Arquidiócesis de Santo Domingo.- Los derechos humanos básicos son el desafío de toda sociedad que busca la madurez de su desarrollo. Tarea pendiente está en la Republica Dominicana, y en el resto del continente al que pertenece. Fray Antonio de Montesinos marcó en el Adviento del 1511 la línea que ha de seguir todo verdadero pastor y líder al que le duele el sufrimiento del pueblo que se le ha encomendado.
Una población nativa que en apenas 18 anos de la llegada de los españoles a la Hispaniola fue diezmada considerablemente por el yugo de la esclavitud a la que fue sometida. Un mar de ataques se levantó contra los religiosos frailes dominicos por parte de los encomenderos que instalaron sus comercios en base a los recursos extraídos en la Isla con el apoyo de Diego Colón, el gobernador de las tierras recién conquistadas. Bien sabían los frailes, asesores del Papa Romano que estaban reproduciendo el espíritu profético de San Juan Bautista y su mensaje evangélico de conversión inmediata y radical.
La primera cruzada no violenta de la historia de la humanidad fue iniciada por el sermón de Montesinos que se convirtió desde entonces en el parámetro de todos los Obispos del Continente Latinoamericano… el eco de toda verdadera evangelización como defensa de los derechos humanos más elementales.
Muchos son los temas a rescatar en las últimas décadas del siglo XX y en el reciendo iniciado cuarto de siglo XXI parecieran ausentes de la vida civil y religiosa: la santidad de vida, el cultivo de las virtudes, el fomento de los mejores valores y la justicia social, entre tantos otros, que han intentado ser sepultados por una anticultura de placeres y lujos adquiridos y mantenidos de manera inmediata e ilegal a costa de la precariedad en que vive la mayoría de la población de nuestros pueblos.
El primer sermón que trascendió desde América hasta la corona española y desde Burgos por todo el mundo reclamaba el cumplimiento de leyes basadas en el derecho internacional a ser respetado en todos los pueblos de una forma total. El cumplimiento de los preceptos y mandamientos religiosos tiene consecuencias sociales para bien de los más pobres, desarmados y desfavorecidos. La fe católica no es selectiva en sus diversas espirituales, es de naturaleza social y de aplicación a la vida de forma equitativa para todos.
La voz que clamó en el desierto de la Hispaniola del 1511 se llama Fray Antón de Montesinos. El intento de las Leyes de Burgos de suavizar los trabajos forzados a los que estuvieron sometidos los indígenas taínos del Caribe no puede compararse con el trato que se les dio a los nativos de las tierras norteamericanas, africanas, asiáticas y de Oceanía conquistadas por las diversas naciones europeas lanzadas a los mares para conquistar y colonizar en beneficio propia las tierras carentes de su poderío naval y bélico. Sin embargo, la población taína que habitaba la Hispaniola y Puerto Rico desapareció a causa de las inhumanas condiciones esclavistas a la que fue sometida.
De crueldad absoluta y caprichosa fue el trato por parte de los encomenderos a los taínos. Esta es la definición que la Orden de los Predicadores o dominicos compartió al Papa y a las universidades del mundo moderno. La explotación de la mano de obra, la inmoralidad de la esclavitud, la expropiación de los bienes a la población nativa, el acaparamiento parcial y total de todos los recursos naturales, entre otros de corte ético social, pasaron por medio a la reflexión de la teología escolástica, a ser tópicos obligatorios de la filosofía más actualizada y de patrimonio universal para todos los tiempos. Se ha dado un salto cualitativo y de superación de la concepción medieval de la sociedad piramidal justificada por la manutención de una paz y una cohesión social que nunca se logró alcanzar de manera permanente por esa vía. Desde entonces la filosofía, la religiosidad, las legislaciones civiles no pueden retrotraerse al derecho internacional que cobra cuerpo y alma desde la cátedra de los dominicos en la Universidad de Salamanca.
La cuestión que más nos interesa y atañe para hoy día, para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para el ciudadano que parece adormecido y mudo, pero que sufre las esclavitudes que el sistema social actual nos impone, qué hacer ante la imposición aplastante de los poderes locales y transnacionales sobre el común de los mortales. Los intelectuales que no han pasado al bando de los sectores hedonistas de mando están cansados. Han visto que luchas pasadas han sido no recompensadas.
Montesinos convirtió con su gesto heroico y suicida, cita a la que debe asistir varias veces en su vida todo verdadero sacerdote y padre espiritual del pueblo que le ha sido dado en custodia, la Isla de la Hispaniola en faro de luz para todo el mundo. denunció la esclavitud, gran pecado, digno del infierno para aquellos que no respetamos la dignidad humana de toda persona de toda cultura y raza.
Nuestra sociedad no propicia una mejor vida para todos, en especial para los sirvientes, los obreros y los empleados que están sin posibilidades de una promoción en sus puestos ni beneficios para su vejez, y tantos y tantos que realizan trabajos inhumanos, denigrantes y riesgosos en condiciones deplorables y por sueldos de miseria.
El monumento que se encuentra al final del malecón hacia el oriente, desde donde sale el sol cada día, nos recuerde que siendo misericordiosos, realizando obras de ayuda social, en el día del juicio final encontremos esa misma misericordia que tuvimos con los más humildes y con los que están esclavizados por esta sociedad de la que somos parte activa.
Visitemos el monumento de Montesinos con los nuestros familiares y cercanos para reflexionar y hacer vida sus palabras que vienen en el nombre de Dios…
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