Con la iniciativa de negociar con la Unión Europea se aplica el dicho de que: “El enemigo de mi enemigo, es mi amigo“
Agobiada por la devastadora ofensiva arancelaria del presidente Donald Trump, que ha generado malestares mundiales, el gobierno de la República Popular China ha propuesto a los países que conforman la Unión Europea una alianza para enfrentar ese esquema. Ambos frentes han iniciado conversaciones para explorar la posibilidad de establecer un sistema de precios mínimos en la comercialización de vehículos eléctricos y otros renglones fabricados en Beijing.
China, consolidada como la segunda economía mundial después de Estados Unidos, ha sido el único país que ha respondido con energía al subirle un 125% a los aranceles estadounidense. La respuesta llega días después de que el jefe de la Casa Blanca impusiera nuevos gravámenes del 145% a bienes provenientes del gigante asiático. China concentra el 40% de la producción universal, redefiniendo el comercio y el empleo. En los últimos años, se ha convertido en el principal centro manufacturero.
Con la iniciativa de negociar con la Unión Europea se aplica el dicho de que: “El enemigo de mi enemigo, es mi amigo”, un proverbio árabe que desarrolla el concepto por el cual dos partes que tienen un enemigo en común deberían poder trabajar juntos para obtener una victoria conjunta contra él.
Analistas experimentados opinan que lo que sucede actualmente “evoca un momento crítico en la economía mundial que tuvo lugar hace casi 100 años”. Efectivamente, la embestida arancelaria norteamericana es una réplica de algo que ocurrió en 1930, cuando se inició un fenómeno conocido como “proteccionismo comercial”.
En junio de ese año, se promulgó la Ley de Aranceles conocida como Smoot-Hawley impulsada por el senador Reed Smoot y el diputado Willis Hawley. Fue una legislación responsable de la Gran Depresión, que afectó a múltiples países, se prolongó por una década y ocasionó una fuerte caída del Producto Interior Bruto (PIB). Se presentó al Congreso en mayo de 1929 y el 17 de junio de 1930 la firmó el presidente número 31 de Norteamérica, Herbert Clark Hoover.
Hubo una gran crisis económica que comenzó en los Estados Unidos en 1929 y se extendió al resto del mundo en la década siguiente. La Gran Depresión se originó por la caída de la Bolsa de Valores de Wall Street, en Nueva York y sus efectos fueron devastadores para un gran número de ciudadanos que perdieron empleos, viviendas y todos sus ahorros.
Hay quienes están convencidos de que esa norma jurídica jugó un papel importante en el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Busqué detalles en los archivos periodísticos y encontré cosas interesantes. “La Ley incrementó los aranceles de importación de alrededor de 900 productos en un promedio de entre el 40% y el 60% con el objetivo de proteger a los granjeros y a las empresas estadounidenses”, se lee en un artículo publicado por el Instituto de Finanzas Corporativas (CFI, por sus siglas en inglés).
Durante la campaña presidencial de 1928, Hoover prometió subir los precios de las importaciones agrícolas. Sin embargo, tan pronto como asumió el cargo, granjeros y otros empresarios se vieron en la necesidad de cabildear para que el gobierno impulsara medidas de protección para agricultores.
Como era de esperarse, hubo consecuencias desagradables. En los dos años que siguieron a la implementación de la Ley, las importaciones y exportaciones estadounidenses cayeron alrededor de 40%. La subida de impuestos afectó a una gran variedad de importaciones, como huevos, ropa, barriles de petróleo y azúcar.
Canadá y Europa (como ocurre actualmente) tomaron medidas recíprocas y aumentaron los tributos a los productos norteamericanos. Para 1932, las ventas de renglones estadounidenses al extranjero pasaron de US$7.000 millones a 2.500 millones, según la CFI. En esa circunstancia, algunos bancos empezaron a colapsar y el intercambio comercial global disminuyó en alrededor de 65%.
Pruebas testimoniales demuestran que los arbitrios que Donald Trump aplicó en su primer gobierno (2017-2021) afectaron a empresas extranjeras, compañías nacionales y a los propios consumidores estadounidenses.
Lejos de enriquecerlas, las familias tuvieron que pagar precios más altos. La recaudación tributaria fruto de esas decisiones impositivas fue muy baja en comparación a lo que recauda el gobierno a través de impuestos individuales y corporativos.
Es un capítulo de la historia de Estados Unidos que se repite en estos momentos, con protagonistas diferentes, pero con el mismo formato.
Se teme que esta vez surja otra gran depresión, lo que ya ha inducido a la población estadounidense a preparase para enfrentar la andanada de altos precios en los diversos productos de consumo y a una inflación descomunal en progreso. Se aproxima algo grande.