El problema no son los políticos, los empresarios ni la sociedad civil.
La pregunta que debemos hacernos todos los dominicanos es: ¿De verdad queremos un mejor país?
Y rápidamente la respuesta será: No.
Será no si somos sinceros con nosotros mismos y reflexionamos si estamos dando los pasos en esa dirección.
No me malinterpreten: creo que hay muchos dominicanos que estamos (y me incluyo) haciendo todo lo que está a nuestro alcance para no hacer daño a nuestro país y contribuir a su mejora. Pero es difícil, porque la mayoría de las veces nos encontramos con la muralla que representan las acciones de quienes nos rodean.
El problema no son los políticos, los empresarios ni la sociedad civil. Es un problema mucho mayor, relacionado con lo que realmente pensamos y no queremos admitir.
¿Por qué siempre buscamos un líder?
¿Por qué siempre nos engañamos?
¿Por qué criticamos todo?
¿Por qué el problema es de otro?
¿Por qué siempre violamos las normas de convivencia?
¿Por qué siempre tomamos decisiones incorrectas?
¿Por qué?
Bueno, eso es algo difícil de responder. Como la fórmula de la Coca-Cola, existe, pero pocos saben exactamente cuál es.
La República Dominicana no va bien. Aunque los economistas digan que estamos creciendo —y esto sea verdad—, es preocupante que ese crecimiento no lo sienta la población.
Ahora nos hemos enfocado en los haitianos, cuando ese problema siempre ha existido y lo recuerdo desde cuando jugaba con figuritas de Star Wars.
El problema no es Haití. El problema soy yo y es usted, que en el fondo solo buscamos nuestro beneficio individual, mientras pedimos un cambio que sea bueno siempre y cuando no nos afecte.
Nunca podremos tener la patria soñada porque nuestros sueños se reducen a un lugar donde podamos hacer lo que queramos, sin pensar en los demás.
No estamos como Haití, es cierto, y somos una de las economías que más crecen en la región. Pero desde la muerte del sátrapa no hemos parado de endeudarnos. Con lo que hemos tomado prestado, ya podríamos haber construido dos Nueba Yol.
Así es como criticamos a los políticos dominicanos, acusándolos del desorden que nosotros mismos no les dejamos arreglar y les pedimos que empeoren para nuestro beneficio personal.
La verdad es dura, “e’ mala e’ ver”. Los últimos gobernantes que hemos tenido siempre han querido quedarse en el poder, y eso nos ha gustado o disgustado, dependiendo de nuestras preferencias.
- Pedimos lucha contra la corrupción, pero en el fondo no la queremos. Desde que comienza, nos ponemos en contra, no por los atropellos, sino por algo más profundo que evitamos entender.
Solo basta ver cómo, cuando alguien intenta aplicar la ley, encuentra innumerables trabas. Somos magistrales siendo legalistas en calzoncillos.
En la educación es peor. Nos pasamos años pidiendo el 4 % para la educación y, ahora que lo tenemos, nos quejamos del logro en sí, criticando la ejecución en lugar de garantizar que se administre correctamente.
Nos quejamos de los policías, de los médicos, de los maestros, de los políticos… pero somos malos con nuestros vecinos y con nuestro entorno. Cuando salimos a la calle, hacemos de estas un infierno con nuestra forma de conducir.
Queremos un segundo nivel en todas las calles del país, pero al mismo tiempo que no nos afecte la visibilidad desde el balcón, que se construya en un día y que sea mágico, sin costo ni tiempo de construcción.
Decimos que los profesores deben educar a nuestros hijos, pero en casa dejamos que vean dembow, con madres actuando como prostitutas y padres como delincuentes de poca monta, mientras demostramos un comportamiento social atroz.
Los buenos dominicanos, que son la mayoría, no saben qué hacer. Este círculo vicioso es más difícil de romper que convertir estiércol en oro.
Si creen que todo mejorará, no se engañen: todo empeorará. Cada día, mientras las personas buenas tienen menos hijos para cuidarlos mejor, en los barrios nacen niños sin padre ni madre y sin referencias de cómo vivir en sociedad. A esto se suma la situación de los haitianos nacidos aquí, quienes, sin educación, están en nuestro país porque el suyo colapsó.
Mientras tanto, la clase media tiene jóvenes que solo aspiran a vivir superficialmente. Esta clase lleva el mismo germen que los estratos más bajos, aunque lo manifiesta de manera diferente.
No nos engañemos: el problema empeorará. Pronto vendrá una clase política peor, y en una o dos generaciones tendremos un Bukele, un Trump, un Milei o un Maduro. Entonces añoraremos a los presidentes que hoy despreciamos, quienes, al final, son nuestra propia creación.
Creo firmemente que tendremos que tocar fondo, y eso ocurrirá pronto. Solo entonces pediremos a Dios la oportunidad de renacer como un país cuyos principios no sean los de Trujillo y Balaguer.
Un país donde se enseñe en las escuelas a amar nuestra nación, donde estudiemos la democracia inspirándonos en lo mejor de EE. UU. y analicemos casos de éxito en otros países. En lugar de estar siempre en guerra, debemos perseguir un estado de bienestar.
Latinoamérica no es un referente a seguir. Divorciémonos de ese continente y busquemos países donde ha habido cambios reales y avances. Dejemos de pensar que, porque Latinoamérica es un desastre, nosotros estamos condenados a lo mismo.
La República Dominicana necesita colapsar para luego renacer como un nuevo país. Espero que sea uno mejor, guiado por un proyecto de nación y no por intereses personales.
Lamento no estar vivo cuando llegue ese renacer de la patria soñada por Duarte y no de la pesadilla que vivimos hoy.