Por Heidi Matos Almánzar*
Las relaciones públicas son fundamentales para la comunicación efectiva entre organizaciones y sus públicos. Sin embargo, lograr un propósito compartido exige algo más que buenas intenciones. Requiere, entre otras cosas, de un manejo ético en todos los procesos involucrados.
La ética se convierte en la base sobre la cual se construyen relaciones auténticas y duraderas, y es crucial para cultivar la confianza necesaria para que las organizaciones y sus públicos trabajen juntos hacia objetivos comunes.
El propósito compartido implica una alineación entre los valores de una organización y las expectativas de su audiencia. Para que esta sincronización sea efectiva, las empresas deben demostrar un compromiso genuino en cada paso de su comunicación.
Esto significa que deben actuar con transparencia, sinceridad y responsabilidad, proporcionando información precisa y siendo conscientes del impacto de sus acciones en sus comunidades y en el medio ambiente.
Cuando las organizaciones implementan un manejo ético en sus relaciones públicas, generan un vínculo emocional más fuerte con sus públicos. La sinceridad en el mensaje y el reconocimiento del valor de las opiniones de los grupos de interés crean un sentido de pertenencia.
Por ejemplo, si una empresa se dedica a la sostenibilidad y su público también valora la protección ambiental, la coherencia en sus prácticas fortalecerá esta conexión, resultando en una colaboración más efectiva para alcanzar metas comunes.
Por otro lado, la falta de principios puede frustrar cualquier intento de establecer un propósito compartido. Las prácticas engañosas, como la manipulación de información o la falta de transparencia, pueden erosionar la confianza y destruir cualquier lazo que se haya formado.
En un entorno donde la información se difunde rápidamente, un solo desliz puede convertirse en una crisis reputacional que afecte no solo a la organización implicada, sino también a toda la comunidad que la rodea.
Este enfoque colaborativo puede dar lugar a soluciones innovadoras que verdaderamente se alineen con las necesidades del público en cuestión, así como a una mejora continua de las estrategias de comunicación, adaptándose a un mercado en constante cambio.
Sin lugar a dudas, el logro de un propósito compartido en relaciones públicas depende en gran medida de un impecable manejo apegado a las buenas prácticas en todos los procesos. La ética no solo actúa como un protector contra posibles crisis, sino que también crea un ambiente de confianza y colaboración.
Cuando las organizaciones adoptan buenas prácticas y se comprometen a un propósito claro, pueden unir fuerzas con sus públicos para construir un futuro mejor. Esto no solo beneficia a las empresas en términos de éxito comercial, sino que también contribuye a un impacto positivo en la sociedad, promoviendo relaciones genuinas donde todos se sienten valorados y escuchados.
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