, y echó todo su peso sobre ellas, su mano derecha sobre una y su mano izquierda sobre la otra. Y dijo Sansón: Muera yo con los filisteos. Entonces se inclinó con toda su fuerza, y cayó la casa sobre los principales, y sobre todo el pueblo que estaba en ella.” (Reina-valera, 1960, Jueces 16:28-30)
Al destruir el templo filisteo, demuestra que incluso los errores más grandes pueden ser redimidos a través del arrepentimiento sincero. Esta historia subraya la importancia de la corrección paterna: un padre no abandona a sus hijos, incluso cuando estos cometen errores graves, sino que busca siempre su redención.
A pesar de las constantes intervenciones divinas, el pueblo de Israel sigue cayendo en la idolatría, reflejando la complejidad de la relación entre Dios y su pueblo. El texto señala que "cada uno hacía lo que bien le parecía" (Reina-valera, 1960, Jueces 21:25), evidenciando la falta de unidad y la ausencia de una figura central que mantenga el orden. Esta situación puede compararse con una familia donde los hijos actúan de forma independiente, ignorando la autoridad del padre. Dios permite que los israelitas enfrenten las consecuencias de su desobediencia para que comprendan que solo bajo su guía pueden alcanzar la paz. Sin embargo, cada vez que el pueblo se arrepiente, Dios responde con misericordia, demostrando que su amor es más grande que los errores cometidos.
El libro concluye dejando en claro que la inestabilidad y la fragmentación de Israel son el resultado de su incapacidad para mantenerse fiel a Dios. La ausencia de un liderazgo firme anticipa la necesidad de una monarquía que unifique al pueblo y lo guíe hacia la obediencia. Sin embargo, más allá de las estructuras políticas, el mensaje principal del libro es que la verdadera paz solo puede alcanzarse a través de la obediencia a Dios y la confianza en Su amor paternal.
En última instancia, el libro de Jueces nos invita a reflexionar sobre la importancia de la corrección y la misericordia en la vida humana. Así como Dios actúa como un padre que disciplina a sus hijos por amor, también nosotros debemos aprender a aceptar la corrección como una oportunidad para crecer y mejorar. El ciclo constante de pecado y redención en el libro no es una condena al fracaso humano, sino una demostración del amor incondicional de Dios, quien siempre está dispuesto a perdonar y guiar a sus hijos de vuelta al buen camino.
Referencia bibliográfica
Reina-Valera. (1960). BibleGateway.
https://www.biblegateway.com/passage/?search=Jueces%2021&version=RVR1960
La autora del artículo es estudiante de la Licenciatura en Lengua Española y Literatura en el Instituto Superior Docente Salomé Ureña.
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