En Venezuela, todo estaba dado para que fuera una potencia mundial, y no fueron los americanos el problema.
Me sumo a la iniciativa de Maduro de adelantar la Navidad. Mi propuesta, de hecho, es que sea dos veces al año para recordarnos que no podemos seguir como vamos si no queremos terminar como Venezuela: ricos, pero en el estilo Venezuela.
En Venezuela, todo estaba dado para que fuera una potencia mundial, y no fueron los americanos el problema; el problema fueron los mismos venezolanos. Duele, pero es la verdad; lo otro es una estratagema.
Cuando nací en 1972 en Caracas, porque mi papá trabajaba allá, me entregaron junto con mi acta de nacimiento un barril de petróleo solo por nacer allí. Así de rica es Venezuela.
Era tal la riqueza y el potencial de ese país que dos partidos decidieron dividirlo y hacer un concurso: “¿Quién podría destruir más rápido ese país?”
No fue una tarea fácil; intentaron de todas formas, pero la riqueza era descomunal. Tanto así que, cuando creyeron que fallarían, encontraron la ayuda en su propia rivalidad. Aunque les dio brega.
Los dos partidos no se ponían de acuerdo en cómo destruir Venezuela, así que buscaron a un mediador: Hugo Chávez, quien puso manos a la obra. Pero cuando ya estaba a medio camino, su señor se lo llevó al infierno, donde ahora está, y dejó a Maduro para terminar la tarea.
Pero el maligno, como dice Milei refiriéndose a Belcebú, tenía un as bajo la manga: el sucesor de Chávez, que tiene un PhD en estupidez y que solo cuando sus aliados decidan, o cuando encuentre la traición de uno de sus seguidores, dejará en paz a esa nación hermana.
Los venezolanos no son inmigrantes, por lo que, cuando ves a uno en República Dominicana, le está huyendo a la locura de la revolución bolivariana. En teoría, una idea correcta, pero en la práctica, una tragedia.
No me malinterpreten. Chávez era, en su momento, una esperanza, pero es como un sueño que se vuelve pesadilla.
Su régimen llevó al pueblo venezolano, en algún momento, una esperanza; la misma que hoy les quita.
Este no es un artículo para hablar de Maduro, quien es la prueba de que cualquier persona, aunque sea estúpida, tiene la oportunidad de llegar a ser presidente. Venezuela es la muestra.
Los latinoamericanos somos una vergüenza, al menos en lo que a gobierno respecta.
No hay suficiente memoria en mi teléfono para escribir todas las cosas buenas de Latinoamérica o Hispanoamérica, como le gusta llamarla a la madre patria.
Venezuela es el espejo en el que todos debemos mirarnos, en la arritmia histórica en la que vivimos en esta media isla.
No podemos ni debemos terminar como Venezuela. Podremos resistir, pero recuerden que si EE. UU. se convirtió en lo que hoy es, a nosotros nos puede pasar cualquier cosa y terminar como está Venezuela hoy.
¡Zafa! Dios nos libre.