En 2023, más de 10.000 artículos fueron retirados de revistas científicas, una cifra tres veces superior a la de hace una década.
El prestigio de la ciencia, su credibilidad pública y el rigor de la investigación se ven cada vez más comprometidos por un fenómeno que avanza silenciosamente: el fraude científico. Esta práctica, que abarca desde la falsificación de resultados hasta la manipulación de métricas de impacto, se ha vuelto más común debido a un ecosistema científico donde la cantidad importa más que la calidad.

El catedrático Eduard Aibar, investigador de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), advierte que el actual modelo de evaluación científica estimula el fraude al priorizar productividad e impacto sobre la rigurosidad metodológica. “Se ha impuesto una lógica de mercado que impulsa a los científicos a publicar cada vez más y más rápido, a menudo sin los controles necesarios”, sostiene.
El problema no se limita a la invención o plagio de datos, sino que se extiende a prácticas encubiertas como las autorías fantasma, la alteración de índices de impacto o las citas cruzadas organizadas para inflar reputaciones. Estas formas de manipulación afectan gravemente la integridad de la ciencia, contaminan el conocimiento acumulado y distorsionan la asignación de fondos públicos.
Las cifras confirman que la mala praxis científica va en aumento
Las señales de alarma ya son claras. En 2023, más de 10.000 artículos fueron retirados de revistas científicas, una cifra tres veces superior a la de hace una década. Y esto, pese a que muchas revistas evitan las retractaciones para no dañar su imagen. De hecho, algunos expertos estiman que el número real de publicaciones que deberían ser eliminadas es veinte veces mayor.
Un metaanálisis de 43 encuestas entre 1992 y 2020 reveló que casi un 3 % de los científicos reconocen haber cometido falsificación o plagio, y más del 12 % admite prácticas cuestionables. Además, muchos aseguran conocer colegas involucrados en conductas similares, lo que indica que no se trata de casos aislados, sino de un fenómeno sistémico.
Las consecuencias de este fraude son potencialmente devastadoras. En áreas como la biomedicina, los errores inducidos por investigaciones falseadas pueden afectar la salud de miles de personas, al sustentar tratamientos o medicamentos ineficaces.
Frente a esta realidad, algunos países han comenzado a implementar comités de integridad científica con capacidad sancionadora. Pero Aibar insiste en que no basta con normativas éticas: es imprescindible repensar todo el sistema de recompensas científicas, abandonar el fetiche del impacto y la excelencia mal entendida, y restaurar una visión más humana y rigurosa del conocimiento.