Conversando con Andrés no fue nada difícil, él entendió la asignación desde que me acerque a él.
Por Carolin Guerra, para Diaspora & Development Foundation, EE.UU.
Florida -Estados Unidos. Para el que es incapaz de ver luz delante, no hay mucha diferencia entre un kilómetro o un millar de metros. Para él o ella, solo la travesía es capaz de traer luz propia. Por ende, el que está estático no posee habilidad de alumbrar su porvenir o verse iluminado por ello.
Antes de que la revolución cumpliera su primera década, en la ciudad que muchos aun llamaban Trujillo, en el seno de una familia adventista nacía un niño a quien llamarían Andrés. Bautista sería el apellido, del menor de menores y mayor de mayores de hijos de la familia. Llegaría al mundo trayendo consigo la ablución que solo portan los que sueñan con fluir como las olas que peinan los arrecifes del malecón de su terruño, justo antes de retractarse la marea hacia las curvaturas invisibles del mar.
Conversando con Andrés no fue nada difícil, él entendió la asignación desde que me acerque a él, para conocer su relato. Supo que su historia, por simple o compleja que fuera, guardaba un gran propósito. Pues contar las historias individuales de los inmigrantes fortalece la experiencia colectiva.
Arrancamos nuestra ‘Conversación con la Diáspora’ de inmediato y con poca historia de fondo me dice, “Carolin, intenté salir en ‘yola’ en varias ocasiones, pero Dios tenía otro plan en mente. Nunca logré irme en una embarcación, pues siempre me engañaban.”
Desde muy pequeño Andrés Bautista deliraba con tierras tan lejanas como el pueblo más cercano al suyo y tan cercanas como el vecino continente de sus sueños. Emigrar no era una negación a su ser, sino una afirmación a sus alcances. Para Andrés, poder emigrar de su país fue una temprana idea a una muy temprana edad.
Los ensayos de partir por mar, los intentó todos estando muy joven. Era una presa fácil para quienes viven de las ilusiones en otros. Pero la trampa hace del más noble, una persona astuta. Desistió de ese método y se arropó de paciencia. Y en 1994, cuando la inestabilidad arropaba Quisqueya y la incertidumbre política su futuro, Andrés consigue una ‘visa de paseo’, vía la asistencia de su hermano. Con ella, compra el pasaje de ida y vuelta a Detroit, Michigan, del cual solo utilizaría una vía.
Como todo otro en su condición, permanece más tiempo de lo que le habían autorizado. Y con esa acción se convierte en un indocumentado. En un inmigrante ‘ilegal’.
Sobre Detroit, pues solo duró un mes, en esa ciudad. Pero no me afirma si el frio o la desolación tuvo que ver con su desinterés por permanecer allí. Y como el que supiera donde están las oportunidades de América, le afirma a su hermano que Detroit no era el lugar para él. Su deudo solo le pide que no valla a New York. Entiende que esa ciudad no tiene las oportunidades que promete, solo el calor humano que evita que recuerdes que eres un inmigrante. Su hermano insiste, “Vete a la Florida, donde los primos.”
Allí comienza su nueva vida. Literalmente. Llegar a los Estados Unidos viene con mucho más que el sacrificio que implica separarte de tus seres queridos y tu nación. El acto viene, además, con la redefinición de tu oficio. Andrés acepta que, si en yola pensó que no sería un paseo, con visa vencida parece que no lo será tampoco.
Comenzar de cero es algo que entiendes desde un principio. Seas doctor, arquitecto, abogado o carpintero. El llegar a los Estados Unidos implica estar abierto a una nueva definición de ti. A veces para lo mejor, aunque en muchas ocasiones para lo contrario. Pero para Andrés, su interés de infancia, de ser mecánico automotriz, se presenta como una favorable encrucijada.
Bautista fue curioso desde niño. Desarmaba los juguetes para ver que tenían en su interior. Con mucho orgullo me comparte, “La mecánica para mi es una vocación. Es un oficio que me ha ayudado a sacar adelante a mis hijos.”
Andrés se instaló en Miami, pero para él, sus primeros años fueron “un proceso de adaptación a este nuevo sistema”. Empezó a trabajar de sol a sol, mientras también estudiaba inglés.
Me expresa que, “lo más difícil para mí, al llegar a este nuevo país, fue el estar desinformado. Yo estaba desorientado. No entendía la mitad de las cosas. Uno llega con muchas ideas, pero aquí los primeros años fueron y son difíciles, Carolin”, termina diciéndome. Continúa su desahogo compartiéndome lo que ya sé, pero esta vez expresándolo con frustración. “Yo llegué legal, pero luego estuve ilegal y cuando uno es ilegal todos los caminos están cerrados. Solo consigues los peores trabajos y tienes que coger lo que venga. Uno sufre mucho.”
Andrés logra corregir su estatus migratorio y vive con su familia por más de una docena de años, en la soleada ciudad de Miami. Me afirma el amante de la mecánica que, “fueron mis años más difíciles.” Perdió su casa, estuvo en muchos innecesarios conflictos y siente que tomó muchas malas decisiones. Su mama y sus hermanos reconociendo sus aprietos y le ayudan a mudarse cerca de ellos. A Tampa, una ciudad ubicada en el oeste del Estado de la Florida, a 4 horas de Miami.
Para Andrés todo esto implicaba empezar de nuevo. Iniciar desde “cero”. Pero él no tenía opciones. En realidad, en el país de las oportunidades, él no tenía más opciones.
Me comenta, “fue duro porque, para empezar, tienes que hacer un doble esfuerzo. Cuando uno ya aprende si te caes es por cabezón. Uno no comete el mismo error dos veces uno tiene que aprender”. Pero aun con todas las vicisitudes Andrés siguió adelante con fe y con la mejor disposición de lograr un futuro mejor para él y los suyos.
A su llegada a Tampa continúa estudiando inglés. Me enuncia Andrés, “la vida es un sube y baja, pero si no tienes a Dios, vas a vivir siempre en una bajada. Entonces, lo más importante es tener a Dios sobre todas las cosas. Verás que todo te va a salir positivo. Dios siempre responde a las oraciones, no cuando uno quiere sino a su tiempo perfecto.”
Hoy, Andrés tiene su propio taller, donde trabaja con dedicación, dando lo mejor de sí para sus clientes.
Y sin seguir desarrollando su historia, pensando que sus detalles puede que no guarden gran valor, me desglosa de una, lo que termina siendo un infinito y valioso consejo. “Carolin, hay una luz al final del túnel, si vienes a este país a trabajar con esfuerzo y con dedicación y tienes buena mentalidad, cuando llegues tienes que enfocarte de inmediato en el futuro. Tienes que aprender algo con que ser productivo. Y al hacerlo, siempre trabajando por la derecha. Los primeros años son duros porque uno llega desconociendo el idioma. Es importante que aprendas el idioma de la nación que te acoge. Cuando hablas dos ‘lenguajes’ se abren otras puertas. Aprovechen el tiempo, con honradez y respeto, y claro poniendo a Dios sobre todas las cosas.”
Cuando le inquirí, como es nuestra costumbre en nuestras ‘Conversaciones con la Diáspora’, si está en sus planes volver a su patria, y me respondió con una sonrisa quebrada y los ojos cristalizados. “No hay nada como el país que te vio nacer. Uno es de ahí. Pero sabes Carolin, uno adopta este segundo país, y aquí es que tengo la mitad de mi vida. Pero no estoy cerrado a la posibilidad de volver.”
Andrés nos da un ejemplo de superación y fe. De mantenernos perseverantes y con gratitud por las oportunidades que la vida nos brinda.