Ahora, con el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, el juego ha cambiado hacia el chantaje arancelario.
Durante el apogeo de la Guerra Fría Estados Unidos ejercía presión sobre su “patio trasero” mediante el recurso de la fuerza militar, a través de la cual, y por vía de las asonadas de los cuarteles, doblegaba a los gobiernos “desafectos”.
En consonancia con esa conducta, Estados Unidos plagó América Latina de dictadores criminales, ladrones y hasta genocidas, para quienes la vida humana era prescindible, material desechable.
De esa conducta signada como política de Estado, Washington prohijó a criminales, genocidas y ladrones de la calaña de Augusto Pinochet en Chile, Jorge Videla en Argentina, los Somoza en Nicaragua, Stroessner en Paraguay y otros carniceros de su misma catadura.
Ningún régimen democrático que contraviniere las líneas anti soviética, anti china, anti cubana, etc., estuvo exento de las conspiraciones alentadas desde el Pentágono a través de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), el Grupo de Asesoría Militar conocido como MAAG, mediante el uso de sus arietes entrenados en la Escuela de las Américas, en Panamá.
La muerte del líder chino y la posterior caída del bloque soviético provocaron un giro esencial en la política estadounidense respecto de sus vecinos del sur, pues el comunismo dejó de ser una preocupación para Washington.
Ahora, con el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, el juego ha cambiado hacia el chantaje arancelario, pues la imposición de estos pende como la famosa espada sobre el cuello de países sin importar su tamaño, en tanto y en cuanto el presidente usa ese recurso como una perra brava que amenaza soltar, y que tiende a doblar la voluntad de gobernantes, a menos que se trate de líderes dotados de una férrea determinación que no sucumben a ese chantaje.
Sin lugar a dudas que se trata de un recurso con el que cuenta el presidente Trump, que unido a la inmigración y el narcotráfico le permiten jugar su baza, a pesar de que en este último caso la responsabilidad es compartida.
Es decir, los países productores de drogas duras, los que sirven de puente y Estados Unidos tienen que repartirse la carga: unos sirven en la primera parte y los estadounidenses la siguiente que representa el gran consumo y el celo para que el producto de ese veneno—que se llama dinero—quede represado en el sistema financiero y se lave en sus grandes bancos sin mayores consecuencias.
Este ha sido un comportamiento recurrente en la administración estadounidense que ha consistido en obligar a otros países a implementar políticas de persecución del lavado de activos con el cual las autoridades, generalmente, han preferido mirar para otro lado cuando se trata de grandes lavadores de dinero. ¿Alguien me puede explicar?