Polideportivo alberga velatorio colectivo; comunidad llora a 23 fallecidos
HAINA, San Cristóbal.- El aire en Bajos de Haina pesa. No es solo el calor húmedo de San Cristóbal, sino el dolor que se espesa en cada esquina. Desde las 8:00 de la mañana, el Polideportivo municipal se convirtió en un santuario de luto. Allí, bajo techos abiertos y rodeados de coronas de flores blancas, descansan los restos de nueve de las 23 víctimas que la tragedia del Jet Set arrebató a esta comunidad. Para el mediodía, el lugar se había convertido en un río silencioso de familiares, amigos y vecinos que llegaban, uno a uno, a despedir a los suyos.


Un velatorio sin consuelo
Las sillas plásticas, alineadas en filas imperfectas, no bastaron para la multitud. Muchos prefirieron quedarse de pie, abrazando fotos, crucifijos o simplemente a otros dolientes. "Era mi hermana menor", murmuraba una mujer frente al ataúd de Lucía Cruz, mientras ajustaba un ramo de rosas marchitas. A su lado, un niño —acaso demasiado pequeño para entender— preguntaba cuándo despertaría su tío Ramón.
El alcalde Osvaldo Rodríguez, con la voz quebrada, confirmó que los espacios en el cementerio ya están listos. "Nadie merecía terminar así", repetía entre funcionarios y periodistas. La cifra oficial habla de 23 muertos, pero en Haina todos saben que el número duele más: al menos 35 residentes estaban esa noche en la discoteca. Dos siguen bajo los escombros.
La misa que unió a un pueblo
A las 10:00, las campanas de la iglesia San Miguel Arcángel repicaron a distancia. Monseñor Faustino Burgos Brisman, obispo de Baní, elevó una plegaria por "los hijos de Haina que partieron sin tiempo". Entre los asistentes, se veían camisetas con los nombres de Joel Manuel, Héctor Peguero o Andrea Florentino. Algunos llevaban velas; otros, playeras del equipo favorito del difunto.
En un rincón, un grupo de jóvenes —compañeros de Clarislenny Peguero, de 19 años— colocó globos morados junto a su féretro. "Ella bailaba hasta el cansancio", recordaba uno entre risas ahogadas. La música, esta vez, era el rumor de salmos y llantos.
Lo que queda

Para el mediodía, el sol caía a plomo sobre los toldos del Polideportivo. Las autoridades preparaban el traslado final, pero las familias se resistían a dejar ir a los suyos. "Esto no se supera", admitía Juan Carlos, primo de Gloria García, mientras señalaba la lista de nombres en un cartel pegado a la pared: *Lucia, Ruth, Isabel, Juan, Joel, Héctor…* Una letanía de ausencias.
Haina, municipio laborioso y bullicioso, aprendió hoy que hay silencios que nunca se llenan. Mientras los coches fúnebres partían, una anciana —quizá la madre de Luis Guillén, quizá una vecina anónima— dejó caer un puñado de pétalos sobre el pavimento. "Vayan en paz", susurró. Y el viento se llevó sus palabras, igual que la tragedia se llevó a los suyos.