En el trayecto de su viaje en barco a Ceilán, a miles de kilómetros de donde estaba su Josie, escribió el poema “Tango de viudo”
Los celos son una patología que causan daños irreparables a cientos, miles tal vez millones de personas a través del tiempo. No son pocos los humanos que se ven abatidos por este mal intrínseco. Se ha narrado que el egregio poeta chileno Pablo Neruda (Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto-nombre legal), de raigambre de izquierda, narró en su obra “Confieso que he vivido” que él atravesó una espeluznante escena de celos que casi le lleva a la muerte.
“Los celos patológicos son una enfermedad mental que se conoce como celotipia o Síndrome de Otelo”, según afirman expertos del área de la psiquiatría y la psicología. Precisan que se trata de “un trastorno delirante que hace que una persona crea que su pareja le es infiel, a pesar de que no hay pruebas que lo justifiquen”. Esta patología afecta también las relaciones como las de hermanos, padres e hijos o en las amistades”. Se recomienda cuando se sufren celos patológicos buscar ayuda profesional, “ya que pueden tener consecuencias graves”. A veces uno escucha a algunas personas decir: -“No, yo no soy celoso”. Pero no es así, los celos se manifiestan en cualquier momento de su vida y en circunstancias inesperadas.
Neruda, quien fue propuesto para ser candidato presidencial de Chile y que cedió esta aspiración al mártir Salvador Allende, se vio envuelto en un extraño drama de celos-que pudo ser mortal-. Había sido designado cónsul de esa nación oriental y se encontró con que allí, en Persia (ahora Irán), los ingleses, que eran los colonizadores de aquel territorio, se mantenían alejados de los nativos. Crearon “estos dos mundos (que) no se tocaban”. “La gente del país no podía entrar a los sitios destinados a los ingleses, y los ingleses vivían ausentes de la palpitación del país”. El poeta se distanció de este comportamiento y amigos británicos que eran prejuiciosos dejaron de saludarle.
“Me adentré tanto en el alma y la vida de esa gente, que me enamoré de una nativa. Ella “se vestía como una inglesa y su nombre de calle era Josie Bliss”. Terminé “en la intimidad de su casa”.
“Tuve dificultades en mi vida privada”, adujo el vate. “La dulce Josie Bliss fue reconcentrándose y apasionándose hasta enfermar de celos”. Expresó que si no hubiera sido por los celos y su temperamento que la condujo hasta el paroxismo salvaje, él hubiera continuado indefinidamente junto a ella.
Lo celaba hasta en sus sueños
“Tenía celos y aversión a las cartas que me llegaban de lejos; escondía mis telegramas sin abrirlos; miraba con rencor el aire que yo respiraba. A veces me despertó una luz, un fantasma que se movía detrás del mosquitero. Era ella, vestida de blanco, blandiendo su largo y afilado cuchillo indígena. Era ella paseando horas enteras alrededor de mi cama sin decidirse a matarme.
"Cuando te mueras se acabarán mis temores", me decía. Al día siguiente celebraba misteriosos ritos en resguardo a mi fidelidad. Acabaría por matarme. Por suerte, recibí un mensaje oficial que me informó sobre mi traslado a Ceilán”. El poeta preparó un viaje en secreto y abandonando todo, sus ropas y libros, dejó “con el más grande dolor”,a su amor oriental Josie Bliss, especie de pantera birmana.
En el trayecto de su viaje en barco a Ceilán, a miles de kilómetros de donde estaba su Josie, escribió el poema “Tango de viudo”. Tiempo después y ya estando sentado una tarde en el balcón en el nuevo consulado, miró a lontananza, con un puro en la boca y a su lado una copa de vino, observó que su abandonado amor se acercaba por la empinada calle de aquella ciudad. Recogió lo que pudo y se marchó de nuevo antes de que ella llegara, yendo a parar a México. El poeta huyó del amor que lo apasionaba, todo por los celos, los malditos celos.
Blandía un puñal desafiante
Estando yo en aquella cálida tarde de un día de febrero, leía plácidamente las memorias de Neruda “Confieso que he vivido” y fue cuando mi esposa me recordó que tenía que prepararme para ir a mi trabajo. Laboraba entonces en la estatal Radio Televisión Dominicana (RTVD) y tenía que cubrir en el Palacio Nacional una actividad que presidiría el Presidente Joaquín Balaguer. Me activé y acudí al baño, pero ya allí me di cuenta que había olvidado el jabón y regresé a buscarlo. En tanto eso ocurría escuché a mi esposa que gritaba: -“Es contigo el problema, es contigo el pleito, corre que ese hombre te va a matar, corre, corre mi amor…”.
Se trató de Olivo. Éste se aferraba desafiante a un largo y filoso puñal y tomó la puerta del baño principal donde momentos antes yo había entrado. –“Sal buena mierda, sal de ahí que te voy a matar como a un perro…”. Éste me había alquilado una parte de lo que fue una preciosa residencia construida en madera, en la calle Josefa Brea, la cual pertenecía a los hermanos Guerrero, reconocidos peloteros de Baní, pero que él la tenía bajo su cuidado.
En medio de la confusión, mi señora tomó en sus brazos a mi recién nacida primogénita, Silys Karina, y corrió hacia la calle. Yo no entendía lo que ocurría, no tuve desavenencias serias con Olivo. Recuerdo que dos días antes éste me pidió que no recibiera familias ni visitas en la casa. Me resistí y le dije que no, que pagaba mis rentas puntualmente y que, por tanto, en mi casa yo era quien mandaba. Cuando regresaba del trabajo y acudía al baño, él estaba allí, como siempre, sentado cómodamente en su mecedora. Lo saludaba y últimamente no respondía o lo hacía “entre los dientes”. Nunca le di importancia a ese comportamiento hasta ese día.
Olivo se preparó para atacarme y darme muerte. Se sentó tranquilo en su mecedora a maquinar, a esperar que yo entrara al baño. Cuando escuchó las aguas de la ducha pensó que ya estaba allí, entonces buscó el puñal y fue a la puerta a desafiarme. Él no sabía que su hija era quien estaba dentro del baño, una adolescente que aprovechó para entrar a bañarse primero. La hija, que tampoco sabía de los pensamientos diabólicos que desfilaban por la mente de su padre, comenzó a dar gritos y a decir que era ella que estaba allí.
Olivo, furioso, corrió entonces para donde mí. Cuando lo vi corrí envuelto en toalla hacia la calle. Él me persiguió blandiendo su puñal, pero yo crucé la calle y me aposté detrás de una “pila de piedras” y comencé a lanzarle peñascos hasta que logré detenerlo y hacerlo retroceder. Esta vez era él quien corría ante mi incesante lanzamiento de piedras.
¡Cállese la boca!
La policía apareció en el lugar en un tiempo más rápido de lo acostumbrado. Dejaron que me pusiera una ropa y me detuvieron. En el cuartel los policías me acusaban incesantemente y vertían frases hirientes en mi contra, quise explicar, pero salía la palabra vozarrona del sargento diciéndome:-“¡Cállese la boca, buen delincuente!”. Olivo había depositado días antes una querella en la que me acusaba de intento de homicidio en su contra. La situación se agravaba porque se dio a entender que él actuó en defensa propia cuando me atacó para matarme.
Mientras a Olivo lo sentaron en la recepción y le brindaron agua para calmarlo, a mí me llevaron a una celda y me pedían que me callara. Me sentí atrapado, y entonces vociferé que era periodista y que estaba supuesto a ir a una actividad con el presidente en el Palacio Nacional. Di un teléfono para que llamaran a la televisora estatal y cuando confirmaron, me sacaron de la celda, me pidieron excusas y trancaron entonces a Olivo, a quien comenzaron a enrostrar muchísimas acusaciones.
Supe después que Olivo actuó de esa manera porque estaba celoso. A mí casa había llegado un sobrino de mi mujer que vino de Barahona a hacerse chequeos médicos para fines de cirugía. Toñín era un joven alto, apuesto, jugador de basquetbol y al parecer eso causó malestar a Olivo, en razón de que éste sufría de una hernia y tenía sus testículos abultados, hinchados, alterados como un globo, lo que en sus celos, lo hacía ver inferior frente a este atleta. La mujer de Olivo, y eso hay que resaltarlo, era una mulata, aunque no era bonita, tenía fornidos y grandes traseros. Parece que él temió que ella se fijara en el joven atleta que me visitaba. O tal vez él la sorprendió con alguna mirada lasciva.
Tiempo después, y superado este problema incluso a nivel judicial, me desplacé a pie por la avenida Duarte e imprevistamente vi a este hombre, en cuclillas, organizando planillas de billetes y quinielas de la Lotería Nacional en la acera. Olivo era billetero. Me acerqué sigilosamente y ya detrás de él, le llamé por su nombre. Cuando giró la cabeza y me vio fue como si viera al diablo, levantó sus brazos y dijo, como si implorara: -“Yo no quiero problemas con usted, ya eso pasó, ya pasó…”.
Los compañeros quinieleros se me acercaron y preguntaron que qué ocurría, y atiné a responder:
-“Pregúntenle a él”.