Se dice que el dominicano vota por aquel candidato que entiende será ganador. En el caso de Joaquín Balaguer una parte del electorado consideraba que era un gallo que cuando perdía arrebata, por tanto, tradicionalmente le seguía con el voto.
Este mismo electorado, como podrá entenderse, era esencialmente conservador, se considera un ganador permanente. Pero el votante balaguerista seguía otros aspectos de su líder: una especie de liderazgo mesiánico que se expresaba por intermedio de un discurso inteligible con alto componente de intelectualidad salpicado con frases populares impactantes que eran suficientes para conseguir la adhesión de su electorado. Junto a lo anterior, había un conjunto de realizaciones concretas a todo los niveles que completaban el cuadro del por qué ese electorado, más silente que militante, votaba a su líder conservador porque su motivación podía ser material o inmaterial. Sus críticos completaban la obra con acusaciones fundadas e infundadas que no hacían más que convertir a Balaguer en un mito político.
Juan Bosch era uno de sus adversarios, hombre político que fuertemente influenciado por el pensamiento hostosianos, se dio a la tarea de hacer del discurso político una escuela de ciencia política, debido a ello, sus intervenciones eran más bien cátedras políticas como el buen vivir en sociedad. Esto es: el discurso hostosiano aterrizaba en una suerte de combinación entre Sócrates, Marx y los Trinitarios. Esto provocaba que el nicho político de Bosch fuese muy diferente al de Balaguer. De modo que ambos constituían lados opuestos de la misma moneda política. Lo que implica que la adhesión del voto pro Bosch era por una motivación de convicción, era un voto ideológico basado en la razón de principios, era un voto patriótico y pseudo intelectual en el sentido del intelectual comprometido con una causa redentora.
En cambio, quienes votaban a Peña Gómez lo hacían por una combinación de factores motivacionales que iban desde los orígenes de este líder hasta su color de piel unido lo anterior a una oratoria de barricada muy efectiva, que ocasionaba en su auditorio una especie de frenesí comparable al discurso de los líderes de religiones evangélicas. En pocas palabras, si las masas silentes eran proclives a apoyar electoralmente a Balaguer, la intelectualidad y los movimientos urbanos a Bosch, las masas eran peñagomistas de forma casi natural. Es en este escenario donde, paulatinamente, va apareciendo el llamado voto racional, el voto basado en el dame lo mío. El voto pensado en función del beneficio personal que el mismo puede conllevar.
Los extremos derecha e izquierda eran más bien espectadores u observadores del espectáculo proselitista. Su discurso nunca ha calado hasta convertirse desde el punto de vista del número en algo significativo. Más bien, los extremos se movían, por atracción magnética, hacia uno de los tres polos descriptos, o bien, permanecía al margen o auto excluidos del proceso electoral.
Con la partida física de los tres grandes liderazgos el país electoral entró a una fase nueva. La primera consistió en que Joaquín Balaguer y Juan Bosch endosaron sus respectivos liderazgos a Leonel Fernández; luego, José Francisco Peña Gómez transfirió el suyo a Hipólito Mejía. Por momentos, parecía que Leonel captaría parte importante también del electorado de Peña Gómez, situación que se mantiene aún latente como se verá más adelante.
Pero con el conflicto entre Miguel Vargas e Hipólito Mejía por el liderazgo de Peña Gómez, emergió un elemento nuevo en el mercado electoral de acuerdo con el cual, el liderazgo personal ideológico, mesiánico ni el de masa eran importantes, lo importante sería el rol del dinero en la campaña, es decir la compra de votos y con este de consciencia. Lo que implica que, de más en más, se fue imponiendo la cultura del dame lo mío. Es decir el voto racional e individualizado.
Bajo esta nueva forma de hacer política electoral el mundo político dominicano se transformó. Desde entonces el dinero es el factor determinante de toda campaña electoral. Decir dinero implica decir corrupción y, peor aún, dinero sucio, pues al no existir un marco legal regulador todos los actores políticos y los poderes facticos quedaron libres para practicar el nuevo modelo electoral.
Este nuevo modelo electoral quedó oficializado en 2008 con la expresión de Danilo de que “lo había vencido el Estado”, y los problemas entre Miguel Vargas e Hipólito motivados en el mismo razonamiento aunque con la diferencia de que los dos últimos, operaron fuera del Estado.
Sin embargo, hacía 2012, el modelo oficializado en 2008 empezó a sentir los efectos del denominado voto inducido. Este adquirió carácter oficial en 2010 con la modificación y puesta en vigor de la Constitución de la Republica. Esta reforma constitucional define el Estado Dominicano como un Estado Social y Democrático de Derecho, esto es: aparece constitucionalizado el denominado Estado patrimonialista o asistencialista, el cual permite -a quien maneja el Presupuesto Nacional-, ser el real y efectivo líder de la Nación, pues es el que distribuye a su antojo los recursos públicos e influye en el destino de los recursos privados de los préstamos nacionales e internacionales. Es decir, el poder cambió de rumbo. Este cambio de rumbo ha incidido de manera determinante en el comportamiento político dando lugar a la inducción del voto.
Esta motivación electoral se consolidó aún más en 2016, cuando el dueño del Presupuesto Nacional, consiguió modificar la Constitución de la Republica para continuar en el poder. Ahí nace la llamada facción que desea el poder por interés, la que a decir de Hume, se desdobla en dos facciones: la que busca el poder por el poder o descarada, y por otra parte, la que busca el poder por utilidad, comodidad, oportunismo y prebendas. Ambas carecen de escrúpulos y de límites y dieron lugar a la división del PLD. De modo que con Danilo se consolidad una nueva forma electoral de hacer política electoral que conduce a un voto por inducción alejado de lo institucional. Es por esto que dirigentes históricos del partido de gobierno son desplazados de sus puestos para colocar en ellos a tránsfugas, oportunistas, etc. La pregunta a descifrar es si realmente este método produce renta electoral: votos. Una parte importante de la opinión pública e incluso de esta facción admiten que el fraude electoral juega un rol importante en el sostenimiento de este modelo de inducción electoral.
La inducción del voto opera bajo un sofisticado legal e institucional esquema que va desde la asignación de fondos a las ONG, los partidos y agrupaciones políticas hasta el Presupuesto Nacional. Es decir, hoy más que nunca, el Presidente de la República, es un monarca sin corona capaz de inducir el voto por intermedio de un sofisticado mecanismo de repartos de despojos recursivos difícil de franquear desde la oposición. Diputados y senadores, ministros e instituciones públicas y privadas cuentan con ONG, recuérdese que, por ejemplo, en la política del vecino Estado de Haití, las ONG son el factor determinante de la política en la República Dominicana empiezan a emergen como piezas importantes del tablero electoral. Existen ministros que son capaces de medir el impacto electoral de estos mecanismos. Añádase a ello las iglesias evangélicas y la propia religión católica y se tendrá un nuevo cuadro electoral impactante. Agréguese a este concierto a los integrantes del Comité Político y del Comité Central y a ciertos dirigentes medios y cuadros cooptados junto a partidos aliados al poder y se tendrá un mecanismo electoral de inducción del voto muy sofisticado.
Esto último, indica que el fraude electoral se hace imprescindible cuando la facción por interés o descarada se convierte en determinante, en caso de que la facción por prebenda sea la predominante, el fraude no es descartable sino indispensable. La combinación de ambas es una fuerza electoral casi imbatible. La pregunta del millón, el reto para quien desafié esta poderosa maquinaria electoral, es el definir cómo enfrentarla y superarla. DLH-11-01-2020