Expresivo como el que más, desde el púlpito tiene dominio del escenario, conecta muy bien con la feligresía.
A primera vista, da la impresión de que es un policía retirado y con cara de pocos amigos. Y más aún cuando muestra el ceño fruncido. Nada de eso. El sacerdote José Luis Hernández es gran conversador, que conecta con la realidad, que le gusta participar con la gente y sobre todo, vive al tanto de lo que acontece a su alrededor y a nivel global.
En seis meses que lleva al frente de la parroquia La Ascensión del Señor, en el Residencial Carmen María, por la avenida República de Colombia, este cura ya domina de memoria los nombres de casi todos los asistentes a las misas.
Expresivo como el que más, desde el púlpito tiene dominio del escenario, conecta muy bien con la feligresía, y en su homilía tiene dominio absoluto de las subidas y bajadas. El énfasis en sus expresiones concita la máxima atención: hay una conexión directa con los presentes.
Y para completar, es un entusiasta en la formación de grupos de trabajo en su parroquia, con la organización de actividades variadas para fortalecer la integridad comunitaria y religiosa.
Cuando se dirige a la concurrencia, José Luis administra muy bien la gestualidad, lo mismo que el aire en su organismo. Y es bien directo: sabe llamar al pan pan y al vino vino. A veces se despacha con que “hay gente aquí que ha venido hoy por primera vez a misa, deben ser más asiduos”.
En programas de entrevistas a los que se les invita, no tiene inconvenientes en “meter la mano en la brasa”. En una ocasión consideró vacía la carta pastoral de la Conferencia del Episcopado, por entender que “no toca los problemas cruciales de la sociedad”, y porque “los obispos no están en sintonía con la realidad”.
También se ha despachado con que la Iglesia Católica “está sumida en un profundo letargo, que pone en riesgo de perder influencia y respeto en la sociedad”.
Nacido en la comunidad de La Victoria, de tez mulata, pronunciada calvicie, estatura de algunos seis pies y su ñapa, algunos tildan al cura José Luis de tener mal genio, el cual sabe controlar para salpicar alguna broma cuando el caso lo amerita, para distender.
Llegó a Carmen María, residencial de clase media, procedente de Cristo Rey, un populoso barrio de la parte norte de la Capital. Allí era párroco de la iglesia San Pablo, de gran tradición entre las distintas comunidades de la zona Norte.
Con 33 años que tiene en la Iglesia Católica, a José Luis le ha tocado trabajar en nueve parroquias diferentes. Y en La Ascensión del Señor -que es la suya ahora- ha emprendido una jornada que concita una entusiasta participación de la feligresía. En poco tiempo, ya el templo dispone de aire acondicionado, gracias al aporte colectivo de la comunidad. Pero hay otros proyectos en desarrollo.
En la actualidad, muestra gran interés por rescatar la jurisdicción de su parroquia en cercanías próximas a uno y otro lado de la avenida Colombia, lo mismo que en las comunidades de Perantuén, La Isabela, entre otras.
Una de sus primeras medidas al llegar fue ordenar que se colocara un letrero que indique por dónde se llega a la parroquia -con flecha indicadora- en la entrada de Carmen María con esquina Colombia.
Defensor a tiempo completo de las juntas de vecinos en las distintas comunidades en que ha estado destacado en misión pastoral. En el Residencial Carmen María sus pronunciamientos y gestiones ante distintas instancias ha sido reconocido por todos. Porque, cuando toca puerta, está más próxima la solución a algún problema comunitario.
Por todo lo anterior, José Luis es un cura que conecta con las comunidades en las que ha servido dentro de su misión sacerdotal y como hombre de bien.